
Rutas Literarias por Toledo
De la mano del escritor y periodista Mariano Calvo iniciamos un interesante recorrido a través de la literatura. Comenzamos por diez interesantes sendas por las Leyendas de la ciudad milenaria incluidas en su libro «Rutas Literarias de Toledo», de la Editorial Cuarto Centenario
Actualizado: GuardarDe la mano del escritor y periodista Mariano Calvo iniciamos un interesante recorrido a través de la literatura. Comenzamos por diez interesantes sendas por las Leyendas de la ciudad milenaria incluidas en su libro «Rutas Literarias de Toledo», de la Editorial Cuarto Centenario
1234567891011La Cueva de Hércules

La Cueva de Hércules (Callejón sin salida de San Ginés, número 3). Supuestos restos del mágico palacio. No faltan los cronistas que sostienen que Toledo fue fundada por los judíos tras su cautividad en Babilonia o que atribuyen la construcción de la ciudad a Túbal, hijo de Caín. Pero otros, aún más pretenciosos, retrotraen sus orígenes a las fuentes de la mitología, asegurando que Toledo fue fundada por el bravo Hércules, que en el roquedo toledano engendró vasta progenie y aún sacó tiempo para edificar un fantástico palacio.
Añaden que Hércules cerró su morada con férreas puertas y cerrojos, a los que añadió el lacre de una maldición: Aquel monarca que se atreviese a penetrar en el palacio y abriera el cofre en él depositado, perecería sin remedio y arrastraría en su caída a todo el reino. El último de los reyes visigodos, don Rodrigo, irrumpió insensatamente en las estancias vedadas y rompió los candados del misterioso cofre, encontrando en su interior un pergamino con el anuncio de la inminente conquista sarracena.
Tras esto, el palacio desapareció en las profundidades de la tierra, dejando sólo un vestigio de bóvedas subterráneas —en realidad, un espectacular depósito de aguas romano— que los toledanos se apresuraron a bautizar con el nombre de «La Cueva de Hércules».
Don Rodrigo y la Cava

Baño de la Cava, escenario de los amores de don Rodrigo y la Cava. La bella Florinda, apodada la Cava, tuvo la ocurrencia de bañarse a orillas del Tajo en hora y lugar propicios al arrebato voyeurista del infausto don Rodrigo, el último rey godo. Seducida por el monarca, el padre de Florinda (el conde don Julián) vengó su deshonor permitiendo el paso de las huestes de Mahoma por el estrecho de Gibraltar, cuya defensa tenía encomendada.
Toledo evoca aquellos hechos legendarios en un torreón junto al Tajo, que se dice son los restos del baño de la bella cortesana. En realidad, se trata de la puerta de un antiguo puente de barcas. Lo que no obsta para que en las noches de luna llena se vea sobre su techumbre al espectro de Florinda aguardando a que don Rodrigo regrese del Guadalete, donde el desventurado «perdió a España» en la última de sus batallas.
Castigado don Rodrigo por la ira de Dios a morir encerrado en un sepulcro junto con una gran culebra de siete cabezas, el romance asegura que el desventurado rey gritaba:
«¡Ya me come, ya me come
por do más pecado había!»
Y, aunque cueste creerlo, se refería al corazón.
La Roca Tarpeya

Roca Tarpeya, desde la que eran arrojados los reos al profundo foso del Tajo. Poco antes de que el Tajo enhebre los pilares del puente de San Martín, una prominente roca amenaza con abalanzarse sobre el río desde lo alto del talud toledano. Es la llamada Roca Tarpeya, que, como ara de un dios bárbaro, evoca la supuesta tragedia de quienes desde allí eran arrojados en cumplimiento de feroces sentencias.
La leyenda perpetúa la memoria de cierto protomártir que antes de ser despeñado consiguió convertir a la fe cristiana a la hija de su carcelero, y en recuerdo de tan persuasivo predicador se dice que desde entonces nunca han faltado las flores sobre el abrupto roquedo.
Ciertamente, las flores nunca faltan, siquiera sea porque actualmente corren por cuenta del Museo Victorio Macho, cuya sede ocupa el mítico peñasco.
Una noche toledana

Paseo de San Cristóbal, escenario de la proverbial “noche toledana”. La frase proverbial «una noche toledana» ocupa lugar de honor en el repertorio paremiológico nacional, aludiendo a la atroz matanza —históricamente real, aunque deformada a su gusto por la leyenda — que tuvo lugar en el palacio ya desaparecido de Montichel, emplazado donde hoy se extiende el tranquilo paseo de San Cristóbal.
El gobernador árabe Amrús, cansado de la actitud levantisca de Toledo frente al poder califal de Córdoba, atrajo a su palacio, con señuelo de fiesta, a lo más selecto de la nobleza ciudadana, a la que fue decapitando por riguroso orden de aparición.
La leyenda, que no cicatea el censo del horror, asegura que en la llamada «noche del foso» rodaron cinco mil cabezas (otras fuentes menos comedidas dicen que diez mil), y añade que fueron expuestas a la mañana siguiente en las almenas del palacio, acreditando desde entonces a la «noche toledana» como sinónimo de experiencia desaconsejable.
El Palacio de Galiana

Palacio de Galiana; la princesa mora que enamoró a Carlomagno, al decir de la vieja leyenda En los tiempos en que los toledanos usaban turbante, ocurrió —o al menos eso cuenta la leyenda— que el moro Abenzaide, enamorado de la princesa Galiana, retó en duelo al favorito de ésta, un cristiano llamado Carlos, al que, andando el tiempo, el mundo conocería por el nombre de Carlomagno. El sangriento duelo se saldó con la muerte del moro retador, ante la algarabía general del pueblo toledano puesto unánimemente del lado del cristiano.
A partir de entonces, el rencoroso espectro del moro se paseaba noche tras noche por las almenas del palacio de Galiana profiriendo terribles amenazas contra la taifa toledana, hasta que cierto día vio la ocasión de convertir a Alfonso VI en instrumento de su venganza trasmitiéndole secretos estratégicos para la conquista de la ciudad.
Desde que el rey Alfonso VI entró victorioso en Toledo, el espectro de Abenzaide dejó de aparecerse sobre las almenas del palacio de Galiana, satisfecha ya su inmensa sed de venganza.
Alfonso VI y la Mano Horadada

Alfonso VI, el que «ganó a Toledo», es homenajeado en piedra junto a la Puerta de Bisagra La conquista de Toledo es tema recurrente de varias leyendas, la mayor parte de las cuales se resuelve en apoteosis triunfante del líder de la cristiandad, Alfonso VI, aunque alguna vez a cambio de un tributo doloroso.
Tal es el caso de la leyenda que relata cómo don Alfonso, hallándose de huésped del rey moro de Toledo en el palacio de Galiana, espió una charla comprometedora entre Almamún y sus generales sobre los puntos vulnerables de la ciudad. Al ser descubierto, don Alfonso se fingió dormido, pero el desconfiado sultán quiso comprobar la veracidad de su letargo vertiéndole en la mano unas gotas de plomo derretido.
Afirma la leyenda que el futuro conquistador de Toledo soportó impertérrito la prueba, salvando su vida y de paso obteniendo una información estratégica que le granjearía la toma de Tulaytula.
La estatua del rey que «ganó a Toledo» figura junto a las puertas de la ciudad, que tan legendariamente se le abrieron.
El Cristo de la Luz

Mezquita del Cristo de la Luz, que dio origen a una de las leyendas más famosas de Toledo. Alfonso VI entró como rey de Toledo un 25 de mayo de 1085, ocasión que ambienta una de las leyendas toledanas más famosas: la del Cristo de la Luz. Se dice que al pasar la comitiva por la Puerta de Bab-al-Mardum, el caballo del monarca se arrodilló ante la antiquísima mezquita que existe junto a ella. Intuyéndose alguna causa sobrenatural, se registró el pequeño templo y se halló empotrada en un muro la imagen de un Cristo a cuyos pies lucía una lamparilla de aceite desde los días de la conquista árabe.
La imagen quedó apodada como «El Cristo de la Luz», y el lugar donde el caballo hincó sus rodillas se marcó con un adoquín blanco, que aún puede verse ante la puerta de la mezquita.
El adoquín blanco dará lugar a otra leyenda según la cual unos soldados napoleónicos intentaron robar el entrañable símbolo, impidiéndolo un bizarro toledano al que en el momento decisivo vinieron a auxiliar fuerzas sobrehumanas.
Otra narración conexa afirma que dos israelitas envenenaron los pies del Cristo de la Luz para causar la muerte de cuantos fieles acudieran a besarlos. No contaron, sin embargo, con la participación divina, ya que cuando los devotos se disponían a acercar sus labios a los pies del Cristo, éste los retiraba evitando el mortal contacto. Los contumaces israelitas decidieron entonces robar el Cristo, que escondieron en la casa de uno de ellos, sin percatarse de que la imagen fue vertiendo por el camino un delator rastro de sangre que fue la clave de su perdición.
La Piedra del Rey Moro

Piedra del Rey Moro, que puede divisarse en el Valle toledano Una de las leyendas toledanas más populares se refiere a la llamada Piedra del Rey Moro, peñasco erigido sobre la curva del Tajo, en su montuosa orilla izquierda. Desde allí, el infeliz sultán que perdió Toledo lanzaba al cielo sus lamentos ante la impotencia de reconquistar la ciudad y poder reunirse con su favorita, cautiva de los cristianos.
La enamorada acabará muriendo de melancolía durante la larga espera, y el rey moro, después de jurar que no levantaría su campamento hasta reconquistar Toledo, pereció a su vez en una de las incursiones bélicas, a manos, como no podía ser menos, del Cid Campeador. Añade la leyenda que el desgraciado rey fue enterrado en una tumba excavada en la roca que enseñorea la ciudad, donde puede verse todavía su estremecedor sepulcro vacío. Y se asegura que, fiel a su juramento, el espectro del moro aparece noche tras noche sobre el berroqueño farallón, que misteriosamente, si se le mira de perfil, semeja una altiva cabeza enturbantada.
Doña Berenguela y la defensa de Toledo

Las Torres de la Reina, junto a la Puerta de Bisagra Como prueba de que las leyendas toledanas a veces logran escapar a los finales trágicos, una nos cuenta el episodio entre la reina doña Berenguela y el caudillo almorávide Alí Abul Hassan, que algo tiene de humorismo quijotesco.
Habiendo puesto sitio a Toledo el referido moro, ocurrió que el rey Alfonso VI se hallaba ausente de la ciudad con todo su ejército, por lo que tras las murallas sólo permanecía al frente de los toledanos la reina doña Berenguela con su corte de damas.
Oscuros presagios se abatían sobre los habitantes de la asediada ciudad cuando, inesperadamente, la reina cristiana apareció sobre la muralla, a la vista del ejército enemigo, increpando al sorprendido Alí sobre el escaso honor que para su palmarés de caudillo representaba la conquista de una ciudad defendida solamente por mujeres.
La leyenda deja reseñado que, tras la insólita arenga, el caudillo musulmán, entre atónito y ruborizado, mandó dar media vuelta a sus huestes, no sin antes ofrecer a doña Berenguela las oportunas disculpas.
Duelo en Zocodover

La plaza de Zocodover sirvió de palestra para el duelo de Alfonso VI con un hijo de Almamún, y para la rivalidad de mozárabes y galicanos. Alfonso VI es recreado una vez más por la leyenda, saliendo triunfante de un duelo celebrado en Zocodover contra uno de los hijos del rey moro Almamún por el amor de la bella Zoraida. Era el tiempo en que el rey castellanoleonés pasaba sus días de destierro en la corte taifa de Toledo.
Tras esforzada lucha, Alfonso consiguió alzarse con la victoria sobre su rival, al que perdonó la vida; y, ya con Zoraida a la grupa de su caballo, prometió a su anfitrión que nunca atacaría a la ciudad mientras la gobernase él o alguno de sus herederos.
Y al parecer cumplió su palabra porque, como recoge la historia, Toledo cayó en manos cristianas no por la fuerza de las armas sino mediante negociación con un nieto del rey taifa toledano.








