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Destinos / UN RECORRIDO POR EL NORTE DE GRAN CANARIA ENTRE VOLCANES Y DEGUSTACIONES DE LICOR

Teror calienta motores para un roncito

La Isla de Gran Canaria encierra un interior fascinante. Sus principales tesoros no están a la vista, hay que rastrearlos. Eso suma parte de encanto a la visita. En mi caso me propuse peinar la parte norte. Para lograrlo me hice con un coche alquilado para facilitar los desplazamientos (por cierto, buen precio tanto del automóvil como de la gasolina). Ventajas de la insularidad.

Día 05/10/2012 - 15.32h

Abandono la capital y la carretera discurre por sinuosos carriles. La vegetación comienza a aparecer (más de un centenar de especies son endémicas de la isla). Sin darme cuenta, entre las montañas, los valles y un clima atlántico me traslado en la mente al norte de España. Algunas casas solitarias desafían las leyes de la gravedad, apuradas en los bordes de las rocas. Todo es muy hermoso. Eligo Teror como primer destino, principalmente porque me habían asegurado que no hay mejor lugar para desayunar en todo el archipiélago. Creo que tenían razón.

Justo a la entrada está la fábrica de donuts de Eidetesa que cuenta con bar propio. Me decanté por una tostada de tortilla de patatas y berro que quita el sentido de lo buena que estaba. Para beber, un zumo de papaya natural (fruta muy frecuente en la isla). Por supuesto, es obligatorio probar los donuts recién hechos en alguna de su decena de variedades. Homer Simpson formaría aquí la mundial...

El pueblo de Teror se presenta ante mí con un cuidado aspecto de lo más colonial. Las vías están en perfecto estado de revista, los balcones de madera típicamente canarios lucen magníficos en la Calle Real de la Plaza (anteriormente llamada 'Baldomero Agente' y 'General Franco') y cómo no, está presidido por una imponente iglesia. Se trata de la Basílica y Real Santuario de Nuestra Señora del Pino, de notable importancia puesto que en su interior se encuentra la imagen de la Virgen del Pino, a la sazón patrona de la isla y de toda la diócesis de Canarias. Dicen que apareció en el siglo XV y a partir del hallazgo se fundó la localidad.

Tiene su encanto la Casa de la Cultura. Allí se conserva una cruz que anteriormente estaba en la montaña y que fue sustituida por otra que se ilumina en la noche y parece que está levitada. Me sorprendí con el gran auditorio con que cuenta. Una placita cercana a la basílica hace honor a Teresa Bolívar, mujer del libertador de América Simón Bolívar. Sus abuelos eran de aquí y emigraron a Venezuela. Quizás en un futuro se convierta en un punto de peregrinaje para los amantes del bolivarianismo. Teror ha estado un tiempo colocado en primer plano de la prensa rosa, puesto que Fernando Alonso se dejó caer en alguna que otra ocasión para acompañar a Raquel del Rosario, terorense de pro.

Desde 1872 cada semana se celebra un mercadillo dominical en esta Villa Mariana. Hay casi de todo: desde alimentación a bisutería, pasando por objetos religioso, flores, juguetes, textil... y por supuesto los famosos cuchillos canarios que sirven de elemento de indentidad a los habitantes de la isla. Se supone que las transacciones comerciales están bendecidas por la presencia del Santuario de la Virgen del Pino, por lo que no hay que temer a los timos.

LA CATEDRAL QUE SE ESCONDE

Desde el pueblo el camino baja por la montaña, pero sin llegar al mar. Busco el pueblo de Arucas. Desde lo lejos se distinguen grandes árboles, majestuosos, pero al acercarme descubro que la vista me ha jugado una broma. No se trataba de frondosa vegetación sino de las puntas de una grandiosa catedral. Una inesperada maravilla en toda regla. El templo está construido con piedra de mar y sobresale por el perfil de la población invitando a los fotógrafos a captar su característico color negruzco. Arucas se encuentra a los pies de una montaña homónima que en realidad es un volcán. En lo más alto se encuentra un mirador desde el que es posible otear el horizonte en las cuatro direcciones. Si tenemos suerte y estamos solos como vigías se trata de un momento que reconforta el espíritu.

Vuelvo a la realidad, a la ciudad. Las estrechas calles invitan al paseo. La Casa de la Cultura (otra más) es usada entre otras cuestiones como sala de estudios y su colorido interior vale para sentarse en el patio y dejar pasar los minutos con el sosiego que se respira. Continúo mi camino, dejo un parque a mi derecha y pongo proa a la fábrica del popular ron Arehucas. Un letrero asegura que se fundó en 1884 pero una estatua levantada en honor a su fundador replica que esté nació diez años más tarde. Me invade la duda de la gallina o el huevo.

Me decido por inspeccionar el interior con la esperanza de probar algún que otro chupito. La fábrica se puede visitar de lunes a viernes, de diez a dos de la tarde. El procedimiento es simple: esperas que venga algún grupo y te incorporas sin problemas. En mi caso fueron unos 50 alemanes. A la entrada se encuentran las barricas firmadas por famosos, desde Julio Iglesias hasta los reyes de España. Luego se pasa a la zona de envasado, tecnología punta. Aquí un operario me contó que toda la caña de azúcar la traen de Sudáfrica (mucho más barata) y que prefería más el ron blanco que el añejo. Y que el color se lo da la madera. De un plumazo me desmontó varios mitos. Me dijo además que el blanco es más limpio y mejor para el cuerpo.

Al final del recorrido, premio: una degustación de los diferentes productos. Lo malo (o lo bueno, según se mire) fue tomar ron 'a palo seco', un poco brusco para la hora que era. Eso sí, tenían algunos licores muy sabrosos. Se podía beber hasta terminar las botellas que habían dejado en la barra. Pero había que retirarse, no era momento de borracheras, aunque los alemanes sí que estaban por la labor de beber hasta la última gota. Nunca dudé de ellos.

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