Lo mejor y lo peor de los cinco candidatos a las elecciones en el Reino Unido

Lo mejor y lo peor de los cinco candidatos a las elecciones en el Reino Unido

Cuando quedan apenas tres días para acudir a las urnas, repasamos aquí los perfiles de quienes luchan por liderar el país

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  1. Cameron, el primer ministro que se remanga la camisa

    En música, el «laid back» es un sonido tranquilote, relajado, que discurre sin sobresaltos. Puede ser un grato fondo, pero tampoco hace falta reparar demasiado en él. La definición se le ha aplicado a los discos del maestro J.J. Cale y a cierto jazz bajo en calorías. Ahora, David Cameron ha sido acusado desde sus propias filas de hacer una «campaña laid back».

    «Eso me enfurece y solo me anima a trabajar más —ha respondido—, porque siento apasionadamente lo que estoy haciendo. Soy una persona tranquila y razonable, pero estoy trabajando más duro que en toda mi vida».

    Pero parte de los suyos no piensan igual. El multimillonario de origen ucraniano Alexander Temerko, que ha donado 1,3 millones de euros a la campaña conservadora, le achaca «falta de pasión». Lord Bell, un sagaz relaciones públicas que ayudó a Margaret Thatcher, concuerda: «Creo que tiene un poco de estilo laid back. Para él es difícil demostrar mucha pasión. Ahora creo que está empezando a hacerlo y eso es muy bueno, pero tal vez debió haber comenzado antes».

    Si hubiese que definir a David Cameron, de 48 años, con una sola palabra esa sería «corrección». Se le nota su cuna patricia, con paso por las aulas de Eton y Oxford, su pasado profesional como relaciones públicas y su vocación de hombre de consenso. Le aflora por todos los poros la buena educación, esa contención emocional que adorna —para lo bueno y para lo malo— a muchos ingleses. Cameron es un político que en sus comienzos, cuando le preguntaron por qué quería ser primer ministro, no respondió con una arenga apasionada con sus proyectos para el país, sino que se limitó a decir: «Creo que soy bueno para ese trabajo». La respuesta de un pragmático, o de un relaciones públicas.

    En campaña este liberal adinerado, hijo de un importante agente de bolsa y con sangre de reyes ingleses y de mercaderes sefardíes, ha seguido disciplinadamente las directrices de su gurú electoral, el consultor australiano Lynton Crosby. Considerado un genio de las campañas, sus simpatizantes le llaman «el Mago de Oz» (sus detractores lo dejan en «el Señor Oscuro de la política»). Lo cierto es que Crosby hizo magia en su país y también con Boris Johnson, al que llevó por dos veces en volandas a la alcaldía de Londres.

    Lynton le ha dicho a Cameron que tiene que centrarse en vender su excelente hoja de servicios económicos, su brillante expediente macro. El alumno se aplica, pero el resultado es frío: falta corazón. Cameron, que es trabajador e inteligente, ha anotado el recado y desde hace unos ocho días imprimió un giro a su puesta en escena. La corbata desapareció. Las mangas se remangaron. El verbo se hizo más cálido, con muchas apelaciones a que los conservadores son «el partido de los trabajadores».

    En estas horas en que le pueden faltar unos diez escaños para conformar una coalición de gobierno, Cameron invoca el precedente de 1992. Aquel año John Major, el heredero de Thatcher, fue por detrás en los sondeos toda la campaña. Pero con una agresiva puesta en escena con mítines en supermercados y calles, subiéndose a un cajón cuando era preciso —y con la ayuda de unas portadas despiadadas contra los socialistas de Murdoch en «The Sun»— dio la vuelta a las encuestas en las últimas 72 horas y firmó una mayoría absoluta. David Cameron confía en aquel precedente.

  2. Miliban, cursos de elocuencia a 13.000 euros al día

    La popularidad, o más bien impopularidad, de Ed Miliband, de 45 años, era el talón de Aquiles del Partido Laborista. Todo parecía estar en su contra. Encarna un regreso a la vieja izquierda intervencionista, que parecía ya superado por la reconversión de Blair y que amedrenta a los empresarios y a las clases medias centristas.

    Pero además al inglés medio le resulta un tipo extraño: su modo de hablar apasionado, su pelambrera negra tocada por un mechón blanco, su oratoria sin papeles, algo desordenada, y su bien ganada fama de gafe. Si se pone a comer un bocata en plan vikingo no falta un telefonillo indiscreto que lo graba y convierte sus malos modales en vídeo viral. Si presume de cocina austera en su casa, se descubre que oculta una de lujo. Si se pone a dar limosna a una mendiga, le deja calderilla. Cuando quiere presumir de gran orador en la conferencia de otoño de su partido, va y se olvida de hablar del déficit y se convierte en la broma nacional.

    Pero Ed Miliband ha mejorado. De entrada ha hecho concesiones centristas, como sumarse al compromiso de reducir el déficit público, comprometerse a renovar los cuatro submarinos nucleares británicos y rechazar expresamente una coalición de gobierno con el nacionalista SNP escocés. Además ha ganado elocuencia, saber estar ante las cámaras y en el tú a tú. Su nueva química es de pago. Los laboristas han reconocido que recibe clases de oratoria y puesta en escena de un asesor, que cobra unos 13.000 euros al día.

    Ed Miliband, hijo de inmigrantes judíos y que perdió a 40 familiares en el Holocausto, pasó por Oxford, la London School of Economics y Harvard y es un «geek» que hacía el cubo de Rubik en 90 segundos. Sigue por detrás en los sondeos, pero tenía más enjundia de la que se le suponía.

  3. Sturgeon, la nueva Dama de Hierro de la izquierda británica

    La primera ministra escocesa Nicola Sturgeon, de 44 años, abogada, hija de un electricista y una enfermera, es la sorpresa y la posible triunfadora de esta campaña. Se ha impuesto en los dos debates televisivos, con un izquierdismo duro y sin concesiones, que expone con una dialéctica clara y creíble. Hizo sudar a Miliband cuando en directo lo emplazó a ser más audaz y ayudarla a «echar a Cameron».

    Sturgeon, que detesta el thatcherismo con un odio casi fanático, es la nueva Dama de Hierro de la política británica. Algunas encuestas llegan a decir que el SNP se puede llevar los 59 escaños escoceses (en 2010 logró seis, un tsunami que arrollaría al laborismo).

    Independentista obcecada, ya ha dejado caer que el próximo año podría empezar a exigir otro referéndum, incumpliendo así la promesa de su predecesor, Alex Salmond, quien aseguró que la consulta del pasado septiembre zanjaría el debate para una generación.

    Muy trabajadora, de baja estatura, los trajes rojos se han convertido en su imagen de marca. Si Miliband llega al poder tendrá que hacerlo pagando peaje en su taquilla. Un peligro para la unidad del Reino.

  4. Farage, un combate contra el voto «útil» tory

    Nigel Farage, el líder eurófobo de UKIP, de 51 años, aspira a entrar por primera vez en los Comunes, por la circunscripción de South Thanet, que se trabaja de pub en pub. Se cree que marcha dos puntos por detrás del competente candidato que han colocado allí los laboristas. UKIP llegó a tener en precampaña el 20% de los votos, pero ha caído al 13%. Según se acercan las urnas se impone el voto útil y algunos de sus simpatizantes —la mayoría conservadores desengañados— escuchan a Cameron, que les pide «volved a casa».

    Antiguo tory en su mocedad, Farage trabajó como agente de bolsa en materias primas y ganó buen dinero. No ha dado el juego esperado en campaña. Ha confesado que arrastró terribles dolores de espalda, secuela de un accidente aéreo (en una campaña alquiló una avioneta para promocionarse y se estrelló, salvando su vida de milagro).

  5. Clegg, auge y caída del partido bisagra

    El liberal Nick Clegg, vicepresidente en el Gabinete de David Cameron en los últimos cinco años y casado con una española de Olmedo, la abogada Miriam González, es también un prototipo de patricio británico: título por Cambridge y familia linajuda. Su padre era el presidente de un banco, con ancestros en la nobleza rusa.

    Tras cinco años con un rol estelar, merced a que su partido bisagra sustentó el Gobierno de los tories, ahora Clegg paga aquella alianza. El Partido Liberal Demócrata podría bajar de sus 57 escaños de 2010 a una horquilla de solo 25-35. Incluso se dice que él mismo corre el riesgo de perder su puesto por Sheffield Hallam.

    Nick Clegg, que a priori lo tiene todo, pues es templado, razonable y buen orador, arrastra una baja popularidad. No se le perdona que traicionase lo que prometía a cambio de un lugar bajo el sol del Número 10. En especial se critica que aceptase la subida de las matrículas universitarias. De todas formas, cada vez se le reconoce más que aportó corazón y moderación al Gobierno de David Cameron y George Osbor

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