Cien años de misión celebran a Francisco
Entre los dos suman más de ciento diez años de misión en dos extremos del mundo en los que la vida no se entiende sin la parte del espíritu. Manuel Díaz Gárriz y Aurelio San Juan celebran la llegada del Papa Francisco a Roma, al que ven como un revolucionario
Actualizado: GuardarEntre los dos suman más de ciento diez años de misión en dos extremos del mundo en los que la vida no se entiende sin la parte del espíritu. Manuel Díaz Gárriz y Aurelio San Juan celebran la llegada del Papa Francisco a Roma, al que ven como un revolucionario
12Manuel Díaz Garriz: «Hará cosas importantes»
«El celibato se puede quitar en cualquier momento y no hay razones teológicas para que la mujer sea ordenada sacerdote», asegura el misionero jesuita - JOSE RAMON LADRA Manuel Díaz Gárriz (Estella, 1932), jesuita, acaba de regresar a India, adonde llegó hace sesenta años. Dentro de unos meses la editorial Mensajero publicará su versión del «Gitánjali», la obra cumbre de Rabindranath Tagore, por primera vez traducido directamente del bengalí al español:«Tagore es un ‘místico natural’, que sabe llegar a Dios a través de la naturaleza». Como señala en su introducción al libro, «leer el ‘Gitánjali’ es ponerse constantemente en la presencia viva del Dios Vivo, con naturalidad, con total naturalidad, sin exigencias filosóficas ni ascéticas». Recuerda el jesuita que Tagore no fue un monje, «fue un hombre de carne y hueso, un hombre que ha dejado una huella profunda en la historia de la Literatura y de la Educación en la India». Por eso «él tiene algo que decir hoy, Dios está aquí». Para los bengalíes es el poeta nacional, está muy presente en la cultura del país.
En diciembre serán 62 años en la India, de los 86 de este misionero que no aparenta la edad que tiene, sobre todo por la energía, la lucidez, los ojos de niño curioso. Le gusta repetir un refrán gujarati: «El árbol del mango no crece de repente». Ha venido a España con el ingeniero que está construyendo una nueva escuela para ingenieros técnicos financiada por Abengoa «gratis et amore».
—¿Qué fue lo que le llevó a la India?
—Yo quería ser misionero desde los once años...
Autor de un deslumbrante «Misionero hoy» (Mensajero), Díaz Gárriz tiene un verbo torrencial, recuerda con todo detalle la influencia de San Francisco Javier y de su madre, la historia de los jesuitas en Asia...
—¿Qué sintió cuando se enteró de que habían elegido a un Papa jesuita por primera vez en la historia?
—En realidad, aquí eran las siete de la tarde. En la India eran las doce de la noche o la una de la madrugada, cuando alguien me telefoneó para decirme que había fumata blanca. Yo creía que iba a tardar más tiempo. Toqué la campana y convoqué a todo el mundo. Cuando murió Pío XII y llegó la elección de un viejo gordo, de 77 años, la primera reacción fue de perplejidad. Cardenal Roncalli, Juan XXIII. ¡Bah! Fue una desilusión. Como si el Espíritu Santo se hubiera dormido. Y luego fue el que hizo el gran cambio de la Iglesia. Algo parecido ocurrió esta vez.
Se le ilumina la cara al contarlo: «Cuando salió dijo: «Buona sera». Era todo sencillez. Se puso a rezar e hizo rezar a todos. Me di cuenta en su discurso de un elemento teológico que yo creo que ningún Papa, desde Inocencio III, desde hace siete siglos, ha planteado. Él no habló nada de que era Papa, pastor universal de la Iglesia. Él dijo: ‘estos señores me han nombrado obispo de Roma. ¡Soy vuestro obispo! ¡Vosotros soy mi pueblo! Obispo de Roma. Una dimensión bien clara, teológica. En los últimos cinco o seis siglos el Papa es Papa, es obispo de Roma, pero sobre todo es Papa. Y luego nos enteramos de no querer entrar en el palacio vaticano, ir a pagar la factura de la pensión por su cuenta. Eso en la práctica es un cambio radical. Y también ha sido revolucionario que eligiera el nombre de Francisco. Claro que tiene 77 años y que cualquier día le pueden pegar un tiro, no sé, pero si vive cinco o seis años con buena salue puede que haga cambios muy importantes.
—¿Le parecen relevantes el celibato y la ordenación de las mujeres?
—Para mí no es una gran cuestión porque se puede quitar en cualquier momeno. La regla del celibato la adopta el Papa Gregorio VII, en el año 1070. No creo que al quitar el celibato vaya a haber más vocaciones, pero San Pablo decía: no hagáis obispo a quien no sepa llevar su familia. Según mi saber y entender teológicamente no hay el menor problema para que la mujer no sea ordenada sacerdote.
Aurelio San Juan: «Necesitamos una Iglesia más pobre»
«La Iglesia tiene que ser la conciencia crítica de la sociedad, y en España ha callado ante la corrupción», afirma Aurelio San Juan - JOSE RAMóN LADRA Le conocí en Bukavu, al este de la República Democrática de Congo, en uno de los últimos intentos del gigantesco, riquísimo, corrupto y desgraciado país africano de celebrar unas elecciones que cambiaran el curso de las cosas. Animaba en Congo una activa comunidad de Padres Blancos, una modélica imprenta, escuelas y talleres. Aurelio San Juan (Valdecañada, León, 1940) sigue vinculado a África desde la nueva casa de los Padres Blancos en Madrid, que ha contribuido a levantar con su probada honestidad y diligencia. San Juan estuvo en África, que no deja de añorar, desde 1966 a 2008.
—¿Por qué se hizo misionero?
—Vengo de una ciudad de mineros y en aquella época vivían pobres, en la miseria. Y yo me dije: voy a hacerme sacerdote para ayudar a esa gente a salir de la miseria y la explotación.
—¿Y cuántos años tenía?
—Trece o catorce años.
—¿Y ya tenía la vocación clara en ese momento?
—Yo más bien tenía una vocación revolucionaria. Pero como me di cuenta de que no podía hacer nada, me metían en la cárcel, decidí ir al seminario. Pasaban padres blancos por allí, misioneros, y fue entonces cuando tomé la decisión de irme a África.
—¿Y por qué eligió a los padres blancos?
—Porque los padres blancos no son religiosos. Son sacerdotes de vida en común, y también somos internacionales. Vivimos con padres de otros países, mezclados, y nunca menos de tres. Ese es nuestro carisma. Quería también probar mi vocación, primero en Francia y Bélgica, donde estudié teología y francés.
—¿Cuando mira hacia atrás, la vida que ha entregado al Congo, y ve que el país no acaba de remontar, cuál es su sensación?
—Feliz. Yo he pasado unos años muy felices en el Congo y me iría de nuevo si pudiera ir a trabajar, y sobre todo después de la independencia, desde el 66 al 72, cuando veías que el país progresaba. Estoy muy agradecido a la gente. Un pueblo necesita siglos y quizá nosotros hemos sido muy rápidos. La humanidad cambia muy lentamente. Como predica el nuevo Papa, necesitamos una iglesia más sencilla, más pobre.
—¿Le ha sorprendido la elección de este Papa?
—Sí, pero por otro lado ya se esperaba algo, un cambio. La Iglesia ha empezado a poner los cimientos, la creación de una nueva Iglesia. La Iglesia, para que sea de verdad una iglesia, tiene que ser perseguida. Uno de los momentos más felices que pasé fue cuando Mobutu suprimió la religión. La Iglesia tiene que ser la conciencia crítica de la sociedad. En España me ha molestado el silencio de la Iglesia ante la corrupción. Se ha situado junto al poder.
—¿Y la elección del nombre?
—Francisco es amor hacia los pobres. Es un Papa que predica con gestos, predica con el ejemplo, y quiere que la Iglesia se manche con el barro.