
¿Por qué las personas felices viven más?
Varios estudios muestran que la gente feliz vive más y tiene mejor salud. Por el contrario, la insatisfacción permanente se asocia a diversas patologías
Actualizado:Varios estudios muestran que la gente feliz vive más y tiene mejor salud. Por el contrario, la insatisfacción permanente se asocia a diversas patologías
12345678910La gente feliz vive más
Las personas felices viven de media unos ocho años más - Fotolia Así de tajante se mostraba Bruno S. Frey, de la Universidad de Warwick (Inglaterra), en un artículo publicado en 2011 en la revista «Science» . No sólo viven más años, argumentaba, sino que quienes tienen ese sentimiento subjetivo de bienestar que define a la felicidad gozan de mejor salud.
Y las cifras que aportaba no dejan lugar a dudas: las personas felices superan entre 7,5 y 10 años a los vividos por las que se consideran infelices. Un beneficio mayor incluso que el obtenido por un fumador cuando deja los «malos humos». Y es que los «malos humos», aunque en sentido figurado, parecen ser también los responsables de acortar la vida, dándole la vuelta a la afirmación de Frey.¿Pero por qué?
El pesimismo perjudica la salud
Las personas pesimistas e insatisfechas desarrollan inflamaciones crónicas, según algunos estudios - Fotolia Hay estudios que apuntan a que «las personas pesimistas y permanentemente insatisfechas desarrollan a menudo inflamaciones crónicas», explicaba el año pasado en «Mente y Cerebro» Peter Henningsen, especialista en medicina psicosomática, neurología y psiquiatría de la Universidad Técnica de Munich.
Son conclusiones de un estudio llevado a cabo por la Oficina de Salud de la Mujer de Estados Unidos en el que se preguntó a unas 100.000 mujeres por su nivel de vida y sus patologías, entre ellas, cáncer, enfermedades cardiovasculares y osteoporosis.
«Las que fueron calificadas como hostiles y desconfiadas presentaban un riesgo mucho mayor de desarrollar una enfermedad cardiovascular o incluso morir a lo largo de los ocho años que duró el estudio. Por el contrario, las optimistas tenían una esperanza de vida por encima de la media», señalaba Henningsen.
El famoso «Estudio de las monjas»
El estudio de las monjas asocia también las emociones positivas a una vida más larga - Vanessa Gómez Para llegar a conclusiones como las anteriores se utilizan estudios longitudinales, en los que se sigue a grupos de personas a lo largo de muchos años para comprobar si efectivamente quienes declaran sentirse felices viven realmente más.
El «Estudio de las monjas» es uno de los más famosos. Una de sus conclusiones más conocidas es que las hermanas con más estudios vivían más y con mejor calidad de vida al final de sus días, esquivando incluso las enfermedades neurodegenerativas o acusándolas menos. Pero entre la información recogida por David Snowdon y sus colegas en el «estudio de las monjas» había más datos interesantes.
Hace casi un siglo, la superiora del convento tenía la costumbre de pedir a las novicias que pusieran por escrito el motivo por el que estaban allí y lo que considerasen más significativo de su infancia y adolescencia. De aquellas notas se desprendía otra curiosa relación: «Las monjas que escribieron autobiografías positivas a los 20 años vivían más que las que hicieron descripciones negativas sobre su entonces joven vida», explicaba Ed Diener, profesor emérito de Psicología de la Universidad de Illinois en 2011, con motivo de la publicación de un metaanálisis que revisaba más 160 trabajos que estudiaban la relación entre las emociones positivas y la longevidad
Enemigos del bienestar
Andiedad, estrés, depresión, hostilidad... se asocian a enfermedades y una vida más corta - Fotolia La conclusión general del trabajo de Diener fue «que el bienestar subjetivo, definido como un sentimiento positivo acerca de la vida y ausencia de estrés y depresión, contribuye a la longevidad y a una mejor salud». Los investigadores liderados por Diener encontraron que la ansiedad, la depresión, la falta de satisfacción en las actividades diarias y el pesimismo se asociaban con mayores tasas de enfermedad y una vida más corta.
Pese a la evidencia de los datos, no está claro el modo en que sentirse feliz alarga la vida y favorece una salud mejor. Algunos estudios han encontrado que los estados de ánimo positivos reducen las hormonas relacionadas con el estrés, aumentan la función inmune y promueven una recuperación más rápida del corazón después del esfuerzo. Pero lo cierto es que se han hecho pocos estudios sobre el efecto de las emociones positivas en la salud.
La factura de la ira
La ira aumenta la frecuencia cardiaca y la presión arterial - Fotolia Sí se sabe, en cambio qué pasa cuando nos sentimos enfadados, por ejemplo. En la Unidad de Psiquiatría y Psicología Médica de la Universidad de Valencia se han ocupado de ello. La ira aumenta la frecuencia cardiaca y la tensión arterial. El sistema neuroendocrino también acusa el efecto del enfado y se dispara la testosterona, relacionada con la conducta agresiva.
Además hay una activación mayor del hemisferio frontal derecho del cerebro, que se relaciona con emociones que promueven el acercamiento. Aunque en este caso nada amistoso: nos aproximamos a lo que nos produce ira con la intención de eliminarlo.
En general, todas las emociones provocan una triple respuesta en el organismo. A nivel cognitivo hay un procesamiento de información consciente e inconsciente que influyen en la manera de interpretar los acontecimientos.
A nivel conductual las expresiones faciales, movimientos corporales o tono de voz contribuyen a mostrar la emoción que experimentamos. Y, finalmente, hay un tercer componente fisiológico que acompaña a las emociones, ya sean positivas o negativas, que de forma involuntaria modifica el tono muscular, la respiración, las secreciones hormonales, la presión sanguínea o la tasa cardiaca.
El cerebro emocional
Las emociones se procesan en la amígdala de forma rápida. La corteza cerebral tarda más en tomar el mando - Fotolia El lugar donde se procesan las emociones es la amígdala. En realidad hay dos, una en cada hemisferio cerebral, situadas en en lóbulo temporal. «Aquí se reciben todas las impresiones de lo que nos rodea, lo que entra en nuestra cabeza pasa por la amígdala. Y de aquí, y esto es lo más importante, salen conexiones hacia el sistema nervioso autónomo, que regula de manera automática la respiración, el ritmo cardiaco, el ritmo intestinal, la salivación, la sudoración o la vesícula, por ejemplo.
También conecta con el sistema neuroendocrino», que se encarga de regular desde el estado de ánimo al metabolismo en general, explica Fernando Martínez-Pintor, doctor en medicina especialista en Reumatología y director del instituto Universitario de Reumatología de Barcelona. Es además profesor del máster de Medicina Psicosomática y Psicología de la Salud de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática.
Daños colaterales
Palpitaciones, intestino irritable, dolor o somatizaciones, son las secuelas "físicas" del estrés - Fotolia De lo que se deduce que nuestras emociones, positivas o negativas, influyen en el funcionamiento general del organismo. Ante acontecimientos desagradables la amígdala «informa» al sistema nervioso autónomo y se pueden producir: palpitaciones, intestino irritable, dolor o somatizaciones, apunta Martínez-Pintor.
Y a través del sistema neuroendocrino la amígdala promueve la liberación de cortisol, la hormona del estrés, «que atraviesa la barrera hematoencefálica y llega al cerebro. De forma sostenida el cortisol es capaz de lesionar el hipocampo, con lo que se resienten la memoria, la capacidad concentración y la atención», explica este experto. El estrés también lesiona un haz nervioso con efecto analgésico: el haz bulboespinal, resalta.
Respuesta inteligente: contar hasta diez
Contar hasta diez es una buena manera de "templar" las emociones negativas que nos dañan - Fotolia Para combatir estas malas influencias, Martínez Pintor apunta a la inteligencia emocional, es decir, a la capacidad para gestionar adecuadamente nuestras emociones. La sabiduría popular nos da una pista de cómo hacerlo cuando nos recomienda «contar hasta diez» ante acontecimientos adversos.
Y es que diez segundos es aproximadamente el tiempo que tarda la información exterior en llegar hasta el lóbulo frontal, la parte del cerebro que, si tiene una buena dosis de inteligencia emocional, gestionará la situación de forma más adecuada y menos dañina para el organismo. Dejando la amígdala para las situaciones de auténtica emergencia, como escapar de un incendio.
Sin embargo, en muchas ocasiones, ante acontecimientos que plantean retos psicológicos, seguimos respondiendo con esa parte primitiva de nuestro cerebro, la amígdala, llevando a nuestro organismo a una situación agotadora de «lucha o huida». Una forma de lidiar con los altibajos de la vida cotidiana que no resuelve nada y pone en jaque nuestra salud.
De ahí la importancia de aprender desde niños a afrontar adecuadamente las situaciones que la vida nos presenta, con ello conseguiremos una respuesta de la amígdala, que «repercuta lo menos posible en nuestro organismo» explica Martínez-Pintado.
Estrés y cáncer: ¿mito o realidad?
Los pacientes deprimidos tienen un sistema inmunológico más bajo - Fotolia Aunque el estrés no está asociado al cáncer, una duda frecuente entre los pacientes no exenta de cierta culpa, sin embargo, «sí pueden estarlo los hábitos que lo acompañan: dormir mal, comer peor, abusar del alcohol y el tabaco...», aclara Raúl Márquez, oncólogo del MD Anderson Cancer Center de Madrid.
Sí parece haber una asociación entre depresión e inmunidad, explica Alfonso Berrocal, jefe de sección del Servicio de Oncología del Hospital Universitario de Valencia y portavoz de la Sociedad Española de Oncología Médica. Los pacientes deprimidos tienen un sistema inmunológico más bajo y un peor pronóstico en el cáncer.
También hay diferencia entre las personas optimistas y las pesimistas a la hora de afrontar esta y otras patologías. Los optimistas se adhieren mejor al tratamiento y hacen más cosas para cuidarse, porque piensan en su recuperarse. Los pesimistas se abandonan, coinciden Berrocal y Martínez-Pintor.
La clave está en la sensación de control. Quienes confían en su propia capacidad para alcanzar sus metas a pesar de las dificultades viven más y de forma más saludable, según un estudio de la Universidades de Rochester.
El interruptor de la felicidad
El sistema de la recompensa del cerebro es la "fuente de la felicidad" - Fotolia El «botón» de la felicidad se encuentra en el sistema de recompensa, que incluye áreas del cerebro y conexiones nerviosas que contribuyen a la sensación de bienestar. Una reciente investigación publicada en PNAS muestra que los adolescentes cuyo sistema de recompensa responde más a actividades que favorecen la autorrealización tienen menor riesgo de síntomas depresivos. Por el contrario, los que prefieren la gratificación rápida pero carente de significado son más propensos al malestar psicológico.
Las recomendaciones actuales para una buena salud se centran en evitar la obesidad, comer de forma equilibrada, no fumar y hacer ejercicio. Tal vez sea el momento de añadir una más: ser feliz y evitar el enfado crónico y la depresión. La felicidad no es una bala mágica, pero la evidencia de que cambia las probabilidades de enfermar o morir prematuramente es clara y convincente.