Los que no ven el sol exprimen su dorado elixir

Vampiros... Son como las mujeres, no podemos vivir con ellos ni sin ellos. Y viceversa. Hemos ahondado en sus raíces, en su pasado, en su presente y en su futuro. Les hemos dado la vuelta, una y otra vez, remendado y vueltos a poner, a ver si así parecen más nuevos, su sangre más fresca y su color menos pálido. Pero no, siempre comparecen igual: puede variar la cantidad de sangre mostrada, la forma, el color de sus cenizas al desaparecer, pero ya todo se asemeja entre sí. Se nos han metido tanto en la piel que forman parte de nuestra identidad.

Aquí, los hermanos Spierig han buscado otro camino, no tanto original pero sí una vuelta de tuerca más: los pajaritos disparando a las escopetas, los vampiros dominan el mundo y cazan humanos para sobrevivir en su sangre. Un concepto interesante con algunos fragmentos llevados con intensidad al límite (el tope del rail cuando ya no queda más sangre y el principio del infierno es puro Averno).

Son momentos puntuales. El resto es factura B, cercano a la serie C. Y está Ethan... Este Hawke, líder de aquella generación X de dudoso recuerdo, es limitado. Tiene talento, pero no tanto como para desdibujar ese físico de niño bueno que no se ha podido quitar de encima más que en «Training day», y aún dudamos si fue por él o porque Washington (Denzel) es como Nadal, que hace mejores a los que juegan con él.

En cualquier caso, un producto digerible pero, sobre todo, vendible, que esto de los colmillos, la desesperación y los calcetines puesto del revés para que no apreciemos su triste desgaste, está de moda y da mucho juego en taquilla. Eso sí, con menos prisa y más pausa, con cierto reposo en un guión demasiado acelerado y unos diálogos menos previsibles, habría salido un producto de cierta enjundia.