LA CERA QUE ARDE

El ego

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

PERMÍTANME que comparta con ustedes un dato personal: hoy me caen 45 castañas. Esto es algo que habitualmente no comento porque no todos los días, ni todos los años se cumplen 45, pero mi ego se ha empeñado en que lo diga. Supongo que precisa de felicitaciones y apreciaciones tales como qué guapo estás y qué tipo tienes. Pero yo no. No las quiero. No quiero que el ego celebre ningún cumpleaños. De hecho, tiene menos edad que yo y realmente es más pequeño, aunque se empeñe en lo contrario.

El ego nos come como nos devora la impaciencia, la vanidad o la soberbia. El ego ve enemigos por todas partes, confabulaciones y trampas, siendo él mismo el propio ardid.

Y no voy a editar un recopilatorio de 45 Años De Grandes Éxitos, porque no los han sido. A poco que uno mire hacia adentro lo descubre, por mucho que el ego intente camuflarlo. Y si echamos un vistazo fuera, comprobamos los estragos de los egos en general, que se traducen en exigencias de diálogo por la fuerza en nombre de la solidaridad, zancadillas públicas en los futuros centros de congresos que a su vez fueron o siguen siendo megalitos con nombre propio de egos desmedidos y supuestamente sagrados. Los egos no precisan elecciones primarias para después proponerlas por toda su cara de ego. El ego exige género para que se le llame «ega», y quiere cuotas y subvenciones.

Los egos se hacen los longuis durante años en las limpiezas de caudales y se echan las pelotas de otros egos a los que llaman competencias, cuando el ego es un incompetente que solo compite por medirse con otros egos. El conjunto de egos, que es una colección de individualidades, puede mantener secuestrada a una ciudad durante lustros para que lleguen otros egos con nuevos programas electorales tras ególatras campañas y te venden en un gesto de egoísmo un cambio que realmente será para ellos mismos. Existe un ego cordobés y colectivo que mira por encima del hombro a otras ciudades como la zorra desecha las uvas que no se puede comer, pero que sigue preso de su ceguera e indolencia, porque el ego no se esfuerza sino que exige que sean los demás los que se esfuercen por él porque él lo vale.

El ego cordobés contempla los proyectos vacíos y las promesas que vuelan con una mezcla de autocomplacencia y un talante iracundo que gasta en la taberna entre medio y medio. O en la peña, mientras el ego de pelo blanco se cree merecedor de secretos de estado y alfombras rojas.Y los egos urbanísticos indiscutibles de arquitectos construidos por aduladores y sectarismo ideológico. Llego a mi propio aniversario en una lucha contra el ego, para evitar mirar por encima del hombro a quien escribe a mi lado y agradecer el hecho de poder hacerlo. Y sobre todo, para que no resuma mi vida ni mis pocos logros en frases tan de ego aplaudido como «dimite tú».

Ver los comentarios