Ya desde el día anterior al lanzamiento del txupinazo desde el balcón del Ayuntamiento (el cohete que anuncia el comienzo de las fiestas) se palpan en el ambiente las ganas de marcha. Es una espera contenida, una larga noche de ésas en vela sabiendo que se va a vivir algo mágico en pocas horas. Desde que la cosa arranca y hasta que se entona el clásico "Pobre de mí, pobre de mí, que se han acabado las fiestas de San Fermín..." el horario para la diversión es ininterrumpido. Incluso cuando se da por finalizada la fiesta, mucho personal prefiere no darse por enterado y sigue dando guerra con una copa en la mano, aunque le cierren en la cara todos los bares. Los que aguanten podrán correr el encierro del 15 de julio, llamado de la Villavesa, el broche de oro sanferminesco.
Comencemos por el principio, el momento en que todo arranca. Llegado el día, hay que organizar bien la logística y encaminarse bien temprano hacia la Plaza del Ayuntamiento para coger un buen sitio. Aunque las apreturas están garantizadas desde primeras horas de la mañana, bien avituallados con unos cuantos litros de kalimotxo (un combinado de refresco de cola con vino muy típico en las regiones del norte) la espera se hace más amena. Se puede complicar el asunto con el tema de la incontinencia, porque no resulta tarea fácil alcanzar un cuarto de baño en medio de una multitud maciza y con tantas ganas de brincar.
Una vez lanzado el txupinazo de turno, llega la 'barra libre', toca disfrutar y dejarse llevar hasta que el cuerpo aguante. El ambiente es espectacular y reina la camaradería ante todo. Gracias al gran escritor estadounidense Ernest Hemingway, un apasionado de las fiestas, los Sanfermines se hicieron mundialmente conocidos y famosos, y han ido atrayendo cada año a miles de visitantes venidos de todo el orbe. Los australianos son especialmente devotos. Una imagen clásica de Pamplona en estos días es ver cómo algunos 'aussies' se animan a participar en las populares charangas que amenizan las tardes con música y pasacalles.
EL PROTOCOLO EN LOS ENCIERROS
A partir del día 7 y hasta el 14 de julio, los más osados se atreverán a correr los encierros delante de seis toros bravos. Los encierros comienzan a las ocho de la mañana de cada día y, a lo largo de los 850 metros que discurren por el casco viejo de Pamplona, los mozos acompañan a los astados que se lidiarán por la tarde en la plaza de toros. Quizás el tramo que discurre por la mítica calle Estafeta sea el escenario más solicitado y el que más se recuerda en el imaginario común.
Eso sí, ante todo hay que tenerle muchísimo respeto al animal y saber que es una actividad peligrosísima. No está de más conversar con los expertos corredores que jalonan el recorrido y que amablemente le explican a uno los pormenores y trucos del encierro. Sin duda, es el momento más emocionante de todos cuantos se viven en las fiestas. Poder correr durante unos pocos segundos junto a un morlaco de más de 600 kilogramos de peso es una de las sensaciones más increíbles que se pueden vivir. Un aspecto es importante: parafraseando a Stevie Wonder, 'si bebes no corras los toros'. La historia de los accidentes en las carreras está plagada de tipos sin experiencia y totalmente ebrios que fueron más valientes de la cuenta. Señores, más vale escarmentar en cabeza ajena.
RECOMENDACIÓN CULINARIA: si se animan a correr el encierro, un clásico es acudir luego a Casa Paco, (calle Lindachiquía, 2) para reponer fuerzas. Se encuentra en el Casco Viejo y es un lugar emblemático para recuperar el pulso si se pretende un 'non stop' en la fiesta o al menos regresar a casa con la barriga llena.
Después del encierro y la suelta de vaquillas en la plaza de toros, es hora de descansar aunque la ciudad no para en esos días. La amanecida es el único momento en que la paz vuelve por unas horas a Pamplona. Toman el relevo los más madrugadores y los niños y así sucesivamente en una rueda continua que no para de girar, haciendo realidad el topicazo de que en San Fermín la fiesta está garantizada las 24 horas del día. Ya cuando el mediodía se aproxima comienza a llenarse la Plaza del Castillo y alrededores. Sólo resta gritar aquello de... ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!



















