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Columnas / UNA RAYA EN EL AGUA

Inconstitucional

El veredicto parte de un principio más político que jurídico: tratar de contentar a todos a base de no dejar satisfecho a nadie

Día 29/06/2010 - 03.26h
PARCIALMENTE inconstitucional: ése es el veredicto objetivo. Sírvase cada cuál sus conformidades y reparos a tenor de sus propios prejuicios; enfóquese la sentencia desde un punto de vista cuantitativo o cualitativo para adecuarlo a interpretaciones de parte; considérese muy importante, poco importante o relativo el sentido de la depuración; al final, lo único que queda claro es que el Estatuto de Cataluña contiene una quincena de preceptos que no encajan con la Constitución española y más de treinta que requieren de una corrección de sus criterios mediante interpretaciones y coletillas. Ahora viene un debate político cargado de farfolla, demagogia y consignas; ha sido un pleito tan confuso y tan largo que su resolución promete tanto embrollo como la norma que lo ha provocado.
Para lograr un veredicto tras cuatro años de bloqueo, la presidenta del Constitucional ha alumbrado una sentencia-pastel, aunque se trata de un pastel cocinado con demasiada lentitud y servido quizá demasiado tarde. Un fallo que parte de un principio más político que jurídico: tratar de contentar a todos a base de no dejar satisfecho a nadie. De un Estatuto bodrio, farragoso y prolijo, y de un tribunal desautorizado y desgastado no cabía esperar mucho más. Al final, el colapso había llegado a un punto en que cualquier sentencia era mejor que ninguna sentencia, y en ese sentido el TC ha terminado guiándose por la necesidad de acabar de una vez para aliviar una tensión insostenible.
Sea como fuere, medio centenar de artículos han sido anulados, retocados o corregidos, y algunos de ellos contienen aspectos nucleares de la intención soberanista que inspiró el Estatuto. Se revoca el poder judicial catalán, se anulan las competencias de autonomía financiera —por mayoría de ocho a dos— y se desregula, negándole eficacia jurídica y carácter vinculante, el principio esencial de que Cataluña es una nación. Eso es una purga como un castillo, una poda sustancial se mire por donde se mire, y
constituye la demostración de que los recursos eran procedentes porque el texto contenía aspectos incompatibles con el vigente marco legal de superior rango.
A partir de aquí, todo es opinable, y va a ser opinado a tenor de las conveniencias de parte propias de una precampaña electoral. Al nacionalismo catalán y a los soberanistas radicales les conviene el victimismo; a los socialistas les interesa resaltar la convalidación de una parte del articulado cuantitativamente amplia y el PP puede presumir de haber logrado embridar cuestiones determinantes para la unidad del Estado. Por encima de esa cháchara inevitable, la única realidad objetiva es que el Estatuto de Cataluña ha resultado ser inconstitucional. Poco, mucho, a medias; pero inconstitucional, al fin y al cabo.
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