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Orgullo y prejuicio

Por qué a los homosexuales les gusta reivindicar su preferencia sexual adornándose con plumas multicolores

Día 04/07/2010 - 10.52h
HE paseado por el barrio de Chueca para ver cómo se celebraban las fiestas del Orgullo Gay por aquello de informarme de lo que escribo y, lo confieso, porque disfruto con cualquier espectáculo callejero, sean las procesiones de Semana Santa, la cabalgata de Reyes o los desfiles de Carnaval. Pero, lo admito sin el menor ápice de homofobia, sigo sin comprender un año tras otro, conforme se celebra otra vez esta multitudinaria cita, por qué a los homosexuales les gusta reivindicar su preferencia sexual subidos en espectaculares carrozas vistiendo tangas imitación de leopardo y adornándose con plumas multicolores.
Ni siquiera he conseguido enterarme de si de verdad lo hacen por orgullo, como proclama su lema; es decir, si es que esta es una ocasión para demostrar que se sienten superiores a los ciudadanos de tendencias heterosexuales, o si su gran día es una oportunidad para reivindicar su derecho a ser tratados sin discriminación alguna. Y no me extraño para nada de mi ignorancia; en el primer caso, porque no veo motivos para que un ser se considere superior a otro porque le guste más uno u otro compañero/a en la cama y en el segundo porque los homosexuales españoles viven en un país socialmente muy tolerante con su condición, que incluso ha aceptado casi sin rechistar el que se les permita contraer matrimonio y adoptar niños.
Bien es verdad, y no prejuicio, que tampoco entiendo mucho ese rito denominado «salir del armario» por el que periódicamente un artista, un juez o un presentador de televisión admiten en público su homosexualidad. Y no porque tenga nada en contra de ello, lo aseguro, sino porque me parece tan chocante como sería, a mi juicio, el que los medios de comunicación publicaran de vez en cuando la lista de mujeres famosas que prefieren a los hombres de ojos azules o con el título de Ingeniero de Caminos o, en el lado opuesto, el de hombres de prestigio profesional comprobado que se decantan por las mujeres pechugonas o prefieren las de culitos respingones.
Solo el prejuicio, el miedo a resultar políticamente incorrectos, frena a muchos comentaristas o simples ciudadanos a criticar el exhibicionismo de esa parte de nuestra sociedad empeñada en saltar del armario al esperpento para reivindicar sus gustos en cuestión de sexo. Y entre estos temerosos se encuentran, lo sé, buena parte de gays y lesbianas que estos días permanecen ajenos a la fiesta de su supuesto orgullo.
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