Era viernes, la noche en Ho Chi Minh City me da miedo. En el buen sentido de la palabra. Todo es posible en una ciudad que ha convertido la perdición en una forma de vida. Para alguien con ganas de juerga, es el lugar. Además de un arma de múltiples y templados filos. Para desengrasar, la ortodoxia de Saigón marca que hay que arrancar con una clásica cerveza 333. Un buen lugar para ello es el Underground Pub. Estoy en las manos de Cyril, un francés afincado en su antigua colonia.
Saigón es una ciudad que ofrece los mejores lujos asiáticos. La mayoría, eso sí, son pecaminosos. El primero es fácil de conseguir: un bufé (asiático) en toda regla con su correspondiente barbacoa. Habitualmente se trata de una cantidad ingente de comida, demasiada para la vista. Al final siempre cae todo. Importante andar con el estómago lleno para lo que se viene encima. Lo primero fue la conversión del restaurante en discoteca a base de chupitos de vodka. Todo es tan tentador aquí que dan verdaderas ganas de emborracharse.
La siguiente parada fue Lust, un señor discotecón. En cuestión de minutos, nos hicimos con medio aforo. Vietnam, escenario de una de las guerras más cruentas del pasado siglo, es sin embargo el lugar del mundo donde más hermandad se arma en las noches. La atención al cliente en Lust es el ejemplo palmario de la vocación comercial de los vietnamitas. Ya puede estar el local lleno hasta la bandera que un batallón de diligentes camareros te localizan en la más recóndita esquina para servirte el combinado de turno. Gran profesionalidad.
Cuando cerró Lust, fue el turno de un ‘after hour’ emblemático en la noche de Saigón: el Q-bar. Me lie la manta a la cabeza y me dediqué a hacer demostraciones de cómo se beben los chupitos de Sambuca con fuego en la boca. Creo que hice demasiadas demostraciones, pues el Q-bar también cerró. Definitivamente la noche en esta ciudad del demonio te atrapa.
Cuando cerró el Q-bar todavía hubo ocasión de seguir dando la cara. Un puñado de locales donde se sirven comidas y copas permanecen abiertos sea la hora que sea para los más cansinos. Coincidimos gentes conocidas de bares anteriores. Conocí a un hombre bastante raro de Córcega, tenía pinta de mafioso e iba con su maletín. El tipo sólo me hablaba de que en Córcega si hay alguien que no gusta se le quita del medio, o sea se lo cargan. Lo mejor es que admiraba a los andaluces por ser una raza que mantienen las tradiciones a lo largo del tiempo. El corzo acabó invitándome a una copa antes de irse. Cosas que pasan en la noche de Saigón.



















