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ABC Cultural

entrevista

Joselito: «No tengo valor para volver, se me acabó la gasolina»

Hoy ve la luz su autobiografía, «Joselito, el verdadero»

Joselito: «No tengo valor para volver, se me acabó la gasolina» ignacio gil

ROSARIO PÉREZ

«De no haber peleado por ser torero, a estas alturas estaría en la cárcel o habría muerto por sobredosis». Así de crudo, valiente y sin tapujos, esculpe José Miguel Arroyo sus vivencias en «Joselito, el verdadero» (Espasa), una biografía de sangre y arena, gloria y heroicidades. Antes de que hoy vea la luz, la figura madrileña desvela los pasajes más íntimos de una obra con visos de puerta grande (y polémica). Es Joselito en estado puro, ejemplo de superación, auténtico como su toreo, rico en experiencias y «con alma de pobre».

—Maestro, ¿por qué ha decidido contar ahora lo más humano de José?

—Me apetecía, sobre todo, por terapia. Quisiera ayudar a los demás.

—«Joselito, el verdadero». ¿A cuál conocíamos?

—Siempre he sido transparente, pero me pareció un título impactante.

—¿Echó la pata p'alantedesde primera hora?

—Sí, aunque no es fácil desnudarse: da un poco de vértigo y miedo. Es mi primer libro, pero también el último.

—¿Es consciente de que podrá ser la comidilla de patios de cuadrillas rosas?

—No tengo intención de ir a ningún programa rosa ni de dar ninguna exclusiva.

—El guión (real) es propio del cine. ¿Se imagina dando el salto?

—¿A la gran pantalla? ¡No me atrevería!

—¿Cómo ha sido la lidia de una obra en la que confiesa sus aventuras con las drogas o esos robos de niño?

—No ha sido muy difícil porque hablo de sentimientos vividos. Aunque los aparque en una habitación de mi memoria, no los puedo obviar. Afortunadamente, ahora vivo de otra forma. Soy un privilegiado. Por todo.

—¿Qué ha significado el toro?

—La ilusión por el toreo me salvó de la droga y la delincuencia, de la inestabilidad emocional y social. Me juntaba con los manguis , traficábamos, robábamos radios de los coches, bicicletas y relojes a los chicos de los colegios de pago. Crecí en la calle.

Son la crudeza y la picaresca de un niño grande. Cuenta Joselito que su madre lo abandonó y que nunca ha podido «llegar a entender el porqué». Y menos ahora, que presume de dos niñas maravillosas, Alba y Claudia. El maestro esboza una amplia sonrisa cuando se refiere a sus pequeñas, «que han sacado mi casta y mi carácter». La voz se enronquece cuando vuelve al capítulo de sus «rememoranzas» más agrias. Quedó bajo la tutela de su padre, Bienvenido, que se adentró en terrenos peligrosos. «Mi casa era un hervidero de drogas. Me convertí en un camello precoz».

—¿Usted también consumía?

—No, solo traficaba. Jamás me fumé ni un porro. Solo tabaco.

Le aguardaba un nuevo varapalo: la cárcel. Allí visitaba a su progenitor: «Cuando iba a verlo a Carabanchel se me caía el alma a los pies. Lo peor no es que mi padre vendiera cocaína, sino que se la metiera», confiesa en el libro.

El barrio de la Guindalera fue la universidad de un torero que hoy, cruzada la barrera de los 40, es Medalla de las Bellas Artes. A los diez años comenzó a interesarse por el planeta de los toros. «Tanto empeño le puse que mi padre me apuntó a la Escuela Taurina». Allí conoció al que considera su padre en mayúsculas, Enrique Martín Arranz. «Enrique y su mujer, Adela, me cuidaron y “domaron”. Los respeto mucho». Este libro es en parte un homenaje a ellos.

De la mano de Martín Arranz se coronó máxima figura y con su mujer, Adela —sobrina de su madre adoptiva—, alcanzó la estabilidad. No habla de más féminas. Tampoco oculta su «rabia» cuando en televisión se «larga» de la Fiesta por «líos de faldas». Enlazamos el asunto con los derechos de imagen, batalla que un día lideró: «No estoy al tanto de la trama del G-10, pero siempre me preocupó la imagen del toreo. No es una cuestión solo económica. Lo importante es que los toreros sean noticia por ser parte de la sociedad española, y no por haberse acostado con fulanita o menganito. Somos noticia porque tenemos grandes valores, pero eso la gente lo desconoce».

—Apartado de los ruedos y capitán de una ganadería estrella, ¿han volado ya los temores?

—Lo que más miedo me da es no estar a la altura en la educación de mis hijas.

—¿Siente la llamarada del traje de luces?

—No tengo valor para volver. Es imposible. Se acabó la gasolina.

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