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El discreto encanto de Franco Battiato

El cantante italiano conquista L'Auditori de Barcelona con su sobria y elegante naturalidad

El discreto encanto de Franco Battiato efe

david morán

Y de pronto, Battiato se puso en pie. Durante más de una hora, el cantante siciliano había permanecido sentado, meciendo los brazos al ritmo del cuarteto de cuerda que le secundaba y calibrando desde una tarima decorada con una alfombra persa la dimensión de las tragedias que encierran sus textos, pero entonces sonó "Bandera bianca", oportunamente enroscada a "Up Patriots To Arms", y, de pronto, Battiato se puso en pie. Se alzó, quizá para colocarse al fin a la altura de unas canciones que, inmensas y majestuosas, se expandían y flotaban por el Auditori de Barcelona propulsadas por la mística del italiano, la vibración de las cuerdas y ese espinazo pop tan maleable como difícil de doblegar.

A un par de días de cumplir 69 años, Battiato se puso en pie y dejó claro, una vez más, que su voz es mucho más que un eco del pasado, un murmullo lejano anclado a aquel "Nómadas" que le popularizó en España. Con "Ábrete sésamo", versión en castellano del «Apriti Sesamo» que publicó en Italia el año pasado y que repasó casi al completo en el primer tramo de la noche, el autor de "Fetus" se volvió a meter al publico en uno de sus desgastados bolsillos de pana. En apenas dos horas, Battiato demostró que su carrera es un río bravo de cauce cambiante e incontrolable; un torrente de palabras y versos, acordes y ritmos, capaz de embarcarse en un sugerente y cromático viaje sin necesidad de moverse del escenario.

Como un Leonard Cohen transalpino, Battiato se mecía al son de sus suaves valses desenfocados, canciones para bailar hasta el final de los tiempos, mientras la banda ajustaba un sonido impecable y se embarcaba en una encantadora y discreta travesía para cubrir la distancia que va de "Un irresistible reclamo" a "Centro di Grativa’ Permante". "Somos detritus, restos humanos arrastrados por la corriente", cantaba el italiano en "Estabas conmigo", una de las nuevas piezas adaptadas al castellano por Manu Ferrón y J, de Grupo de Expertos Solynieve, y que el miércoles sonaron en Barcelona poderosamente hermosas y vigentes.

Aún quedaba un trecho largo para que Battiato se alzase para dar buena cuenta de "Cuccurrucucu", "E ti vengo a Cercare", "L’era del cinghiale bianco" y, cómo no, la expansiva y jubilosa "Voglio vedereti danzare", pero fue en esa primera parte donde el siciliano dejó fuertemente anclada su vigencia, confundiéndose entre sutiles vapores electrónicos, dejándose acunar por los teclados y, en fin, cantándole a esa belleza que se esconde tras la fealdad de la mundo y a la que uno llega con no poco esfuerzo.

"Vivimos en la impernanencia, la incertibumbre de la vida condicionada", cantaba Battiato poco antes de regresar a su cueva mística para recuperar "Mesopotamia" e "Ill Mantello e La Spinga" y tomar impulso en la quietud para renacer como estrella del pop poco amiga de los convencionalismos. El David Byrne italiano, como se la ha bautizado en alguna ocasión, descorchando su colección de himnos de alboroto y melancolía y firmando una nueva clase magistral de como envejecer convertido en lo más parecido a una antiestrella.

Triunfó Battiato y su discreto encanto, pura naturalidad desparramada sobre el escenario, pero sobre todo triunfaron unas canciones que resisten con ligeros retoques y ajustes y se mantienen firmes y alzadas. El arte de la elevación, reinterpretado por uno de sus máximos exponentes.

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