Aniversario del 11-M: Cinco héroes madrileños que nunca quisieron serlo
FOTO: i. gil, VIDEO: L. M. FARRACES, Carolina MInGUEZ
diez años

Aniversario del 11-M: Cinco héroes madrileños que nunca quisieron serlo

ABC reúne en Atocha a 5 profesionales que intervinieron tras el atentado. Allí han revivido su particular 11-M

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ABC reúne en Atocha a 5 profesionales que intervinieron tras el atentado. Allí han revivido su particular 11-M

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  1. Diez años... como si son cincuenta

    FOTO: i. gil, VÍDEO: L. M. FARRACES, Carolina MÍnGUEZ

    Se cumplen diez años. Como si son cincuenta. Qué más da. A ellos nunca se les va a olvidar aquel 11 de marzo de 2004. Les tocó de lleno. Tuvieron que trabajar como nunca habían imaginado. Aunque estuvieran entrenados para situaciones límite y catastróficas, aquello fue distinto. Un infierno que logró sacar la profesionalidad de nuestros cinco héroes anónimos. Hoy les ponemos cara. Y se enfadarán. Ninguno quiere colgarse ese título.

    Todos dicen que ellos cumplían con su trabajo y que los verdaderos héroes fueron los vecinos de Madrid, que no están entrenados pero que sacaron lo mejor de sus corazones. Eso les sirvió a nuestros cinco protagonistas de estímulo dentro de la barbarie y el dolor de miles de familias.

    ABC ha reunido en uno de los escenarios de la masacre terrorista a estos cinco magníficos. Y que me disculpen por el calificativo porque hubo muchos mas en cada rincón de la ciudad. Lo sabemos. Pero gracias a ellos hoy podemos poner un rostro a la profesionalidad y al trabajo hecho con cabeza y, también, con corazón.

    Un común denominador

    En la estación de Cercanías de Atocha, dentro y fuera, cargados de recuerdos, nos han revelado sus sentimientos y las sensaciones de aquella jornada tan negra que se saldó con 191 muertos y más de 1.800 heridos.

    Ellos cinco son « un samur», como le gusta decir al jefe Ervigio Corral; una médico forense, Carmen Baladía, que el 11-M, curiosamente, dirigía el Instituto Anatómico Forense; un «simple bombero», como relata el hoy subdirector del Cuerpo, Eugenio Amores, quitándose importancia. También una telefonista de excepción, Mónica Gavieiro, operadora de Emergencias 112, que estaba de baja pero que corrió a su puesto de trabajo. Y Antonio Barrero, el policía municipal al que las bombas de la calle Téllez pillaron a pocos metros de donde estaba trabajando.

    Hay un común denominador en los cinco. Aquella experiencia les hizo agarrarse más a la vida. No fueron los únicos. Hoy, ellos, tienen la palabra.

  2. «Salían del tren en estado de 'shock' ... y con mucho silencio»

    Antonio Barrero, policía municipal
    Antonio Barrero, policía municipal - i.gil

    Con Antonio Barrero, este policía municipal con cara de buena gente, casado y padre de dos niñas, vamos a empezar por el final de su relato. «De ese 11 de marzo me quedo con una lección: Vi lo mejor y lo peor de la condición humana. Lo peor, que haya gente capaz de causar tanto daño y tando dolor. Lo mejor, el ejemplo de los vecinos de la calle Téllez, donde me tocó, entregados, tirando mantas y ofreciéndose para lo que fuera. Un barrio volcado con una tragedía que a nadie le cabía en la cabeza. Aprendí a valorar más la vida».

    «¡Cómo hay mentes que programan segar tantas vidas de golpe!» se medio pregunta todavía hoy Barrero. A él y a sus compañeros aquel 11-M no les hirió de puro milagro. Las bombas del tren cuando circulaba en paralelo a la calle Téllez explotaron muy cerca de la unidad de Antonio. La Policía Municipal tenía, y sigue teniendo, una unidad en la calle Alberche, perpendicular a la de Téllez y al ladito de los antiguos cuarteles de Daoíz y Velarde, donde primero se atendió a las víctimas de las dos explosiones registradas en ese punto.

    «Nosotros estábamos en planta baja, en subterráneo, pero notamos un fuerte temblor. Pensé que se había caído la grúa de unas obras», recuerda. Antonio también tiene grabado su primer contacto visual del tren y de las primeras víctimas que le salieron al paso. «Iban callados. Con la vista perdida. En estado de "shock" ... Y en silencio. Había mucho silencio».

  3. «No olvido los móviles sonando dentro de los sudarios»

    Carmen Baladía, médico forense
    Carmen Baladía, médico forense - i.gil

    «Lo que más me impactó fueron los móviles sonando dentro de los sudarios». A Carmen Baladía, madrileña, casada y madre de dos hijos médicos también, el atentado le pilló siendo la directora del Instituto Anatómico Forense. «Mientras yo tenga memoria, las víctimas vivirán conmigo. En lo personal fue un desgarro del alma, algo que te conmueve en lo más íntimo de ti mismo».

    Ella, por su cargo hace diez años, no hizo muchas autopsias. Más bien ninguna. Pero, en Ifema, tuvo que supervisar todas. Las de los 191 cadáveres que dejó aquel sinsentido terrorista. Y coordinar a sus compañeros para que todo fuera rápido, eficaz y preciso a partes iguales. Al final, pasaron por sus manos los expedientes de los 191 fallecidos.

    «Tampoco resulta fácil dejar atrás la imagen de las familias ya en el cementerio de La Almudena. Les tenía que enseñar, en un ordenador, el rostro de su familiar fallecido para que lo reconocieran. Padres, madres, hijos y hermanos delante de la pantalla y con el alma rota... Fue horrible. Intentas ser tú, la médico, la profesional... Pero en esos momentos no dejar de empatizar con las personas que sufren tanto y tan hondo. Es un dolor profundo», señala Baladía.

    A esta mujer, de voz y gestos pausados, dulce de trato, el tiempo tampoco le borrará aquella experiencia, única por su crueldad. Destapa su carga humana y emotiva. «Aprendes. No hay más remedio. Y sacas lo mejor de ti para dárselo a los demás. No te puedo decir cómo, pero lo consigues. Y no fui la única. Fuimos todos».

  4. «El Samur estaba preparado. ETA nos había enseñado»

    Ervigio Corral, director del Samur
    Ervigio Corral, director del Samur - i. gil

    Como los otros cuatro valientes que nos narran su experiencia vivida el 11-M, Ervigio Corral, jefe del Samur, insiste machaconamente en que aquel trágico día ellos cinco no fueron héroes de nada. «La heroicidad estuvo en el pueblo de Madrid», dice con temple este hombre casado y padre de dos niñas. «Lo peor, en lo personal, fue Ifema». Así recuerda lo que pasó en la enorme morgue en que se convirtió el pabellón de ferias madrileño. «Fue horrible. Nadie se imagina lo que es confirmar la muerte a los familiares. La labor de los psicólogos fue fundamental».

    «Lo que más me costó ese día —asegura Corral—, fue dejar de ser médico. Tuve que dar un paso atrás y dejar que mis compañeros actuaran. A mí me correspondía coordinar todo aquello. Todo el dispositivo y repartir todos los recursos. La respuesta de mis compañeros fue total».

    A Ervigio las primeras noticias del atentado le llegaron de inmediato, cuando se dirigía a su trabajo en la plaza de Legazpi. «Me parece que hay una explosión en Atocha, comentamos. Durante el camino activé el protocolo de catástrofes. Muchos se presentaron de forma voluntaria. En una hora, pasamos de ser 80 a 400».

    «Estamos acostumbrados a trabajar con la muerte. El Samur estaba preparado. ETA nos había enseñado durante muchos años».

    «El 11-M no se me va a olvidar en la vida. Pero con el paso del tiempo me ha dejado, y quiero que se me entienda bien, un sentimiento positivo más que negativo: el ejemplar comportamiento de las familias y de todo los ciudadanos de Madrid».

  5. «No voy a leer esta entrevista. Lo hago por pura terapia»

    Eugenio Amores, bombero del Ayuntamiento de Madrid
    Eugenio Amores, bombero del Ayuntamiento de Madrid - i. gil

    Otro que no quiere ninguna medalla de héroe. En realidad, ninguno de nuestros cinco protagonistas lo admite. Que no, que no. Y cuando les escuchas, sabes que tienen razón. Verán porqué. «Nosotros estamos acostumbrados y adiestrados. Los ciudadanos no. Y ellos fueron determinantes con su comportamiento». Lo dice Eugenio Amores, hoy subdirector del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid.

    Curtido en las tragedias como el 11-M y el accidente de Spanair, por no citar más ejemplos, este hombre de 59 años lleva treinta de servicio. Y con más fuerza que nunca. «Aquel día no se me olvidará en la vida pero procuro relativizar. ¿Sabes por qué?. Pues porque no leo lo que digo cuando me preguntan. Por eso no voy a leer esta entrevista. Pura terapia».

    «Sí te digo que aquello era difícil de entender. No olvidaré el silencio y a los heridos deambulando, perdidos y en estado de "shock"... Iban así porque, además de lo dantesco de la escena y del drama que empezaban a vivir, la onda expansiva de las explosiones te deja sordo», comenta.

    Eugenio hace honor a su apellido, Amores, que reparte a raudales. «Es lo más duro que he visto. Desproporcionado. Al principio pensé en otro atentado como los que ya habíamos vivido en Madrid pero, al ir llegando, me dije: Esto es otra cosa».

    Reconoce que hay un episodio que quedará siempre en su retina. «Estuve en los cuatro lugares del atentado. En Santa Eugenia, al rescatar un cadáver, vi un libro y unas zapatillas idénticas a las de mi hijo. Y pensé en sus padres».

  6. «Llore, lloré mucho aquel día. De rabia y de impotencia»

    Mónica Gavieiro, operadora de Emergencias 112
    Mónica Gavieiro, operadora de Emergencias 112 - i. gil

    Ella estaba de baja por un dedo fracturado pero no se lo pensó dos veces cuando se percató de la forma tan trágica y espeluznante que acababa de amanecer aquel 11 de marzo de 2004. Mónica Gavieiro, madre de un chaval que hoy tiene 17 años, corrió hacia su puesto de trabajo, en Pozuelo de Alarcón. Su dedo era lo de menos.

    Es operadora de Emergencias 112, de la Comunidad de Madrid. Si la primera bomba estalló hacia las siete y veinte de la mañana, antes de las ocho Mónica ya estaba aquel día atendiendo llamadas: 22.000 sólo en las primeras tres horas tras el atentado.

    «Lloré mucho aquel día. Lloré de rabia y de impotencia. Hubo muchos momentos en los que no podía ni respirar escuchando, al otro lado del teléfono, todas aquellas voces desesperadas. Había mucho dolor en la gente y eso se queda grabado en la memoria», dice.

    «Fui de las tres personas que canalizaron las llamadas de atención a las familias. Tenía una lista de hospitales a los que se iba derivando a las víctimas. Podía dar el hospital si por quien se preguntaba estaba en la lista de heridos. Si no, si era un fallecido, cogía aire y comunicaba a los familiares que les transfería la llamada. ¡Ya puedes imaginar lo que significaba eso! Y ahí entraban los psicólogos, que menudo papel les tocó. Todos unos profesionales».

    Diez años después, a Mónica Gavieiro no le gusta recordar demasiado. Incluso hoy tiene que respirar hondo de vez en cuando. Se emociona. No ha sido la única. «Es que se me han quedado grabados a fuego en la memoria algunos de los nombres por los que llamaban preguntando: David, Nuria ... ¡Qué pena y qué asco!». «Nunca entenderé que haya personas, si es que se les puede llamar así, con tanta capacidad para hacer el mal. Es irracional. Aquello fue irracional. No hay palabras. Sólo sentimientos», exclama.

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