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Columnas / PERSPECTIVA

Vaya salida más social

Hay simple resignación, incluso resentimiento sordo, por las cosas que han tenido que hacer

Día 25/06/2010 - 04.49h
ESPAÑA ha cumplido una presidencia europea de trámite. El asunto no hubiera tenido especial repercusión política si no fuera por las demenciales expectativas autogeneradas respecto al acontecimiento planetario que significaba ver a Obama y Zapatero juntos, cambiando el mundo y diseñando una salida social a la crisis internacional provocada por los especuladores. La salida social ha acabado como el rosario de la aurora. El infantil keynesianismo de cavar zanjas y luego taparlas con aceras remozadas para la ocasión ha producido ciertamente varios hitos históricos. Nunca antes en la historia de la democracia española se había bajado el sueldo a los funcionarios, ni se habían congelado las pensiones. Claro que nunca tampoco habíamos tenido más de cuatro millones y medio de parados. Pero lo verdaderamente sorprendente es que el Ejecutivo intente, como los malos alumnos, justificar su clamoroso suspenso con que el profesor le tiene manía. No son ellos los culpables de haber provocado una emergencia nacional, sino los banqueros alemanes, en la última versión de enemigo exterior salida de la factoría de ficción la Moncloa. La vicepresidenta Salgado afirma en una entrevista no arrepentirse de nada y el presidente Zapatero se muestra en el Parlamento orgulloso de haber llevado el déficit público por encima del 11 por ciento del PIB. Todo por una buena causa, por ampliar los derechos sociales. Lástima que los egoísmos de siempre no hayan accedido a financiarnos tan loable propósito.
El asunto es preocupante no por una simple cuestión de memoria histórica, sino por lo que revela de la actitud gubernamental. No hay un convencimiento de las reformas necesarias para hacer que este país pueda volver a generar empleo, pagar sus deudas, reconstruir su prosperidad perdida y edificar un Estado de Bienestar sostenible. Hay simple resignación, incluso resentimiento sordo, por las cosas que han tenido que hacer, por la miopía y crueldad de los mercados. No creen en la responsabilidad fiscal, en el esfuerzo individual, en la frugalidad como norma de conducta. Han reventado la caja, han dilapidado el crédito y no les queda más remedio que ajustarse el cinturón. Pera andan a la búsqueda permanente de un pagano infeliz a quien pegarle el sablazo. Se ha abierto la búsqueda del rico, de la base imponible. Lo ha dicho Gaspar Zarrias con toda claridad: es una cuestión de Estado. Con esta perspectiva va nuestro presidente a la reunión del G-20. Allí le espera su colega planetario en sus horas más bajas, por la pésima gestión del asunto BP en el golfo de México y los conflictos internos en la guerra en Afganistán. Pueden parir un monstruo. Aunque también pueden seguir los pasos de Cameron y Merkel y reconocer que el mundo desarrollado no puede seguir viviendo del ahorro externo si no quiere acelerar su propia decadencia. Si la memoria de nuestro presidente no se detuviese selectivamente en el tiempo franquista, quizá podría recordar la decadencia del Imperio español de la mano de sus banqueros genoveses, que no fueron el virus, sino el alivio que permitió prolongar la agonía. O si ese momento histórico le produce urticaria, que lea al otro Cameron, Averil, y su libro sobre la decadencia del Imperio Romano.
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