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Destinos / LA MARCHA SIEMPRE DA LA CARA EN LIEJA

El agujero negro de Le Carré

Día 08/10/2012 - 12.21h

De entrada, era noviembre y me encontré con la Feria de Lieja. Un poco de ambiente para entrar en calor junto al río Mosa, no muy espectacular, pero puede valer. Está bien para desengrasar, pero no tiene mucho que ver con las populosas ferias hispánicas. Atrapa más bien poco. Tras visitar la ópera, la colegiata de San Bartolomé y la antigua abadía de Saint Jacques, amén de la clásica vuelta por la plaza del mercado, me entregué al mundo de Le Carré.

Se trata de un pequeño barrio céntrico, todo peatonal y trufado de bares. Cada tres metros hay otro. Y otro más. Al parecer tiene la mayor concentración de cervecerías de toda Bélgica, lo que no es poca cosa si se tiene en cuenta que en el país hay más de un par de cientos de clases de birra. Aquel día de bautismo era miércoles por la noche y salimos no con demasiada emoción.

Sorpresa: la cosa se sale. Ambientazo hasta las mil y todo muy barato. Resulta que como hay tantos estudiantes en la universidad, muchos de ellos andan con becas Erasmus y en consecuencia salen a diario. Parece que las ganas de calle va en el adn de estos becarios. Había unas pocas de fiestas operativas. Uno que todavía parece no demasiado envejecido y puede engañar, se dedicó a pedir copas diciendo que era estudiante. Había descuento de por medio. A euro la cerveza y a tres la copa, no está mal. La gente acabó dando botes en lo alto de las barras de los bares. Sin miedo.

Al día siguiente, desde media tarde, ya había ambiente de cerveceo por Le Carré. La noche resultó ser la de estreno de los nuevos universitarios, que salen vestidos con harapos negros, gorras estrafalarias con viseras enormes y todo llevan una especie de pizarrita pequeña donde escriben su nombre, si tienen alguna alergia (por si la borrachera acaba tan mal que alguien los tiene que llevar a casa), lo que va a estudiar y cuánto le mide, ejem, el tema. En el caso de ellos. O bien, cómo lo tiene arreglado, ejem, el tema. En el caso de ellas.

Musicón por las calles y apariencia de que la policía deja hacer. Los vecinos, digo yo, tienen asumido lo que hay. Sorprendente para ser Europa central. El fin de semana la presencia de borrachines y de decibelios aún sube algo más. Casi mejor no saberlo... Les trois rivières es un buen lugar para acabar la noche, por dar algún dato, aunque todo está en menos de 200 metros.

Por cierto que tampoco hay que perderse la experiencia de comerse un grofre, la especialidad gastronómica de la ciudad. No es bollería al uso, están crujientes y sabrosos. Y entran magníficos entre copa y copa.

PD: los miles de amigos falsos que me eché me informaron de que en diciembre se celebra la fiesta del San Nicolás de los estudiantes. Es entonces cuando se le pintan de rojo los, ejem, huevos a la estatua de un toro que es el emblema de la ciudad. Y también símbolo de virilidad. La que se forma luego por las calles no tiene nada que envidiar a San Fermín. Veremos.

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