Desde el exilio
Ciudad de México, 13 de septiembre de 1987

Toledo madre, Toledo amiga, Toledo enamorada:
A hurtadillas, como un ladrón, anticipándome a la llegada de Lupe, he subido al desván donde guardo el baúl que traje de España a este mundo nuevo que hubo de acogerme después de que yo viera verterse tanta sangre, ¡tanta sangre! Me lo tienen prohibido, ya sabes: Abuelo, no haga tonterías, no se levante del sillón antes de que llegue la muchacha, no se vaya a caer y se rompa la crisma… Pero tú, Toledo cómplice, sí me entiendes, sabes de esta nostalgia mía que me pudre el alma desde que salí huyendo de las represalias de la Ley de Responsabilidades Políticas, y no ignoras que se dulcifica cuando busco dentro del baúl cartas de ella y las releo. Las mías, nunca llegaron a la dulce Amalia.
¿Dónde estará ahora Amalia? ¡Dímelo, tú, Toledo, que lo sabes! ¿Habrá muerto y tal vez sus despojos descansen en aquel hermoso cementerio, en calma, al que solo el viento turbaba su paz? ¡Qué bonita era! ¡Y cómo se cimbreaba la niña a su paso por la Catedral! ¡Monumento!, le decía, porque buscaba la luz de sus ojos o una sonrisa de mazapán. ¿Te ríes, Toledo? ¿Te ríes todavía de aquel aprendiz de periodista que aún no había bebido del cáliz amargo del futuro. ¿Recuerdas, Toledo? Una tarde la encontré con su nariz chatilla pegada al cristal del escaparate de un bazar: miraba con embeleso un muñeco de cauchú . Me acerqué a ella y susurre a su oído: Señorita, ¡si usted me quisiera…! Barrió mis esperanzas con el abanico de sus pestañas. A diario, seguía sus pasos como una sombra. Los domingos de primavera paseaba del brazo de las amigas al sol de Zocodover, con un coqueto sombrerito que coronaba su belleza: yo recelé de un militar cincuentón que la miraba de reojo, y de los pollos que le lanzaban requiebros.
Pero yo no conocí el despecho. Cruzó una primera y tímida carta, bajo luna opulenta, lúbrica, celestina, en la noche de San Juan, por su reja enflorecida. Me devolvió una respuesta y selló mi destino: Te quiero poeta . Cada noche una carta de amor llegaba a sus manos. ¡Ah, viejo chocho!, pensarás de mí, Toledo. Pero la idolatré en nuestros paseos por tus calles, escondites de pasión, zig-zags de confidencias, con nieblas otoñales, con frías escarchas de enero y ardorosos atardeceres de estío en el Paseo de la Vega. Ciudad soñada, también sedujiste a García Lorca, como a tantos prohombres de la Residencia de Estudiantes de Madrid, que disfrutaron de escapadas inolvidables y secretas al Hotel Castilla, desde la Dictadura de Primo de Rivera hasta el mismo dieciocho de julio del treinta y seis, a aquel punto de encuentro del republicanismo cultural y activismo político. A través de mi hembra, conocí a Azaña, Lorca, Marañón, Urabayen... En ocasiones, los hombres jugábamos al billar, y siempre destripábamos los periódicos y discutíamos de asuntos públicos y de arte, con un buen habano en los labios y un café o un té sobre la mesa. No recuerdo quién alabó el virtuosismo de Federico al piano del hotel, ¡con qué duende deslizaba sus dedos por las teclas y cómo se reía a carcajadas, entre copla y copla!
Se terminó esta obra el mismo día en que estalló en España la intentona fascista. El autor no ha querido tocar ni una línea del original, aun sabiendo que lo que fueron audacias ayer serán ingenuidades mañana, escribió… algo así…, a modo de addenda, Urabayen en Don Amor volvió a Toledo . ¿Qué fue de su nonata novela, a punto de publicación, Como en los cuentos de hadas? ¡Cuantas veces lamentó el robo de su ya anunciada obra, en el expolio de su vivienda en Santa Clara! Los íntimos sabíamos que la novela era una crítica feroz a la República y que levantaría ampollas. A Azaña le disgustaba mucho que los suyos atacasen sobre papel los cimientos del invento republicano. Pero Félix estaba harto, no tenía pelos en la lengua, o mejor dicho, en la pluma, y era como era, se le quería o se le odiaba con intensidad. En su escrito se despachaba a gusto, y no dejaba títere con cabeza. Estaba profundamente desilusionado con una Republica que se había desnaturalizado, y ya no era la que se gestó a nivel ideológico en el Pacto de San Sebastián, en septiembre de mil novecientos treinta. ¿Toledo, fueron los milicianos, como se dijo, que asaltaban domicilios y comercios en las primeras jornadas de la contienda, quienes arrancaron de la arqueta a la recién nacida, y luego la envidia oculta de algún «amigo» del escritor la fusiló, y por eso él, conocedor de la noticia, se dolía en la cárcel, en presencia de los íntimos, cuando el cáncer devoraba sus pulmones? Ironías de Fortuna: avecinó en la calle de Santa Clara al rebelde sublevado coronel Moscardó y a Urabayen, comprometido en política con Azaña, jefe de Izquierda Republicana. Parece que viera a Félix cuando presidía la mesa en el acto del Frente Popular en el Teatro de Rojas.
Escribí: Te tomé azucena, fuiste, después, lirio perfumado y abierto para mí . Sabes, Toledo, que digo verdad. La conocí entre las violetas de invierno de un cigarral, mientras tú mirabas y te reías socarrona de mi impericia de galán primerizo e impaciente, creo. Cuando en aquel junio de mil novecientos treinta y seis las moras maduras sobre la arena del cigarral pintaban de rojo nuestros cuerpos núbiles, desnudos e inocentes, no sabíamos que profetizaban el advenimiento de la guerra civil. Tiemblo yo, ahora como entonces, con el recuerdo de nuestro Génesis . Toledo, la enamorada, la predilecta: te tiñeron de odio, de locura, de luto. Mis semillas de entonces fueron estériles; yo, el despojado, hube de plantar mi huerto en las Américas, tierra de promisión, de leche y miel…
Atravesé el Atlántico con mi máquina de escribir y un baúl. Poco antes, el insigne Félix Urabayen, quien tenía amistades en la Embajada de México, me proporcionó la salida de mi patria. Fue necesario que me arrancaran de ti, Toledo, útero materno, en un parto a vida o muerte. Yo fui leal al Gobierno legítimo de la República con mi pluma, por la libertad y la democracia… y ¡salí como un facineroso de la Ciudad del Tajo!
Toledo, ¿y tú qué?, ¿fuiste voluble, mutable, como la diosa Jano, la de los dos rostros? No, callabas, porque una madre no elige de entre sus hijos a la víctima, ni los acusa ni traiciona.
Las cartas de ella me llegaron en los primeros años a través de españoles que también habían iniciado su éxodo. Pero yo no contestaba. Las releía mil veces: Inolvidable Leo … Inolvidable Amalita. Inolvidable. Inolvidable. Resuenan sus palabras en mi mente. Pero eran peligrosas para ella misivas de respuesta y no podía implicar a la familia o a los amigos. Guardé en el baúl poemas escritos para Amalia, por si yo regresaba a mi Toledo algún día y la encontraba, un domingo de primavera, de paseo en Zocodover, con el sombrerito rosa que desafiaba al sol…
¿Toledo, has olvidado tú a aquel joven republicano que, amándote tanto, quiso mejorarte y te vistió de rojo, morado y amarillo en sus artículos de opinión?
Según pude, a trompicones, bajé la máquina de escribir desde el desván a mi dormitorio y escondí el tesoro debajo de la cama. Tecleo esta carta, auspiciado por Selene, con la suavidad con que recorrían mis dedos la piel de melocotón de Amalia, y no encuentro la frase justa para decirte adiós, Toledo, como los enamorados…
España toda aquí, lejana y mía, habitando, soñada y verdadera, la duda y fe del alma pasajera, alba toda y también toda agonía. Hermosa sí, bajo la luz sin día que me la entrega el mar sola y entera: el cuerpo de la serena primavera que recata su flor dulce y tardía. España grave, quieta en la esperanza, hecha del tiempo y de mi tiempo, España, tierra fiel de mi vida y de mi muerte. Esta sangre eres tú y esta pujanza de amor que se impacienta y acompaña la fe y la duda de volverte a ver . Perdona, Dionisio, entonces tú tan fascista, tan opuesto a mis ideas, que rece las palabras que tú escribiste, también desde lejos, para hablar de mi España.
…Pero, callo ya. Oigo la voz de la buena de Lupe que me llama tras la puerta, como en el juego del escondite, y acaso sea la vida una búsqueda inalcanzable de lo ideal y un encuentro con lo posible.
Toledo amante, encuentre yo reposo en tu memoria.
LEO

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