EL TACÓN DE SÓCRATES
El péndulo
Míralo fijamente. A un lado y a otro, a un lado y a otro... Tic, tac, tic, tac, tic, tac. Concéntrate en él
Míralo fijamente. A un lado y a otro, a un lado y a otro... Tic, tac, tic, tac, tic, tac. Concéntrate en él. No pienses en nada. Simplemente mira. Fijamente. Tic, tac, tic, tac. A un lado y a otro. Tranquilo. Sigue el movimiento. Todo va bien. Sumérgete en el sonido. Mira y escucha la música con atención. «Y mi voz será siempre tu aliento y El Arcángel nuestro reino, Córdoba... Infinita pasión por mis colores porque son mi señal de identidad, para bien o para mal...». Siéntela. No dejes de mirar. A un lado y a otro, a un lado y a otro... Tic, tac, tic, tac. Y ahora oye mi voz y repite conmigo: voy a ascender a Primera, voy a ascender a Primera, voy a ascender a Primera...
El péndulo blanquiverde sigue funcionando. Y el cordobesismo vive una especie de sesión de hipnosis colectiva, un proceso que tiene su método y sus chamanes. El equipo no va ni bien ni mal, le meten pocos goles pero también marca pocos, combina rachas medio buenas con otras que no lo son tanto. Hace sus cositas. Le vale para que no se le desmonte una película cuyo guión se escribió empezando por el final. ¿Qué te apuestas a que subimos? Ya saben. Lo de la «Califa Time Machine» y los carnés gratis del curso que viene, una promesa que se ha convertido en hiriente cántico en un graderío que asiste entre el dolor y la sorna amarga a la bamboleante marcha de un Córdoba que no se sabe si tiene convulsiones o está bailando.
Las cosas no van tan mal como para caer en la depresión absoluta ni tan bien como para organizar una fiesta. ¿Que cómo van? Pues ahí, tirando. Con el personal hablando cada semana de lo pesimistas y mala gente que son los que miran hacia atrás en la clasificación y de lo buenos que parecen quienes se ilusionan con cazar al que está por delante. En el último partido pudo ocurrir, pero no. Si se hubiera ganado a Las Palmas… Pero pasó lo que pasó. Quizá en el próximo, quién sabe. Dicen algunos que el Córdoba está en una buena línea, en vías de recuperación. Puede. Cuentan que hay tiempo y que hay que tener paciencia, que se han visto a veces remontadas espectaculares y que, por qué no, el Córdoba podría ser actor principal en una de ellas. Pues vale. Y así, con una esperanza tibia, basada más en un autoengaño terapéutico más que en hechos reales, se van desgranando las jornadas de esta insólita Segunda División, en la que todo es posible. Hasta que equipos con una trayectoria desternillante terminen ascendiendo y otros que pasaban por ser serios acaben chapoteando en la ciénaga del descenso.
El Córdoba, que es candidato porque lo dijo su presidente aunque rara vez lo haya demostrado con argumentos contundentes en el campo, reescribe cada semana su discurso al ritmo pendular de los resultados. Una semana son buenos (porque ganan) y a la siguiente son malos (porque no lo hacen). Metido hasta el cuello en una dinámica irritante, protagonista a su pesar de un eterno culebrón de quiero y no puedo, el Córdoba se dispone a vivir uno de los finales de temporada más extraños en su turbulenta historia. Mientras las matemáticas le conceden una esperanza razonable de éxito —pongamos que hablo de play off, lo de subir del tirón hace ya varios meses que se descartó—, la realidad sobre el verde le lanza una sonora pedorreta a este proyecto en reinvención permanente. Ya se ha hecho de todo.
En medio del curso llegó Pedro Cordero, un director deportivo para cubrir un puesto vacante desde que despidieron a Luna Eslava, pero ejercido por Cándido Cardoso, asesor y hombre de confianza de Carlos González. Se decidió cambiar al entrenador, abriendo una puerta por la que Villa salió en silencio, para reclutar a alguien con experiencia contrastada. Y llegó Chapi Ferrer, que sólo ha entrenado siete meses en los últimos diez años. Y también hubo un buen puñado de salidas y entradas en el mercado invernal. Pero el Córdoba no se reactiva. Un empate, una victoria y una derrota con Ferrer. Un gol marcado y otro recibido. El Arcángel, de reino inexpugnable a tómbola del siempre toca. Y un meneo constante en la alineación, entre remiendos por las bajas obligadas y decisiones de autor con la firma de Chapi, que si quería ver en acción y con fuego real a todos sus jugadores ya ha podido hacerlo. En 270 minutos ha empleado a todos los miembros disponibles de la plantilla —exceptuando al portero suplente Juan Carlos—, además de tirar de piezas del filial de Segunda B.
«Mira al Murcia. Hace unas semanas se decía que luchaba por no descender, gana tres partidos y ya está pensando en play off». Lo ha contado Arturo, el hombre antes conocido como el sobrino del escritor Arturo Pérez-Reverte que jugaba en La Roda y en la actualidad como el hombre que dejó en el banquillo a Xisco, el rostro estelar del «roster» blanquiverde. Y no se vayan todavía, que aún hay más. Puede estar al caer otro punta, un último fichaje —por la baja de larga duración de Caballero, que se va a llorar hasta por el tercer ojo— que llegaría para hacer «el fútbol que gusta en El Arcángel». El que disgusta ya lo hemos visto.
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