Las diez cuentas saldadas por Morrissey en su «Autobiografía»
Morrissey, en una imagen de archivo - ABC

Las diez cuentas saldadas por Morrissey en su «Autobiografía»

El líder de The Smiths ha colocado sus memorias, publicadas por Penguin Classics, en el número uno de las listas de ventas en Reino Unido. Repasamos lo esencial de un libro visceral de 457 páginas sin pausa ni capítulos

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El líder de The Smiths ha colocado sus memorias, publicadas por Penguin Classics, en el número uno de las listas de ventas en Reino Unido. Repasamos lo esencial de un libro visceral de 457 páginas sin pausa ni capítulos

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  1. La rendición de la industria musical

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    “Se ha olvidado, pero el éxito de los Smiths fue torpedeado firmemente por la industria musical, que optó por la actitud de “si les ignoramos, terminarán por irse” con la que habían proscrito al Punk”. Morrissey arremete duramente contra los productores, abogados y “managers” de la industria. “En la viciosa lógica mercantil y megalómana de los triple platinos de Queen y Phil Collins, los Smiths estaban ahí, producto de un momento accidental de insubordinación en días en los que no había señal de artistas independientes o de actitudes desconectadas”.

    Morrissey consuma así su venganza con unos popes de la industria a los que siempre incomodó el ascenso desvergonzado y de malas maneras de un gañán del norte. Para los Smiths, “lo esencial era centrarse en la música”. Para quienes manejaban sus hilos, “la prioridad era destruir al músico”, cree Morrissey. “Firmábamos básicamente cualquier cosa sin mirar, nunca hicimos dinero de las giras, y no teníamos ni idea de dónde acababan nuestros royalties internacionales”, explica.

  2. Morrissey contra Rough Trade

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    Con su sello inglés, Rough Trade, que alcanzó sus primeros número 1 gracias a la banda de Morrissey y Marr, “nunca corrió el champán”. De su productor y agente, Geoff Travis, recuerda una única escena en la que le hizo un regalo. Un paquete de galletes con la etiqueta del precio (2,75 libras) todavía puesta. “La traición adopta muchas formas, y el dinero que haces nunca te pertenece”. Nunca tuvieron suerte. George Martín de los Beatles y Tony Visconti, productor de los discos más importantes de David Bowie, rechazaron producir discos suyos. Y fueron maltratados sin piedad.

    Cuando les alojan en el hotel Algonquin de Nueva York para su primera gira en EEUU, son recibidos por una legión de cucarachas. Y cuando Morrissey llama a Travis para quejarse este, alojado en casa de un amigo en el Upper East Side, le dice “que serán solo unos días” antes de colgar. “No entendemos cómo estáis vendiendo tantas entradas”, les diría Seymour Stein, del sello Sire que distribuía sus discos en EE.UU., antes de sus primeros bolos en California. Obviamente, estaban sorprendidos porque no habían hecho promoción alguna con la banda. Esta colgó el cartel de completo en sus primeras dos noches en Los Angeles en 1985. Y Morrissey se tomó su humilde venganza. “Me gustaría agradecer a todos los que han hecho esto posible… The Smiths”, dijo nada más subirse al escenario del Palladium ante 12.000 personas. “Fue petulante, claro”, reconoce, “pero era la única manera de hacernos oír”.

  3. Morrissey, a pesar de Manchester

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    “Mi infancia son calles y calles y calles y calles. Calles que te definen, calles que te oprimen”. El arranque de la autobiografía de Morrissey no será recordado y recitado como el de “Cien años de soledad” o el de “Sentido y sensibilidad”, pero sirve para entender el abrumador peso de los orígenes en el genial artista. En una novela de 457 páginas, dedica solo unas 70 a recorrer la historia de la banda que le dio la fama y, sin embargo, dedica las primeras 150 a sus aventuras y desventuras iniciativas en el Manchester de la inmigración irlandesa en el crecieron él y sus futuros compañeros de banda, Johnny Marr, el bajista Andy Rourke y el batería Mike Joyce.

    “La herencia arquitectónica de Manchester es la demolición”. De niños, jugaban a matar ratas a pedradas. “Los pájaros se abstenían de cantar en el Manchester industrial de la posguerra, los sesenta no hicieron bailar a nadie y los locales eran lo contrario de habladores”, escribe el cantante. En clave menos poética, explica que “no conocíamos a nadie que estuviera registrado en el censo electoral”. La identidad norteña le persiguió siempre, algo inevitable en una país clasista donde el origen social y geográfico todavía hoy es determinante. “El norte es un país diferente, uno formado por salvajes paisajes nocturnos de aflicción afectada”.

  4. Morrissey contra el destino

    Morrissey, en una imagen de archivo
    Morrissey, en una imagen de archivo - ABC

    La tragedia amenazó su vida desde el principio, pero el humor y el patetismo con el que Morrissey lo cuenta cautiva página a página. “Naturalmente mi nacimiento casi mata a mi madre porque mi cabeza es demasiado grande”, escribe en la tercera página de su relato. “Pero muy pronto soy yo, y no mi madre, el que está en la lista crítica del hospital de Pendlebury de Salford; no podía tragar, y pasé meses hospitalizado, con el estómago abierto y la garganta forzada, a mis padres les avisaron que era poco probable que sobreviviera”.

    Su suerte mejoró algo en sus primeros meses de vida, pero siguió “flirteando con el desastre”, como dirían de él en la revista NME años más tarde. “Una vez que me dieron el alta, mi hermana Jackie, dos años mayor que yo, fue interrumpida cuatro veces mientras intentaba matarme”, explica. “Nunca se sabrá si lo hizo por rivalidad o por visionaria”.

    Morrissey creció cabreado, pero sano. Confiesa que a los 18 años todavía no se había emborrachado nunca. Su “Autobiografía” de chaval de barrio que soñaba con cantar equivale en realidad a unas podría anti-memorias de estrella del rock. Ni rastro de drogas, de peleas o de sexo con groupies en un ascensor. “Johnny y yo seguíamos viviendo con una estricta dieta de chocolate, patatas fritas y Coca-Cola”. En lugar de épica del rock, cuenta que en su primer concierto en Nueva York se cayó al público desde el escenario porque la intensidad de la luz de la habitación de su hotel le había cegado la vista. No le ayudó nadie a levantarse.

  5. Tocamientos y medallas en el colegio

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    Para el cantante, su paso por el colegio de Stretford fue “cafkiano en su pesadilla”. Asegura que uno de los profesores mira a los chicos en la ducha. Y, a los 14, descubre el camino que lleva al abuso sexual mientras un profesor le ponía crema anti-inflamatoria en la muñeca tras una caída. “Entendí el significado de los movimientos innecesariamente suaves y sensuales, con unos ojos fijados en los míos”. La comida en el colegio produce “olores pútridos que me reducen a una piltrafa lamentable, y no hay nada más vomitivo que las cenas del colegio.

    Sin embargo, sus años escolares le ofrecieron también la oportunidad de redención que Morrissey parece encontrar siempre al final del túnel. Esta vez, por extraño que parezca, fue el deporte. "Si bien es obvio que el colegio no me fue nada útil, solo el deporte aliviaba la intranquilidad que me producía. Y por accidente me registré para representar al colegio en competiciones de atletismo de cien y 400 metros por las que, incompresiblemente, recibí medallas escolares”, recuerda.

  6. Morrissey contra sus propios sentimientos

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    El músico de Manchester no tuvo una relación amorosa seria hasta que tuvo 35 años, cuando conoció al fotógrafo Jake Walters. Una relación anterior con un chico de Manchester le llevó a buscar “una altura de la cual tirarme” cuando su pareja le confesó que su madre pensaba que Morrissey era una mala influencia para él. Conoció a Walters en 1994 en un restaurante y fueron a casa de Morrissey. El efecto en el atormentado artista fue tan abrumador como liberador. “Por primera en mi vida el “yo” eterno se convirtió en un “nosotros” cuando por fin vi que podía estar con otra persona”. De Walters dice que llevaba “BATTERSEA” tatuado en su labio inferior, y que había vivido hasta entonces “29 años coloridos sin estar ajeno al arrojo”.

    Pero más revelador es todavía cuando Morrissey confiesa la primera vez que se enamoró “de una mujer”, en realidad el cantante de los New York Dolls, Jerry Dolan. La banda tuvo a Morrissey obsesionado buena parte de los 70 con su provocadora actitud sexual y travestismo estético. Según su libro, la discográfica española de la banda neoyorquina solo editó un disco de la banda con la condición de no incluir ninguna fotografía. “Jerry Nolan en la portada del primer disco de los New York Dolls fue la primera mujer de la que me enamoré, la postura de piernas de puta picarona era de amante de pago, y la batería rosa debía ser la primera de la historia del rock and roll”. En la época, como tantos, Morrissey ahorraba dinero para ver a Bowie o los Stones en directo, pero le fascinaban especialmente Lou Reed y la malograda cantante Nico. En un momento, compara así a los New York Dolls y la Velvet Underground: “Los de la Velvet habían descubierto el infierno dentro de ellos mismos y no les podía importar menos si te hacían sufrir porque su mensaje era simple: nunca tendrás nada; los Dolls, en cambio, corrían a carcajadas hacia una tumba prematura”.

  7. Ni David Bowie ni Mick Jagger ni Vanesa Redgrave

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    Bowie rechazó este año dar su permiso a la discográfica EMI para que Morrissey usara una imagen inédita de los dos juntos en la portada de la reedición de su single “The Last of the Famous International Playboys”, del álbum “Kill Uncle” de 1991. Algo no funcionó nunca entre los dos, a pesar de la justicia que el líder de los Smiths ha hecho siempre al creador de Ziggy Stardust. “Hemos olvidado el extraordinario efecto amenazador de Bowie en la cultura británica, pero le vi tronar como una tormenta de relámpagos en 1972, con una presencia tan volcánica como la que luego denominaríamos Punk”, escribe en su libro. Cuando vio a Bowie interpretar su Starman en la cadena ITV pensó que “solo en e pop británico podía pasar cualquier cosa”. Pero en el libro le acusa de “alimentarse de la sangre de los mamíferos vivientes”.

    Perdona aún menos al líder de los Stones, Mick Jagger, quien al parecer tuvo la desfachatez de quedarse solo para cuatro canciones de los Smiths en un concierto de la banda en Nueva York. “No sentí rencor por su partida”, reconoce con deportividad, porque, “ya entonces era capaz de entender que mi presencia (a la que nos atrevíamos a referirnos como persona) era difícil de aceptar para mucha gente”. Con Iggy Pop fue peor. Se acercó al camerino en el que estaban Morrissey y su banda, pero solo para saludar a los teloneros de su gira, una joven banda emergente. Cuando Morrissey ya saltó a la fama y se convirtió en uno de los malditos favoritos del “establishment” londinense, su casa en Canpdem Hill Road, entre Kensington y Notting Hill, se convirtió en lugar de peregrinación de espontáneos. Entre ellos, la actriz Vanesa Redgrave, adalid de todas las causas, que se presentó un día de improvisto para hablarle de... injusticia social en Namibia.

  8. El servicio secreto contra Morrissey

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    Pero fue contra el “establishment” político contra el que Morrissey libró siempre una batalla sin cuartel. En 1985, su “single” animalista “Meet is muder” desbancó al “Born in the USA” de Sprinsgteen del número 1. Pero la diatriba del grupo contra el maltrato animal no se escuchaba en las radios británicas. Entonces, explica Morrissey, “el abuso y la tortura de animales estaban protegidos por la ley, y observar públicamente que la carne es un asesinato equivale, en realidad, a decir que la ley es injusta”. En este punto, se explaya un poco excesivamente en sus convicciones medioambientales en unas páginas que le llevan a atribuir incorrectamente el 80% del calentamiento global a la producción de carne. “También equivalía a sugerir que los jueces británicos a los que les encanta cazar, disparar y pescar, y que tienen intereses personales en la industria animal, son unos terroristas”.

    Pero su blanco preferido fue siempre Margaret Thatcher. Cuando la exprimera ministra murió el pasado mes de abril, el cantante publicó un extenso comunicado en el que el acusaba de haber sido una “bárbara” que “no tuvo ni un átomo de humanidad”. En el libro retoma sus ideas. “Desapasionada y obviamente majara, Margaret Thatcher dirige la Inglaterra política, declarando la guerra a los necesitados y alabando a los de buena cuna. Generó más inestabilidad social en toda Inglaterra de la que se había visto nunca”, escribe el músico en el presente histórico con el que construye su autorretrato. “Ni de hierro ni una dama, Thatcher fue una mujer-hacha filosófica sin noción alguna del error personal”. También en esta batalla tuvo su momento de venganza. Cuando publicó el single “Viva Hate”, que incluía en al letra las palabras “Margaret a la guillotina”, recibió la visita de agentes del servicio secreto. “Querían determinar si yo suponía o no una amenaza a Margaret Thatcher”, escribe. “La reunión terminó civilizadamente”, dice. Firmó autógrafos a los agentes.

  9. Un juez inglés contra Morrissey

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    Uno de los pasajes más vehementes y viscerales de su crónica vital corresponde sin duda al juicio que inició contra él Mike Joyce, exbatería de los Smiths, en 1996. Aquel año, según Morrissey, que carga sin piedad contra su excompañero de banda, “Joyce quiso hacer por fin lo que nunca había hecho: mirar a su vida y asumir su responsabilidad por ella”. Exigió el 25% de todas las ganancias del grupo. Un dinero que, según Morrissey, ni Marr ni él, el tandem que sostenía el grupo, vieron nunca. “En esencia, Joyce exigía el 25% de absolutamente todo de lo que se había creado bajo el nombre de The Smiths (con excepción de lo editorial), dando por hecho –sin pruebas de ello- que todas aquellas sumas nos llegaban a Marr y a mi en forma de beneficios”.

    Más allá del comprensible rencor que muestra sin caretas hacia el miembro de la banda que despertó de su letargo diez años después de su ruptura, el caso fue memorable por el choque de trenes entre el juez asignado al proceso y el cantante demandado. Un enfrentamiento despiadado entre la Inglaterra clasista, aristocrática e inalcanzable representada por el magistrado John Weeks y la Inglaterra norteña, obrera y rencorosa de . El juez dio la razón en todo a Joyce, que ni siquiera fue capaz de recordar la fecha exacta de su matrimonio. Y describió a Morrissey en el juicio como alguien “desviado y truculento” de quien “no te puedes fiar”, lo que equivale, dice el cantante, “a un asesinato en primer grado del carácter de cualquiera”.

    Nada le sorprendió al cantante, que desde las primeras sesiones se preguntó “cuánto sabría este o cualquier otro juez del Morrissey en el banquillo, no solo anti-monárquico y anti-Thatcher sino defensor de los animales, cualquiera de ellos suficiente para justificar la muerte en la horca antes de que se pronunciara la primera palabra en la sala”. Cuando el juez Weeks entró en la sala, Morrissey le vio como “un hombre encorvado con ojos grandes en un rostro pequeño, una visión desagradable que ni siquiera su riqueza personal podría arreglar”.

    “Solo le faltaba un arma por encima de la cabeza”, concluye, en referencia a la pasión por la caza de un juez residente en una de las mansiones más cotizadas de Londres. Siempre consigo mismo de referencia, Morrissey se sabe el centro de todas las miradas. O eso piensa siempre. “Para todo el mundo allí, yo era el centro de atención”. Y su paso por los tribunales supuso una experiencia humillante en un universo para él incomprensible que le trató “con el trueno reservado a violadores y asesinos”.

  10. Morrissey contra la prensa

    Morrissey, en una imagen de archivo
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    Al líder de los Smiths le gustaba el éxito con el que había soñado desde su vagabundaje sexual y rockero por el Manchester de los 70. Pero nunca metabolizó del todo el sistema dentro del cual se encuadraba la gloria musical, con especial inquina hacia el tratamiento que le reservó la prensa británica, despiadada como pocas. Morrissey como azote de la Inglaterra “tatcheriana” se convirtió en una de las historias preferidas de tabloides y diarios conservadores, que abrazaron enseguida el azotar a Morrissey como deporte. El “Daily Mail” tituló una vez un reportaje sobre el cantante como “Morrissey el tarado” (“Sick Morrissey”). Fabricaban titulares: “Morrissey se disculpa ante la Reina”. “¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Quién tiene derecho a publicar semejantes mentiras?”, se quejaba el líder de los Smiths a su discográfica. “Toda publicidad es buena”, le contestaban.

    Le enervaba que cada vez que mencionaba a Thatcher en una entrevista los periodistas lo transformaran por Maggie, el apodo con el que era conocida la Primera Dama. “¿Si digo repetidamente Thatcher, por qué narices escriben Maggie?”, preguntaba a Pat Bellis, responsable de prensa de Rough Records. “Bueno, la gente está empezando a estar harta de tus queja”, le dijo Bellis. “Ya, ¿y dónde puedo presentar una queja sobre ESO entonces?”, le contestó, tronando, Morrissey. “Los periódicos disparan citas de Morrissey como dardos, distorsionados y exagerados”, se queja con amargura, con la tercera persona y el presente histórica con el que habla de sí mismo. Uno de los puntos álgidos de su enfrentamiento con una prensa sin principios fue una entrevista en la influyente publicación musical “Melody Maker”, en la que el escritor se inventó directamente que Morrissey había pasado su juventud en los baños públicos de Manchester. La homosexualidad es para Morrissey un término que esquiva, y una condición que no proclama. Pero sus quejas y amenazas de denuncia por difamación no condujeron a nada. Había llegado al número 1 y alcanzado la fama con la que soñaba un chaval muerto de hambre de Manchester cuando escuchaba a otras bandas. Y tuvo que pagar un precio por ello. Un precio del que parece haberse resarcido convirtiendo sus memorias en clásico de la literatura.

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