En este año Santo Compostelano, el texto evangélico que la Iglesia nos ofrece en el día del Apóstol Santiago cobra una especial importancia, pues frente al atrevimiento de la madre de los Zebedeos, que reclamaba para sus hijos un puesto de poder en el futuro Reino de los Cielos, Cristo aprovecha el incidente y el enfado de los demás apóstoles para explicar el verdadero sentido de su presencia en la tierra. Dios se hace hombre no para ser servido y honrado por unas multitudes, sino para Él mismo servir y dar su vida en rescate por todos los hombres. Sin ninguna duda anuncia que el más grande es el servidor de todos y el último de todos. La Iglesia ha de ser entendida en esta clave de servicio o jamás podremos comprenderla. Frente a unos sectores de la sociedad que pretenden mostrar una Iglesia de «poder y corrupción», Cristo nos aclara a todos que la grandeza del cristianismo no está en su influencia política, cultural o económica, sino en su capacidad para transformar el corazón humano y llevar la paz verdadera a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu. Éste es el verdadero servicio que Cristo, a través de la Iglesia ha realizado y seguirá haciéndolo hasta el final de los tiempos. Por ello cada uno de nosotros tenemos que evitar caer en la tentación de buscar protagonismos, aplausos o reconocimientos por parte de los hombres. Nuestra grandeza está precisamente en nuestra pequeñez, en ser muy conscientes de que el único protagonista es Cristo y si algo hacemos bien es gracias a Él. Ésta es la única clave para vivir felices en al fe y en el seguimiento de Cristo: querer servir, saber servir, ser conscientes que entregar nuestra vida por los demás es un privilegio que nos hará pequeños en la tierra, pero muy grandes en el Reino de los Cielos.
«La entrevista de Aznar ha sido un dedo en el ojo de Rajoy»
Carlos Herrera