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Martes
, 26-01-10 a las 19
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La última de «El Rafita», detenido la madrugada del pasado sábado cuando, presuntamente, intentaba robar un coche ha reabierto el debate sobre la reinserción social de los menores delincuentes. Este joven, que participó cuando contaba catorce años de edad en el brutal asesinato de la joven discapacitada Sandra Palo, no ha dejado de quebrantar la leve condena que le impusieron los tribunales, provocando el escándalo social. Con un año más, con quince, Javier G. M, alias «El Cuco», participó, presuntamente, en otra de las muertes que conmocionó a el páis, la de la joven sevillana, Marta del Castillo.
La pregunta es ¿qué hacer con este tipo de delincuentes?. ¿Puede de veras hacerse carrera de alaguien que a la tierna edad de catorce años es ya un despiadado criminal? La Constitución dice en su artículo 25.2 que «las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social». Este mismo espíritu benévolo es el que impregna la Ley de Responsabilidad Penal de los Menores, aprobada en 2000. Sin embargo, casos como el de «El Rafita» dejan al sistema en mal lugar y espeluznan especialmente. Todos los intentos por rehabilitar a este joven se han revelado estériles. Instituciones como el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid reconocen que «no está reinsertado»
Pero no es la primera vez que las Fuerzas de Seguridad y la Justicia españolas se enfrentan con chiquillos a los que no hay modo de apartar del camino del delito. Existen varios antecedentes, algunos de ellos son ya parte de la historia.
La pregunta es ¿qué hacer con este tipo de delincuentes?. ¿Puede de veras hacerse carrera de alaguien que a la tierna edad de catorce años es ya un despiadado criminal? La Constitución dice en su artículo 25.2 que «las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social». Este mismo espíritu benévolo es el que impregna la Ley de Responsabilidad Penal de los Menores, aprobada en 2000. Sin embargo, casos como el de «El Rafita» dejan al sistema en mal lugar y espeluznan especialmente. Todos los intentos por rehabilitar a este joven se han revelado estériles. Instituciones como el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid reconocen que «no está reinsertado»
Pero no es la primera vez que las Fuerzas de Seguridad y la Justicia españolas se enfrentan con chiquillos a los que no hay modo de apartar del camino del delito. Existen varios antecedentes, algunos de ellos son ya parte de la historia.

JUAN JOSÉ MORENO CUENCA, ALIAS EL VAQUILLA
«El Vaquilla» es el símbolo de la delincuencia marginal de los albores de la España democrática y uno de los paradigmas contemporáneos de la figura del bandido rebelde e irredento. Nacido en un suburbio de Barcelona en 1961, su extracción social le marcó desde chico. Nació fruto del encuentro ocasional de una reclusa y de un cantaor flamenco que nunca se hizo cargo de él. Juan José se educó con su padrastro, de quien aprendió las «artes» que le llevarían a la fama: cómo hacer «puentes» a los coches y arrebatar bolsos a las señoras por el método del «tirón». A los once años ya robaba coches y su habilidad al volante desesperaba a los agentes policiales en la Ciudad Condal. De casta le venía al galgo, tres de sus hermanos y el padrastro que le adiestró perdieron la vida, en diferentes circunstancias, cuando huían de la Policía. En 1976, se produciría la única víctima mortal de «El Vaquilla», una mujer que se aferró al Seat 1430 en el que la banda del Vaquilla huía con el bolso que le acababan de arrebatar: Intentando zafarse de ella, a base de acelerones, las maniobras del habilidoso delincuente terminaron en atropello mortal.
«El Vaquilla» y la incapacidad del sistema para rehabilitarlo o neutralizarlo acabaron copando la atención mediática y su figura alcanzó tal relieve que se convirtió en protagonista de largometrajes como Perros callejeros o Yo, el Vaquilla y de temas de éxito de grupos míticos como Los Chichos. Sus «hazañas delictivas» y sus fugas de prisión hicieron correr ríos de tinta en la prensa de la época. En 1984, fue uno de los cabecillas de un motín en la Cárcel Modelo de Barcelona, donde permanecía internado. «El Vaquilla» y sus compañeros de galería retuvieron a varios funcionarios hasta que se les permitió leer a los periodistas un mensaje en el que reclamaban una dignificación de las condiciones de vida en prisión y se les entregaron dos gramos y medio de heroína. No sería la única vez que pusiera en jaque a Instituciones Penitenciarias.
Este malogrado bandido murió en 2003. Padecía Sida, recuerdo de sus muchos años de adicción a la heroína, y una cirrosis que acabó con él. Pidió que le dejaran en libertad para no morir en la cárcel. Las autoridades accedieron cinco días antes de su final. Con «El Vaquilla» perecía un símbolo.

JOSÉ RABADÁN, EL ASESINO DE LA KATANA
Hoy es un hombre libre, pese al grave crimen que cometió en su adolescencia. En la madrugada del 1 de abril de 2.000, con tan solo dieciséis años, José Rabadán escribió una de las páginas más truculentas de la crónica negra española. José, un chaval de Murcia, introvertido y aficionado a los videojuegos y las artes marciales, agarró aquella fatídica noche su espada samurai y terminó a golpe de mandoble con la vida de su padre: Rafael; su madre: Mercedes; y su hermana: María, una cría de doce años con síndrome de Down. «Quería estar solo» fue la sencilla explicación que dio el muchacho a la Policía cuándo le preguntaron el por qué de semejante atrocidad. José fue detenido un par de días después de cometido el parricidio en la estación de RENFE en Alicante. Pretendía huir a Barcelona.
Fue condenado por su crimen, que causó un enorme impacto en la opinión pública española, a doce años de reclusión, pero se benefició de la controvertida Ley de Responsabilidad Penal Del Menor, en base a la que se redujo su condena a sólo ocho años. En 2003 se fugó del centro en el que estaba internado, pero esto no impidió que el 1 de enero de 2008, empezara a disfrutar de la libertad de quien ha saldado cuentas con la Justicia.
No ha sido fácil para las instituciones y los educadores que en ellas trabajan devolver a Rabadán a la vida en sociedad. Mercedes Navarro, directora del Instituto de Servicios Sociales de Murcia, organismo que tuvo al joven homicida a su cargo, manifestó su inquietud por el repentino cambio de actitud del chico, que de un día para otro accedió a participar en las actividades y someterse a los tratamientos psicológicos que se le prescribían. Navarro dudaba. «Hace progresos, pero no sabemos si está haciendo teatro».
Los últimos tiempos de reclusión los pasó en un hogar evangélico en régimen de libertad vigilada, una situación que el Juzgado de Menores decidió adelantar en el tiempo para favorecer su reinserción social. Julio García, su tutor en el hogar de acogida de la asociación protestante Nueva Vida en el que ingresó Rabadán, mantiene contundente que ya no es un peligro para la sociedad y que el milagro se ha obrado gracias a la religión: «José es un hombre nuevo porque ha encontrado al señor». García confía en que Rabadán pueda algún día decir: «Yo hice esto, y aunque no puedo devolver la vida a mi familia, he cambiado por la gracia de Dios». El caso Rabadán, al contrario que el de «El Rafita», respalda los argumentos de quienes creen que hasta el más abyecto criminal puede encontrar una ventana para la redención.
No ha sido fácil para las instituciones y los educadores que en ellas trabajan devolver a Rabadán a la vida en sociedad. Mercedes Navarro, directora del Instituto de Servicios Sociales de Murcia, organismo que tuvo al joven homicida a su cargo, manifestó su inquietud por el repentino cambio de actitud del chico, que de un día para otro accedió a participar en las actividades y someterse a los tratamientos psicológicos que se le prescribían. Navarro dudaba. «Hace progresos, pero no sabemos si está haciendo teatro».
Los últimos tiempos de reclusión los pasó en un hogar evangélico en régimen de libertad vigilada, una situación que el Juzgado de Menores decidió adelantar en el tiempo para favorecer su reinserción social. Julio García, su tutor en el hogar de acogida de la asociación protestante Nueva Vida en el que ingresó Rabadán, mantiene contundente que ya no es un peligro para la sociedad y que el milagro se ha obrado gracias a la religión: «José es un hombre nuevo porque ha encontrado al señor». García confía en que Rabadán pueda algún día decir: «Yo hice esto, y aunque no puedo devolver la vida a mi familia, he cambiado por la gracia de Dios». El caso Rabadán, al contrario que el de «El Rafita», respalda los argumentos de quienes creen que hasta el más abyecto criminal puede encontrar una ventana para la redención.

RAFAEL GARCÍA FERNÁNDEZ, ALIAS «EL RAFITA»
Ahora, robando un coche. Esta ha sido la última de «El Rafita», uno de los cuatro jóvenes que la madrugada del 17 de mayo de 2003 participaron en la violación, atropello, y asesinato de Sandra Palo, una joven discapacitada, vecina de Getafe. «El Rafita» y sus tres secuaces, sólo uno de los cuales superaba los dieciocho años, raptaron a Palo y a su ex novio cuando se encontraban en las inmediaciones de la glorieta del Marqués de Vadillo, en Madrid. Sus captores son los peligrosos integrantes de la «banda del chupete», un grupo de delincuentes juveniles, especialmente duchos en el arte del «alunizaje» y a los que la Policía conoce bien. Los chicos del «chupete», entre los que se cuenta «el Rafita», que tiene entonces sólo catorce años, obligan a la pareja a subir al coche robado en el que se desplazan. De él se deshacen pronto. Con ella quieren divertirse. La trasladan a un descampado junto a la Carretera de Toledo, donde al menos dos de ellos la violan, mientras el resto sujeta a la joven que lucha por defenderse. Saciada su enfermiza libido, y mientras su víctima trata de recuperarse, la atropellan salvajemente, aplastándola contra un talud repetidas veces. Con toda frialdad, deciden entonces acopiarse de gasolina con la que quemar a su víctima para evitar dejar pruebas de su felonía. Conducen entonces de nuevo hasta Madrid, regresan al lugar donde Sandra Palo agoniza y le prenden fuego sin piedad.
La titular de el Juzgado de Menores Número 5 de Madrid consideró a «El Rafita» culpable de un delito de asesinato, tres de agresión sexual y uno de detención ilegal. La condena total, con la Ley de Responsabilidad Penal del Menor en la mano, se quedó en cuatro años de internamiento en régimen cerrado más otros tres en régimen de libertad vigilada.
Desde el mismo día en que se conoció el magro castigo impuesto a «El Rafita», la madre de su víctima emergió en los medios de comunicación siempre con semblante doliente e inició una cruzada que la convirtió en icono de la rabia y de la maternidad mutilada. María del Mar Bermúdez, que así se llama la madre de Palo, se ha erigido en azote de las instituciones, a las que reclama la derogación de la una norma, la Ley del Menor, aprobada con el Partido Popular en el Gobierno, y mayor severidad con los asesinos de su hija. De poco ha servido hasta ahora. Desde que pasó a la situación de libertad vigilada, Rafael García Fernández ha sido detenido en tres ocasiones por diferentes delitos contra la propiedad. Horas después de su último arresto estaba en la calle. La familia de Sandra Palo cree que, de continuar la impunidad, pronto podría volver a matar.
JAVIER G. M, ALIAS «EL CUCO»
A comienzos del año 2009, los medios de comunicación daban cuenta de la desaparición de la joven sevillana Marta del Castillo. Tras largos interrogatorios, el presunto autor de los hechos, Miguel Carcaño, que había mantenido una relación con la chica, confesó haberla asesinado. Según su declaración, contó con la ayuda del menor Javier G. M. para deshacerse del cadáver. Meses después y tras haberse empleado ingentes recursos en la búsqueda, siguen sin localizarse los restos de la joven.
Los implicados en el crimen han dado versiones contradictorias en sus distintas declaraciones. A la espera de que se aclare la participación de «El Cuco» en la muerte de Del Castillo, el Juzgado de Menores decretó su internamiento en régimen cerrado. Aunque debía haber pasado a estar en libertad vigilada y a vivir en un piso tutelado con otros menores, la Junta de Andalucía ha dispuesto que permanezca en un centro de rehabiliatción social de la localidad gaditana de Puerto Real hasta que se celebre el juicio, informa Érika Montañés
JAVIER G. M, ALIAS «EL CUCO»
A comienzos del año 2009, los medios de comunicación daban cuenta de la desaparición de la joven sevillana Marta del Castillo. Tras largos interrogatorios, el presunto autor de los hechos, Miguel Carcaño, que había mantenido una relación con la chica, confesó haberla asesinado. Según su declaración, contó con la ayuda del menor Javier G. M. para deshacerse del cadáver. Meses después y tras haberse empleado ingentes recursos en la búsqueda, siguen sin localizarse los restos de la joven.
Los implicados en el crimen han dado versiones contradictorias en sus distintas declaraciones. A la espera de que se aclare la participación de «El Cuco» en la muerte de Del Castillo, el Juzgado de Menores decretó su internamiento en régimen cerrado. Aunque debía haber pasado a estar en libertad vigilada y a vivir en un piso tutelado con otros menores, la Junta de Andalucía ha dispuesto que permanezca en un centro de rehabiliatción social de la localidad gaditana de Puerto Real hasta que se celebre el juicio, informa Érika Montañés



