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Columnas / HAY MOTIVO

¡Queríamos tanto a Obama…!

El mito del Gran Colega se encuentra por los suelos y, de seguir así, no habrá quien encuentre alguna huella suya

Día 26/06/2010 - 04.45h
HOY por hoy, ocho de cada diez franceses tienen una opinión buena o muy buena de la capacidad de liderazgo de Barack Obama. Entre los alemanes, el porcentaje es similar. Lo mismo se puede decir de los británicos, a la espera naturalmente de que los accionistas de BP deban redactar un codicilo con sus últimas voluntades. En los Estados Unidos, sin embargo, el mito del Gran Colega se encuentra por los suelos y, de seguir así, más pronto que tarde no habrá quien encuentre alguna huella suya en ninguna parte. Salvo en Europa, claro. Obama, a los efectos y mutatis mutandis, es un peliculero calcado a Woody Allen. Aquende los mares, un Dios; allende, un idolillo con los pies de barro. Pero la razón, por supuesto, está de nuestra parte, y quienes engañan son los desengañados. ¿Qué sabrán esos zotes sobre el cine? ¿Con qué derecho juzgan al inquilino de la Casa Blanca?
Cuanto mejor, peor; en eso se cifra la visión europea de la política norteamericana. Reagan sería, así, un pobre imbécil; Carter y ahora Obama, admirables. Que el balance del primero sea la definitiva victoria sobre los soviéticos, que Carter fuera un perfecto desastre y que Obama vaya camino de superarlo no debilita nuestra convicción. Hay algo que Europa no podrá perdonar nunca a los Estados Unidos: que la hayan salvado dos veces en el siglo veinte: dando las vidas de sus hombres, primero, para combatir a un nazismo frente al cual el Continente se había ya rendido; planteando luego una larga Guerra Fría, sin la cual Europa hubiera sido devorada por Stalin.
Dice Robert Kagan que parece como si los americanos fueran habitantes de Marte y los europeos de Venus. Hijos del Hobbes de la guerra permanente unos, del idílico Kant de La paz perpetualos otros. A lo cual contraponía Finkielkraut una metáfora más gráfica: los americanos hacen el papel de Hércules, limpiar los establos de Augias; a Europa, lo que le va es jugar el papel del alado Hermes, mensajero de noticias divinas que, por supuesto, deben ser siempre buenas. Hay en todo esto un malsano victimismo: el deseo de perecer sin dar combate.
La mitología de Obama se asentaba sobre la reconciliación de ambas visiones de lo político. Al poder sin reflexión iba a oponer una idílica unión de fuerza y seducción. Siempre una buena frase a punto: para advertir a los iraníes, para aplacar a los de Putin, para patear el culo a los responsables de BP... Pero Ahmadineyad lo chulea con la certidumbre de quedar impune, los rusos entran en Georgia y el petróleo sube por el Misisipi con más donaire que la Proud Maryde Credence Clearwater Revival. Y, al final, la patada en el culo se la lleva el general al mando en Afganistán, cuyo mayor exceso ha sido declarar su afición a la cerveza sin alcohol Budweiser.
Los estadounidenses empiezan a ver todo esta cadena de disparates con un humor pésimo. Puede que no hayan leído a Maquiavelo, pero saben que la política se resuelve, no en lo moral, sino en lo práctico. Y en lo práctico Obama no funciona. Salvo para los europeos.
No, ni siquiera Hermes. El mito de Europa es el de Eneas huyendo de Troya con su padre a cuestas, en busca de un lugar en donde echar raíces y mirarse al espejo sin avergonzarse. Los Estados Unidos son ese lugar: lo que queda de Europa.
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