Los cinco héroes del 11-M que no querían serlo
ABC recoge las vivencias del jefe del Samur, la médico forense, el bombero, la operadora del 112 y el policía. Los 5 estuvieron en el 11-M. «Sólo hicimos nuestro trabajo. Los héroes fueron los vecinos de Madrid»
Actualizado: GuardarABC recoge las vivencias del jefe del Samur, la médico forense, el bombero, la operadora del 112 y el policía. Los 5 estuvieron en el 11-M. «Sólo hicimos nuestro trabajo. Los héroes fueron los vecinos de Madrid»
12345Ervigio Corral, director del Samur: «Ifema fue un horror»
Ervigio Corral, al mando del Samur - Ignacio Gil Como los cuatro valientes que nos hablan a continuación, Ervigio Corral, el jefe del Samur, insiste machaconamente en que aquel trágico día ellos cinco no fueron héroes de nada. «La heoricidad estuvo en el pueblo de Madrid», dice con temple este hombre casado y padre de dos niñas. «Lo peor, desde el punto de vista personal, fue Ifema». Así recuerda lo que pasó en la enorme morgue en que se convirtió el pabellón de ferias madrileño. «Fue horrible. Nadie se imagina lo que es confirmar la muerte a los familiares. La labor de los psicólogos fue fundamental».
«Lo que más me costó ese día -asegura Corral- fue dejar de ser médico. Tuve que dar un paso atrás y dejar que mis compañeros actuaran porque yo tenía que coordinar todo el dispositivo y repartir todos los recursos». A Ervigio, las primeras noticias del atentado le llegaron de inmediato, cuando se dirigía a su trabajo en la plaza de Legazpi.
«Me parece que hay una explosión en Atocha, exclamamos. Durante el camino empecé a tomar decisiones y a activar el protocolo de catástrofes; también a los que no estaban de guardia, aunque la gente ya se iba presentando de forma voluntaria. En los primeros minutos éramos 80; a la hora ya estábamos 400. A la una de la tarde ya había una lista con 700 heridos en la web del 112. El último herido salió de Téllez a las dos y cuarto de la tarde. Hay veces que ni me lo explico cómo lo hicimos tan rápido».
«Estamos acostumbrados a trabajar con la muerte pero aquello fue muy duro. El Samur estaba preparado. ETA nos había ido forzando a prepararnos durante muchos años». Corral tiene un momento para recordar al entonces concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, Pedro Calvo, «que tuvo la idea de montar todo en Ifema. Allí los familiares tuvieron intimidad», comenta.
«El 11-M no se me va a olvidar en la vida. Pero con el paso del tiempo pero me ha dejado, y quiero que se me entienda bien, una experiencia positiva más que negativa: el comportamiento ejemplar de las familias».
Carmen Baladía, médico forense: «Fue un desgarro del alma»
Carmen Baladía, en el vestíbulo de Cercanías de Atocha - I. Gil «Lo que más me impactó fueron los móviles sonando dentro de los sudarios». A Carmen Baladía, madrileña, casada y madre de dos hijos médicos también, el atentado la pilló siendo la directora del Instituto Anatómico Forense. «Mientras yo tenga memoria, las víctimas vivirán conmigo. En lo personal fue un desgarro del alma, algo que te conmueve en lo más íntimo de tí mismo». Ella, por su cargo, no hizo muchas autopsias, más bien ninguna, pero tuvo que estar, en Ifema, al tanto de los 191 cadáveres que dejó aquel sinsentido terrorista. Y coordinar que todo fuera rápido, eficaz y preciso a partes iguales. Al final, pasaron por sus manos los expedientes de los 191 cadáveres.
«Tampoco resulta fácil dejar atrás la imagen de las familias ya en el cementerio de La Almudena. Les tenía que enseñar, en un ordenador, el rostro de su familiar fallecido para que lo reconocieran. Padres, madres, hijos y hermanos delante de la pantalla y con el alma rota ... Fue horrible. Intentas ser tú, la profesional, la médico, la forense ... pero en esos momentos no dejas de empatizar con las personas que sufren tanto y tan hondo. Es un dolor muy profundo», señala Baladía.
A Carmen Baladía tampoco el tiempo le borrará aquella experiencia. «Aprendes. No hay más remedio. Y sacas lo mejor de tí para darselo a los demás».
Eugenio Amores, bombero: «No voy a leer esta entrevista»
Eugenio Amores, junto a la Estación de Atocha - I. G. Otro más que no quiere ninguna medalla de héroe. En realidad, ninguno de nuestros cinco protagonistas lo admite. Que no, que no. Y, cuando les escuchas, sabes que tienen razón. Verán porqué. «Nosotros estamos acostumbrados y adiestrados. Los ciudadanos no. Y ellos fueron determinantes con su comportamiento». Lo dice Eugenio Amores, subdirector del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid.
Curtido en tragedias como el 11-M y el accidente del avión de Spanair, por ejemplo, este hombre de 59 años lleva treinta de servicio. Y con más fuerza que nunca. «Aquel día no se me olvidará en la vida. Procuro relativizar. ¿Sabes por qué? Pues porque no leo lo que digo cuando me han preguntado. Por eso no voy a leer esta entrevista. Pura terapia», nos asegura.
Eugenio hace honor a su apellido: Amores. Y los reparte a raudales. «Es lo más duro que yo he visto. Fue desproporcionado. Al principio pensé en otro atentado como los que ya habíamos vivido en Madrid pero al ir llegando me dije: "Esto es otra cosa"». «Me enteré tomando el café, a punto de entrar a trabajar en el parque del paseo Imperial», recuerda. Él estuvo en los cuatro escenarios del horror: Atocha, calle Téllez, El Pozo y Santa Eugenia. «Cuando empecé a ver amputados y gente corriendo me dí cuenta de lo que íbamos a vivir».
«Era difícil de entender. No olvidaré el silencio y a los heridos deambulando, en estado de shock ... Iban así porque, además de lo dantesco de la escena, la onda expansiva te deja sordo». Y queda en su retina un episodio duro para él: «En Santa Eugenia, al rescatar un cadaver, vi un libro y unas zapatillas idénticas a las de mi hijo. Pensé en sus padres».
Mónica Gavieiro, operadora del 112: «Lloré mucho, de rabia»
Mónica Gavieiro, en la estación de Atocha - I. G. Ella estaba de baja por un dedo roto pero no se lo pensó dos veces cuando se dió cuenta de la forma tan trágica que empezaba el 11 de marzo de 2004. Mónica Gavieiro, madre de un chaval que hoy tiene 17 años, tiró hacia su trabajo, en Pozuelo de Alarcón. Ella es operadora de Emergencias 112, de la Comunidad de Madrid. Antes de las 8 de la mañana ya estaba sentada atendiendo llamadas: 22.000 sólo en las tres primeras horas de los atentados.
«Lloré mucho. Lloré de rabia y de impotencia. No podía respirar escuchando todas aquellas voces desesperadas que llamaban a nuestro teléfono ... Había mucho dolor en la gente», recuerda.
«Yo fui una de las tres personas que canalizaron las llamadas de atención a las familias. Tenía una lista de hospitales a los que se iba derivando a las víctimas. Podía dar el hospital si por quien se preguntaba estaba en la lista de heridos. Si no, si era de los fallecidos, cogía aire y les comunicaba a los familiares que les "transfería" la llamada... a los psicólogos. Ahí entraban ellos».
Diez años después, a Mónica no le gusta recordar. A veces resulta muy difícil. «Se me han quedado grabados algunos de los nombres por los que me preguntaban: David, Nuria ...»
Antonio Barrero, policía municipal: «Valoro más la vida»
Antonio Barrero, frente al monumento que conmemora del 11-M, en Atocha - Ignacio gil Con Antonio Barrero, este policía municipal con cara de buena gente, casado y padre de dos hijas, vamos a empezar por el final de su relato. «De ese 11 de marzo me quedo con una lección: vi lo mejor y lo peor de la condición humana. Lo peor, que haya gente que cause tanto dolor. Lo mejor: el ejemplo de los vecinos de la calle Téllez, donde me tocó trabajar, entregados y tirando mantas desde las terrazas, ofreciéndose a lo que fuera. Un pueblo volcado con la tragedia que a nadie le cabía en la cabeza».
«¿Cómo hay mentes capaces de quitar tantas vidas de golpe?», se pregunta todavía hoy Barrero. A él y a sus compañeros el 11-M les pilló a pocos metros de las bombas en la calle Téllez porque su unidad estaba (y ahí sigue) en la calle Alberche, a escasos metros de Téllez y al ladito de los antiguos cuarteles de Daoíz y Velarde, donde primero se atendió a las víctimas de las dos explosiones registradas en ese punto.
«Nosotros estábamos en planta baja, en subterráneo y aunque estábamos ligeramente protegidos, notamos un fuerte temblor. Lo primero que pensé era que se había caído la grúa de unas obras que estaban al lado, en la calle. Ni te das cuenta que el edificio entero había vibrado. Y vibró mucho », comenta.
Antonio también tiene grabada a fuego la imagen al atender a las primeras víctimas que le salieron al paso. «Iban calladas. Con la vista perdida. En estado de shock ... Y en silencio. Había mucho silencio».