
Ocho anécdotas históricas sobre Madrid
Desde el elefante que se escapó de la Casa de Fieras y se metió en una tahona, a las riñas a tortas entre Guardia Civil y Policía Municipal en las obras del Metro
Actualizado: GuardarDesde el elefante que se escapó de la Casa de Fieras y se metió en una tahona, a las riñas a tortas entre Guardia Civil y Policía Municipal en las obras del Metro
12345678Una auténtica Casa de Fieras

Un visitante «confraterniza» con uno de los elefantes de la Casa de Fieras, en una foto de 1957 - ARCHIVO ABC Madrid está plagada de Historia. Y de historias. Muchas de ellas son accesibles a cualquiera con sólo entrar en la página web Memoria de Madrid, del Ayuntamiento madrileño, un lugar de visita obligada para estudiosos o para simples curiosos. Estas ocho historias, todas sacadas de allí, son una buena muestra de ello.
La Casa de Fieras es un pozo sin fondo de anécdotas. Primero, Carlos III mandó construir un zoo en la actual Cuesta de Moyano, allá por 1774. Y Fernando VII lo traslada a «La leonera», que aún pervive. Hasta 1868, es la Casa Real la que asume los gastos de mantenimiento. Con la llegada de la Primera República, pasa a depender del Ayuntamiento. Y esto resulta ruinoso para el municipio, que finalmente cede los derechos de explotación al empresario de circo Luis Cabañas. Que aplica una politica mucho más espectacular al negocio: presta animales para luchas en plazas de toros, saca a pasear a los cocodrilos, y lleva a los elefantes a bañarse a una fuente del Retiro, hasta que una vez uno de ellos, Pizarro, se escapa por la calle de Alcalá y, como se dice popularmente, «la lía parda». Al final, su aventura acaba en una tahona, en la que acabó con las existencias de pan.
La Casa de Fieras volvió al Ayuntamiento en 1918 y el jardinero mayor Cecilio Rodríguez lo reformó y reinauguró en 1921. Hubo un oso que atacó a un cuidador, y que más tarde se escapó, sin dañar a nadie porque fue abatido a tiros antes. Hubo más ampliaciones, y más adquisiciones de nuevos ejemplares. Durante la Guerra Civil, el zoo tuvo que cerrar sus puertas. Se cuenta que muchos animales murieron de hambre, y otros fueron sacrificados para el consumo humano. Pero en 1937, el 16 de mayo, reabrió. Y poco después le llegaron muchos animales, evacuados de zoológicos europeos con motivo de la Segunda Guerra Mundial. El recinto se cerró definitivamente el 22 de junio de 1972.
La Nochevieja, una «protesta» social

El Rey Baltasar y uno de sus pajes, en la Cabalgata madrileña de 1964 - ARCHIVO ABC El origen de la celebración de Nochevieja, siempre se ha dicho, procede de un año de máxima cosecha de uvas en Alicante, a la que se dio salida de este modo. Pero según cuentas las crónicas, la historia viene de más lejos: concretamente, de una broma que los madrileños gastaban a los recién llegados a la capital. Se les hacía creer que los Reyes Magos, conforme visitaban los hogares madrileños, iban dejando dinero en los balcones. Los incautos que picaban con esta inocentada iban escalera en mano subiendo a las casas para recoger las monedas.
Durante la fiesta, los madrileños recorrían las calles con hachones encendidos y arrastrando latas por el suelo, produciendo un estrépito insoportable. Tal era el bullicio y el escándalo formado en las calles de la capital, fundamentalmente en la Puerta del Sol, que en 1882 el alcalde de Madrid, don José Abascal (cántabro, para más señas) quiso abolir esta costumbre mediante la imposición de una tasa de cinco pesetas para todos aquellos que quisieran participar en la celebración. Pocos quisieron pasar por caja y ese mismo año la procesión dejó de realizarse, al menos en el centro de la capital.
Pero los madrileños querían seguir celebrando las fiestas navideñas en la calle. Así que comenzaron a reunirse en el día de Nochevieja en la misma Puerta del Sol a celebrar la entrada del nuevo año con la voluntad de armar el mayor bullicio posible. Con el ánimo festivo y burlón, y como forma de ridiculizar a la clase política que les impedía celebrar la fiesta a su modo, empezaron a tomar las uvas al ritmo de las campanadas del Ministerio de la Gobernación, satirizando la aristocrática costumbre recien importada de Francia de tomar uvas y champán durante la Nochevieja.
Prohibido correr más que un caballo al trote

Tranvía y otros vehículos, circulando por la plaza de Cibeles en 1962 - archivo ABC Lo del caótico tráfico madrileño es cosa, como aquel que dice, de antes de ayer: si remontamos un poco en el tiempo, y miramos con distancia, Madrid era bien distinta en este aspecto a comienzos del siglo XX. De hecho, hasta 1902 no existió una reglamentación sobre la circulación en el casco urbano. Fue el alcalde Alberto Aguilera el primero en tomar este toro por los cuernos. Entre sus primeras medidas: prohibido circular a más de 8 kilómetros por hora, la velocidad de un caballo al trote.
Pese a esa «velocidad de crucero», los accidentes aumentaron. Así que el nuevo alcalde, Gonzalo Figueroa y Torres, en 1905 endureció las condiciones y fijó los límites de velocidad en 10 kiómetros por hora en sitios llanos y de poca circulación, y 5 en las calles del interior.
Eduardo Dato prohibió en 1907 que se usaran sirenas que «pudieran espantar al ganado». Además, los coches estaban obligados a parar en la línea fiscal del municipio, para dar cuenta de las mercancías transportadas. Lo que dio lugar, cuentan en Memoria de Madrid, a «una anécdota protagonizada por el director de ABC, Torcuato Luca de Miranda, que fue acusado de intentar introducir en la ciudad un bidón de gasolina que llevaba en el coche para recargar el depósito. Don Torcuato no dudó en utilizar su periódico para denunciar el hecho, apresurándose el alcalde, el Conde de Peñalver, en aclarar la situación a través de un decreto».
Un submarino en el lago de la Casa de Campo

El inventor, dentro del submarino, antes de sumergirse, según foto del periódico «La Luz» de 1932 - memoria de madrid Un obrero ferroviario, Adrián Álvarez Ruiz, inventó un generador de aire que probó el 24 de octubre de 1932 en el lago de la Casa de Campo. Este aparato era capaz de generar oxígeno y expulsar el anhídrido carbónico producido por la respiración. Su objetivo era permanecer más de 5 horas dentro de la cabina de un pequeño submarino sumergido dentro del lago, sin más apoyo vital que el del aparato inventado por él.
La nave se sumergió pero, según cuentan las crónicas, por falta de lastre volvió a emerger. Se le cargaron dos toneladas de lingotes de plomo y, esta vez sí, cayó. Para comunicarse con el exterior, Álvarez Ruiz lanzaba unas esferas de celuloide que encerraban mensajes y que salían a flote.
A la hora y media de inmersión, comenzaron los problemas: una tuerca del submarino se aflojó y empezó a entrar agua. El experimento tuvo que abortarse. Días después, la prueba se repitió ante representantes del Ayuntamiento, con resultado exitoso: cinco horas y media debajo del agua.
«Milagrosa» Casa de la Villa

La Plaza de la Villa, aún arbolada, en una foto de archivo de 1920 - ARCHIVO ABC El cuadro anónimo «Milagro de la Virgen de Atocha en las obras de construcción de la Casa de la Villa» (1676-1700) es, en sí mismo, un misterio. Representa el estado de las obras de la que ha sido Casa Consistorial durante más de cuatrocientos años en torno a 1650. Se aprecian varios aguadores que llenan sus cántaros en la fuente monumental de Rutilio Gaci que estaba instalada en la plaza en 1618.
Una de las escenas que se ven recoge la salvación milagrosa de un caballero víctima de una emboscada gracias a la intervención de la Virgen de Atocha, cuya imagen aparece sobre el cielo. El misterio estriba en saber quién era ese caballero, quién le atacó y por qué, y si, como algunos autores creen, el cuadro es un exvoto del mismo en agradecimiento por el milagro operado en él.
«Nerón» y «Sombrerito», de poder a poder

Antigua plaza de toros de Madrid, situada en los terrenos del actual Palacio de los Deportes - ARCHIVO ABC Domingo 13 de febrero de 1898; antigua Plaza de Toros de Madrid -sobre el solar del actual Palacio de los Deportes-. Los carteles anuncian un «espectáculo sensacional», «hace 25 años no presenciado en Madrid». Que consistía en «la lucha feroz entre un toro de cinco años y un magnífico elefante». El cartel del evento se conserva en el Museo de Historia.
Nerón -el elefante- se enfrentaba a Sombrerito -el toro-. Éste, con una pata sujeta con una cadena de hierro de 16 metros de longitud. Tras 15 minutos de lucha, la idea era retirar a ambos animales por bueyes, «caso de que ambos queden vivos».
La plaza, cuentan las crónicas que aún se conservan en la Hemeroteca Municipal, estaba abarrotada. Pero el elefante resultaba algo manso, se quejaban los periodistas de El Imparcial y La Correspondencia de España. Claro que, así y todo, rompió la cadena y se dirigió hacia la barrera. El público corría aterrorizado, pero la cosa no pasó a mayores.
Sombrerito asomó entonces, vio aquel pedazo de rival y le embistió, lo que provocó que el elefante volviera a romper la cadena y a salir despavorido. No hubo más pelea; el resto del tiempo del supuesto combate, ambos «púgiles» se ignoraron a conciencia.
El público, indignado, pedía un toro con más bravura. Y se les concedió: el segundo astado corneó en repetidas ocasiones al elefante, hasta derribarle. El toro recibió ovación general, y el elefante, una lluvia de naranjas.
Bronca entre Policía Municipal y Guardia Civil

Marquesina del metro en la Red de San Luis, en la década de los años 20 del siglo pasado - archivo abc En la noche del 20 de marzo de 1922 se produjo un choque armado entre la Policía Municipal y la Guardia Civil a cuenta de las obras del metro de Madrid. Un enfrentamiento que terminó con numerosos detenidos, entre ellos los mandos de la Policía Municipal y varios concejales, y también con la dimisión irrevocable del propio Alcalde de Madrid.
El Metro lo construía el Estado, pero al parecer no se atenían a las ordenanzas municipales de ocupación de la vía pública -por las que había que pagar un canon- y no se ponían correctamente las vallas de seguridad. O se talaban y abandonaban un centenar de árboles en la calle Magdalena.
El 20 de marzo de 1922, varios técnicos municipales acompañados por el teniente de alcalde se presentaron en la estación de Puerta de Atocha para llevar cabo una inspección que podía conllevar la suspensión de las obras. La seguridad, reforzada por la Guardia Civil, les expulsó. El alcalde de Madrid, Marqués de Villabrágima e hijo del Conde de Romanones, se personó en el lugar media hora más tarde, junto con varios concejales más acompañados por la Policía Municipal. Al persistir la negativa, el Subjefe de la Guardia Municipal Manuel Garrido intentó entrar en la obra, pero la Guardia Civil lo derribó a culatazos y llegó amenazar con sus pistolas al grupo formado por el alcalde y los concejales.
Los incidentes se extendieron por varios puntos más de las obras, que prácticamente ocupaban todo Madrid. Como dice Memoria de Madrid, «Se lee en el Heraldo de Madrid que "cuando entró el Jefe de la Guardia Municipal, señor Camarero, en las obras que había frente al Ministerio de la Guerra, vio a un Guardia municipal al que un individuo de la Benemérita agredía a sablazos. El señor Camarero acudió rápido en auxilio de su subordinado. El Cabo de caballería de la Guardia Civil arremetió con el caballo contra el Jefe de la Guardia Municipal"».
«A medianoche, poco después de haber sido puestos en libertad todos los detenidos, el Alcalde realizó declaraciones a la prensa, explicando lo sucedido, y acusando de la desproporción de la actuación de la Guardia Civil. Al día siguiente siguió la lucha, esta vez en el Congreso. El Marqués de Villabrágima defendió la actuación municipal en un agrio enfrentamiento con el Presidente del Gobierno quien le recordó que su puesto era subordinado al del Ministerio de la Gobernación a la vez que le exigía la dimisión de su cargo».
Excusas contra Pepe Botella

El levantamiento del Dos de Mayo de 1808, en una exposición por el Bicentenario - ERNESTO AGUDO Excusas de todo tipo son las que se inventaron varios invitados del rey José I y del Ayuntamiento de Madrid para no acudir a un acto al que fueron invitados en 1808. Antes de que Pepe Botella entrara en la capital, su hermano Napoleón ya se había instalado en Chamartín, lo que no dejaba en muy buen lugar al «monarca».
José I no quería aparecer como un rey títere: promovió una entrada espectacular en Madrid, y mandó instrucciones al Ayuntamiento para que movilizara la ciudad en una fiesta que realzara su figura, tal y como se recoge en un expediente del Archivo de Villa: que los teatros realizaran funciones; que las campanas de las iglesias tocaran, que se adornaran e iluminaran las calles, que hubiera cien salvas de cañonazos... Y también un desfile en el que acompañaran al Rey los «señores capitulares» de la ciudad.
Y ahí empezó el desfile de excusas: Don Manuel González Montao alega que desde el año anterior no podía salir de casa por sufrir «cruelmente de almorranas». Don Francisco Fernández Villa habla de la «desgraciada muerte, bien pública, acaecida en su casa, que ha indispuesto su salud». Miguel de Vega pide al Ayuntamiento que no ignore «sus accidentes de apoplejía y perlesía» que le tenían impedido todo el costado izquierdo.
Luís Gabaldón afirma que lleva nueve días enfermo por «un catarro tenaz» que le ha provocado «debilidad de cabeza» por lo que también solicita que se excuse su asistencia. Y Francisco Muñoz del Valle solicita que se le libere de la obligación alegando que se encuentra en cama a causa de unos «dolores vehementes de vientre y generales de todo el cuerpo». Todo ello, convenientemente documentado por los expertos de Memoria de Madrid, una página de visita recomendada.






