Judith Jáuregui: «Vuelvo a La Concha cuando necesito inspiración»
La joven pianista donostiarra busca cada día el contacto con la naturaleza para tomarse un respiro y madurar sus horas de estudio frente al piano

A los 5 años comenzó a tocar el piano, a los 8 se subió a un escenario y a los 11 dio su primer recital y ya entonces la «enganchó el escenario de una manera natural». Hoy, a sus 28 recién cumplidos, la donostiarra Judith Jáuregui tiene en perspectiva una prometedora carrera. «No soy una pianista de 8 horas delante del teclado, porque necesito coger aire y respirar». Y esas escapadas suelen acabar en la naturaleza. «Siempre hay unas notas volando en tu cabeza, por eso necesito respirar, cerrar los ojos y dejarme llevar, darme cuenta de que soy más que un ser frente a un teclado y verme dentro de la perspectiva de la naturaleza, que te hace estar en el mundo». Desde que reside en Madrid, esas evasiones la llevan a parques urbanos como «El Capricho», su preferido, con su carácter romántico que tanto le va, matiza. No le falta razón, ya que este espacio que data de 1874 es posiblemente uno de los rincones más bellos de la capital, aunque desconocido para muchos. Otras veces, Judith opta por internarse en el más transitado parque de El Retiro.
Asegura que la hora que pasa al aire libre le aporta «mucho más que el mismo tiempo frente al piano, porque lo trabajado se madura internamente, se procesa de alguna manera, y porque la música es vida, es comunicar, y para ello tienes que vivir fuera de las teclas». Cuando opta por paseos algo más largos, se acerca hasta Rascafría, en la sierra de Madrid. Allí, le gusta seguir la ruta que desde el monasterio de El Paular asciende hasta los 1.500 metros de la cascada del Purgatorio, «un paseo maravilloso, cuando necesitas un poco de paz. Tiene un agua helada que me recuerda un poco lo mío».
Y cuando dice lo suyo se refiere los paisajes donostiarras y en concreto a la playa de la Concha, «mi sitio, donde he crecido y he pasado unas horas de lujo. Es mi playa, mi mar, lo que más echo de menos en Madrid y donde siempre vuelvo cuando necesito inspiración y desahogo». Asegura que el contacto con este lugar tan emblemático para ella y con otros parajes naturales unidos a su infancia, son «la mejor manera de reponer fuerzas y desconectar».
Recuerda sin mucho esfuerzo, dados los pocos años transcurridos, «cuando iba, de pequeña con mi padre en piraucho, una canoa hinchable que ya no existe y que entonces se alquilaba. Era lo mejor de esos días. Llegábamos hasta la isla de Santa Clara, en el centro de la bahía, y la bordeábamos por detrás, con el mito de las crías de tiburón que decían que había en esas aguas».
Dice Judith que es más de mar que de montaña, aunque asegura que se cuida del sol por su piel tan blanca. Otro de sus recuerdos está unido a la pequeña Ondarreta, la otra playa de la bahía de la Concha, de la que destaca sus olas, que tan bien saben aprovechar los surfistas. Y por asociación recuerda las de Biarritz, donde también iba con frecuencia, porque su padre se crió allí, y donde pasó muy buenos ratos. Momentos de expansión que se ha ganado a pulso.
Con 17 años había acabado la carrera de piano y se dedicó a perfeccionar su técnica en dos máster, uno en Salamanca y otro en Múnich. «Cuatro años de encierro musical muy duros, los de la escuela rusa, con un maestro, al que aún sigo acudiendo, que tenía un carácter tremendo, y un día me hacía sentir maravillosa y otro la peor persona que se ha podido sentar frente a un teclado». Después decidió volver e instalarse en Madrid, «que me podía dar más, porque es donde se mueve más la música clásica».
La música de la naturaleza
Charlando con Judith es difícil no pedirle que ponga música a los lugares que ha ido mencionando. La urbana playa de la Concha resuena en su cabeza asociada a melodías francesas. No sólo por su cercanía con el país galo sino «porque San Sebastián es muy francesa». Se decanta por Ravel o Debussy, y «si el mar esta bravo, algo con más carácter, como Beethoven o Brahms». Y aprovecha para declararse «romántica alemana», fascinada por compositores como los anteriores, Schumann o Chopin, este último muy adecuado para pasear por El Capricho. Y para la ruta del Paular escoge «Los juegos de agua», de Listz, o «La fantasía del caminante», de Schubert.
A Biarritz, paradójicamente, «le pega la música española, porque siempre hay sol y está llena de vida, como nosotros», y se decanta por Granados. Al estilo de su último disco, «Para Alicia», un homenaje a la gran pianista Alicia de Larrocha en el 90 aniversario de su nacimiento, que tan buena acogida está teniendo y en el que también incluye música de Falla y Albéniz.
Pero no sólo de música clásica vive Judith y para cambiar de notas, escoge la fusión jazz-flamenco de El Cigala, con sus «Lágrimas negras», o alguna melodía entonada por Sinatra o Nat King Cole. Su conversación alegre y distendida refleja su gusto por la vida social, y asegura que le encanta compartir unos vinos con los amigos, pasear o charlar con ellos. Aunque no siempre puede: «No sé lo que es tener un domingo, y un fin de semana es un lujo». Sin embargo, matiza que a pesar de sus muchas giras, no siente que trabaja, «porque tocar el piano es estudiar y es muy bonito». Lo dice cuando acaba de pasar las vacaciones de Semana Santa en Sevilla, cinco días en los que se ha olvidado del ordenador y el piano «a pesar de que en el hotel había uno».
De su paso por Alemania le queda una fuerte conciencia ecológica que no acabamos de alcanzar aquí, donde ponemos mil pegas para dejar cada desperdicio en el contenedor adecuado: «Es un tópico pero es la realidad, mundo y Tierra tenemos una, y si no la cuidamos la vamos a destruir».
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