Con la grande polvareda de La Rojilla corremos el riesgo de perder a Don Beltrane, que es ese artículo de fondo que Gallardón, con el pretexto de ser un amigo, le ha tirado a Israel para decirle cómo ha de defenderse, que es con la espada del Cid, la vara del alcalde de Zalamea y la lanza de Don Quijote. ¿Y cómo sabrá Gallardón, que anda metido en un despacho zen y rodeado de andamios, cómo ha de defenderse Israel? ¿De dónde saca ese hombre el tiempo para atender a dos guerras: su guerra al peatón en Madrid, y en el Oriente Próximo, la guerra de Israel con Hamás? La guerra de Gallardón al peatón es total: la táctica consiste en llenar de ciclistas y de motoristas las aceras; y la estrategia, en hostigar al peatón hasta obligarlo a refugiarse otra vez en el automóvil. El peatón madrileño es una vaca que no da leche, comparado con las ubres ubérrimas del automovilista. Un hombre dentro de un automóvil es dinero. Un hombre en una acera es un estorbo. El general de la guerra madrileña al peatón es el concejal Calvo, que ha conseguido convertir cada baldosa de acera de la capital en una recreación de Delhi, con ciclistas y motoristas militantes describiendo ochos como vencejos entre niños, viejas, tullidos y perros. El ciclista militante se niega a circular por el carril-bici para no sentirse marginado, con lo que el dinero invertido en la obra cae de lleno en el concepto de la malversación. ¿Por qué no enviarlo a Gaza? No es difícil imaginar la expedición, que saldría de las Escuelas Aguirre. Miles de motos y bicis, con los dineros del aparcadero de motos y del carril-bici que nadie usa, marchando francamente, y el Ayuntamiento el primero, contra ese embargo israelí cuya ceguera Gallardón denuncia cambiándonos la «Carta sobre los ciegos, para uso de los que ven» (Diderot) por la «Carta sobre los que ven, para uso de los ciegos». ¡Mientras flote la flotilla...!
«La entrevista de Aznar ha sido un dedo en el ojo de Rajoy»
Carlos Herrera