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Lo que es verdad y lo que no en 'La Sociedad de la Nieve', la película de Bayona sobre la tragedia de los Andes

Repasamos y matizamos algunos detalles de la película de Bayona sobre los supervivientes que pasaron 72 días en el Valle de las Lágrimas tras el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya

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Lo que es verdad y lo que no en 'La Sociedad de la Nieve', la película de Bayona sobre la tragedia de los Andes ABC
María Carbajo

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El 13 de octubre de 1972, 19 miembros del equipo de rugby uruguayo 'Old Christians', 20 de sus familiares y amigos, cinco miembros de la tripulación y una mujer ajena al club que aprovechó un asiento de última hora sufrieron un accidente en la coordillera de los Andes mientras viajaban de Montevideo a Santiago de Chile para disputar un partido y aprovechar unos días de escapada.

Era el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que ahora conocemos como 'La tragedia/milagro de los Andes' y que J.A. Bayona ha llevado al cine con 'La Sociedad de la Nieve'. Un total de 16 hombres -chavales veinteañeros, en realidad- obraron la sobrenatural hazaña de sobrevivir a 72 días en el helado Valle de las Lágrimas argentino, a 4.000 metros sobre el nivel del mar.

El choque del avión contra el glaciar que serviría durante los dos meses siguientes de hogar para los ocupantes del avión Fairchild se produjo a causa de un error humano: básicamente, el piloto pensaba que ya habían sobrepasado el punto de Curicó en el que debían virar para continuar la ruta hasta Santiago. Un trazado habitual que consistía en viajar hacia el sur para evitar la parte más alta de la cordillera y después recuperar hacia el norte.

Cuando los pilotos se dieron cuenta, ya era demasiado tarde. Arranca en ese momento la desgarradora aventura de unos chicos que lo hicieron todo para salir con vida de un infierno en las alturas. Bayona lo plasma a la perfección en 'La Sociedad de la Nieve', disponible ya en Netflix, y candidata a representar a España en los Oscars.

La cinta está basada en el libro del mismo nombre del escritor uruguayo Pablo Vierci, quien convivió con los supervivientes para reproducir directamente sus testimonios en un relato fiel a lo ocurrido cuando regresaron muchos años después al punto del accidente. Partiendo de estos testimonios y de todo lo que se ha escrito y grabado de uno de los acontecimientos más famosos del siglo XX, ¿qué hay de cierto y qué no en la película 'La Sociedad de la Nieve de J.A Bayona?'.

¿Qué es verdad y qué no en 'La Sociedad de la Nieve?'

Para empezar debemos decir que, por momentos, la película del director español parece una suerte de cámara oculta que alguien con poder para viajar en el tiempo ha colocado en esos días críticos de octubre a diciembre de 1972. Es fiel a los relatos conocidos y a la crudeza vivida por los Canessa, Parrado, Vizintín, Strauch y compañía que incluso la mujer de este último le dijo tras verla: «No sabía hasta ahora que aquello había sido tan duro», tal y como el superviviente confesó en una reciente entrevista.

Por tanto, estamos ante una obra que retrata con maestría la crudeza de una historia fascinante que permanece en la memoria de todos como un auténtico milagro de vida. Aunque podemos analizar a fondo algunos detalles que no se muestran exactamente calcados al relato o que se omiten.

El Old Christians Club

En los primeros minutos de la película vemos a un rapidísimo Roberto Canessa corriendo por el campo de rugby mientras sus compañeros le instan a pasar el balón, cosa que rehusa hacer, quedando un poco como 'chupón' entre los suyos. Después, se lo recriminan entre bromas en el vestuario mientras comentan el inminente viaje a Chile que tanto les ilusiona.

No sabemos cómo eran las conversaciones del vestuario pero sí que estos universitarios que dedicaban gran parte de su vida al rugby conformaban uno de los clubes más exitosos de Uruguay. De hecho, en 1970, este equipo nacido en el colegio de Montevideo Stella Maris había conquistado el que por entonces era su segundo campeonato uruguayo (y no «el año anterior» como Canessa afirma en la película, aunque le perdonamos esa licencia poética a Bayona).

Los ocupantes del avión

Vayamos al viaje. Los 19 jugadores más 20 de sus familiares se citaron en el aeropuerto de Carrasco (Montevideo) para emprender el camino hacia Santiago de Chile donde iban a jugar un partido contra el Old Boys y aprovechar para pasar unos días de minivacaciones. En los diálogos de la película no se menciona expresamente a Graciela Augusto de Mariani, la mujer de 43 años que ocupaba una plaza en el vuelo y que quedó libre a última hora; sin embargo, sí aparece entre los pasajeros durante el metraje de dentro del avión y está de hecho acreditada, interpretada por Tea Alberti.

Basándonos en el relato del libro de Vierci, Graciela, quien iba a viajar a Chile de todas maneras para asistir a la boda de su hija pero decidió hacerlo con los chicos del rugby por ser un billete más económico, quedó gravemente herida en las piernas tras el impacto por la fuerza que sobre ella ejercieron los asientos posteriores al suyo.

Se cuenta que la primera noche la pasó entera emitiendo gritos de dolor que podemos escuchar en el film de Bayona aunque no se la mencione directamente. Sí aparece su nombre en los rótulos de homenaje a los que fallecieron durante esa primera jornada, junto a la madre de Nando Parrado o el médico del equipo -el doctor Nicola- y su esposa.

Realidad

Ficción

Imagen después - Arriba la foto real del interior del avión y abajo la reproducción en la película de Bayona
Imagen antes - Arriba la foto real del interior del avión y abajo la reproducción en la película de Bayona
Arriba la foto real del interior del avión y abajo la reproducción en la película de Bayona NETFLIX

A partir del segundo día, tal y como se narra en la película y después de sufrir la muerte de diez de los miembros de la expedición y contar con siete desaparecidos -que viajaban en la parte trasera del avión- los supervivientes ilesos o con heridas menos graves se pusieron manos a la obra para habilitar el fuselaje, de apenas tres metros cuadrados, de manera que los más críticos pudieran tener un espacio propio y los relativamente sanos se apiñaran en el hueco restante para así, además, paliar el frío.

Las causas del accidente

La tragedia se debió a un terrible error humano. Bayona recrea el momento en el que el copiloto, Dante Lagurara, se lamenta de lo ocurrido cuando, agonizando, responde a las preguntas del superviviente Moncho Sabella susurrando una y otra vez a modo de autoconvencimiento «pasamos Curicó». Pero no lo habían pasado.

Como mencionábamos antes, y aunque entre Montevideo y Santiago de Chile hay casi una línea recta de este a oeste, la coordillera de los Andes -que alcanza su punto más alto en el Aconcagua, a 6.962 metros sobre el nivel del mar- obligaba a los aviones a realizar una ruta en forma de U a su llegada a las proximidades de la frontera de Argentina con Chile.

Precisamente en una ciudad cercana a la frontera y a los pies de los Andes, Mendoza (Argentina), el vuelo 571 se vio obligado a pasar una noche de escala por las condiciones climáticas adversas, aunque en la película no se cuenta porque tampoco aporta a la calidad narrativa.

Fue desde ahí donde partió hacia el llamado 'Paso del Planchón', el punto en el que el control pasaba de las autoridades de la torre de Mendoza a la de la capital chilena. La serie de catastróficas desdichas que terminó en el accidente comenzó con el viento. Las fuertes rachas redujeron la velocidad sin embargo, no se tuvo en cuenta por parte del piloto y el copiloto para los cálculos de ruta por lo que, cuando ellos creían estar ya cerca de Curicó, así lo comunicaron a los controladores e inicaron el descenso.

La realidad con la que logra plasmar Bayona el accidente en la película es admirable e impresiona. Ese momento en el que los pasajeros observan con pavor por la ventana lo cerca que están las montañas es desgarrador. Los pilotos, creyendo que estaban más al sur de donde realmente estaban, iniciaron la maniobra que les llevaría hacia el norte, dirección Santiago. El resultado fue fatal.

El coma de Nando Parrado

Diez personas murieron entre el accidente y la primera noche. Susana Parrado, hermana de Nando, lo hizo tras una semana, pocos días después de que este despertara de los tres días de coma provocados por el impacto.

El que más tarde sería uno de los héroes que recorrió la distancia hacia la salvación, no se separó de su hermana pese a las secuelas que el accidente le había dejado y fue siempre, como se muestra en la película, uno de los supervivientes más convencidos de que la solución era caminar por las montañas.

El alud

Tras 17 días de penurias, hambre, improvisación e insoportables dolores y temperaturas, una nueva desgracia recaía sobre los ya maltrechos jóvenes aún vivos.

El 29 de octubre un alud cubría por completo los restos del fuselaje del avión, rompiendo además la barrera de maletas que habían improvisado para cerrar la cola y llenando de nieve hasta el techo el interior del avión.

En ese fatídico momento pierden la vida ocho personas más, entre ellos la mujer de Javier Methol, quien a la postre sería uno de los 16 supervivientes.

La radio y la noticia de la suspensión de la búsqueda

El décimo día y tras haber logrado hallar una señal de radio chilena con una antena improvisada que ajustaron a un transistor que encontraron entre los equipajes, escucharon en las noticias que la búsqueda había sido suspendida al no hallar restos ni evidencia de vida. Algo cambió entonces en los jugadores que moraban en la nieve.

El optimismo de los primeros días, que aún conservaban de alguna manera pese a la dura realidad, se esfumó de golpe. Los aviones que habían visto pasar por la zona no avistaron a los uruguayos pese a sus intentos por llamar la atención. El fuselaje blanco contribuía a que aquello fuera como hallar una aguja en un pajar.

Fue entonces, cuando aceptaron el fatal destino que no querían aceptar y asumieron que para sobrevivir probablemente debían permanecer allí muchos más días, cuando casi la totalidad de los supervivientes accedió a hacer lo que otros de sus compañeros ya habían empezado a hacer apenas dos días antes: comerse los cuerpos de sus compañeros fallecidos.

La decisión de comerse los cuerpos

Uno de los aspectos de la tragedia de los Andes que siempre han llamado más la atención y que ha provocado diversas opiniones es la decisión de los supervivientes de seguir adelante comiéndose los cadáveres de los fallecidos en el accidente.

Un episodio dentro de la tragedia que Bayona narra de nuevo con dureza y maestría en 'La Sociedad de la Nieve'. Lo hace, además, fiel a cómo los supervivientes cuentan en el libro de Vierci que ocurrió.

La idea sobrevolando las cabezas de algunos pero sin ser capaces de verbalizarla primero. La valentía de mencionarlo después. El miedo a aceptarlo. La sorpresa de encontrar complicidad de otros compañeros que habían pensado lo mismo. La vergüenza de exponerlo entre los 27 supervivientes por aquellos días. La negativa de algunos y, finalmente, la firmeza de los primeros que dieron el paso y mutilaron los cadáveres para sobrevivir.

Fue Carlitos Paez el primero que le mencionó la idea a Nando Parrado, como con pudor, sólo para constatar que él ya lo había pensado también. Las galletas, botellas de vino, la lata de mejillones y el chocolate que habían encontrado entre su parte del avión y la expedición a la cola, pese a racionarlo hasta el extremo, se acabaron a los ocho días.

Paez, el más joven de todos, con apenas 18 años, le fue después con la macabra pero necesaria idea a Adolfo Strauch y así, poco a poco se sumaron Daniel Fernández y Gustavo Zerbino, la noche después de proponerlo a todo el grupo con varias negativas, silencios y lloros por la sola visualización de lo que suponía.

Con un trozo de cristal comenzaron a rasgar, no sin dificultad por el estado de congelación, los cadáveres de sus amigos y familiares con el sólo objetivo de poder sobrevivir en un desangelado paraje en el que no había más seres vivos que ellos.

Tras escuchar la noticia de la suspensión de la búsqueda, más se unieron a la antropofagia desesperada, la única forma que tenían de poder seguir adelante. A la ingesta de la carne y la piel se sumaron con los días los huesos -para obtener calcio- y los órganos vitales, aunque en la cinta de Bayona no se muestra explicitamente tal extremo.

Aunque algunos de los reticentes se mantuvieron firmes con la negativa durante días, finalmente acabaron claudicando. Todos menos Numa Turcatti, o eso es lo que Bayona nos cuenta en su película sobre el que ejerce, además, de narrador de la tragedia en primera persona.

La narración de Numa Turcatti

Lo curioso de que Bayona eligiera a Numa Turcatti como narrador en voz en off de la película es que este joven de 25 años no pertenecía al equipo ni era compañero de su escuela y apenas conocía a los demás. Sin embargo, fue invitado por su amigo Pancho Delgado, componente de los Old Christians que sí logro sobrevivir.

Pese a la aparente menor importancia de Numa dentro del grupo, terminó siendo el detonante que Canessa y Parrado necesitaban para salir en busca de ayuda en dirección Chile. Durante los días de supervivencia se había ganado el cariño y la amistad de los hasta entonces desconocidos compañeros de viaje y su muerte marcó para siempre a aquellos con los que había compartido la experiencia más dura y personal de sus vidas.

En la película de Bayona vemos la negativa continua de Numa a ingerir carne humana e incluso en una escena se la guarda en el bolsillo. Algo que sí hizo en sus últimos días de vida porque había perdido ya el apetito en la agonía, pero lo que se sabe según los testimonios es que, pese a lo desgarrador que suponía para todos, al final la totalidad claudicó y practicó el canibalismo.

La expedición hacia la salvación

Tras la muerte de Turcatti el 11 de diciembre -día número 60-, Roberto Canessa decidió que ese era el momento de emprender la marcha para la que llevaba días entrenando: «Mañana salimos» y así, de nuevo como si de un viaje al pasado en pantalla de cine se tratara, lo cuenta Bayona.

Realidad

Ficción

Imagen después - Arriba, foto real de la vida en la nieve -porque sí, es real que tenían cámara de fotos ya que iban de viaje de ocio- y abajo el calco de la película
Imagen antes - Arriba, foto real de la vida en la nieve -porque sí, es real que tenían cámara de fotos ya que iban de viaje de ocio- y abajo el calco de la película
Arriba, foto real de la vida en la nieve -porque sí, es real que tenían cámara de fotos ya que iban de viaje de ocio- y abajo el calco de la película NETFLIX

Junto a él partieron Nando Parrado y Antonio 'Tintín' Vizintín con destino Chile, al contrario de lo que habían ideado en anteriores intentos de expedición, convencidos ahora de que los valles verdes les esperaban detrás de los gigantes blancos que durante dos meses habían sido testigos de su tragedia.

Hacia el oeste caminaron con la osadía colgada a la espalda para escalar las temibles montañas, provisiones -trozos de cadáveres- y unos sacos improvisados con una tela aislante para intentar dormir.

Lograron llegar a lo más alto de la primera prueba que los Andes les había colocado delante sólo para hallar un panorama desolador que hirió de muerte a su optimismo: al otro lado de la montaña nevada lo único que había era más montañas nevadas.

Bayona nos muestra a Parrado y Canessa sentados en la cima, observando el panorama ante sus ojos y se produce un diálogo que, si bien no es tan poético como se muestra en la película, donde hacen alusión a la belleza del paisaje, sí incluyó una frase que dejaba entrever la escasez de esperanza: «Estamos muertos, Nando», dijo Roberto.

Fue entonces Parrado el que ideó el plan de continuar por esa especie de Y que vislumbraban al fondo y que parecía ser el inicio de un valle. Para ello, acordaron que Vizintín regresara al fuselaje y así contras con más provisiones. Era 15 de diciembre.

Un día después, los dos exploradores en busca de la superviviencia partieron hacia lo que creían que era un valle. Aunque no se ve en la cinta de Bayona, Canessa y Parrado se prometieron ser amigos siempre, «por más empinada que sea la curva».

El encuentro con el arriero Sergio Catalán

Tras alcanzar la línea de nieve, el punto en el que se acaba el suelo blanco que les había aguardado y congelado durante ya más de dos meses y empieza la tierra, continuaron hacia el nacimiento de un río que ya les iba dando señales de algún tipo de vida, como si de dos astronautas en Marte se tratara.

La lagartija que podemos ver en la película de Bayona y que alucina a Roberto existió de verdad, fue el primer atisbo real de vida que se encontraron. Sin embargo, el encuentro con el arriero Sergio Catalán -un personaje real y amigo ya hasta su muerte en 2020 de los supervivientes- no se produjo en ese instante sino al día siguiente.

Aún tuvieron que aguantar un día más hasta encontrar al salvador a caballo, pero las esperanzas desde que encontraron la lagartija fueron en un imparable aumento a medida que hallaron vacas y otros animales y hasta latas tiradas en la inmensidad del valle chileno. Y, entonces sí, ocho días después de haber salido del fuselaje que había sudo su casa y tumba, Catalán se cruzó en su camino.

«¡Mañana!», gritó entonces el arriero, compañado de otros dos hombres a caballo que no se muestran en el film, emplazando a los dos desharrapados al día siguiente para poder comunicarse. El lugar en el que se encontraban no era en ese momento accesible, con el río Azufre separándolos. Y llegó mañana.

El rescate

El arriero Sergio Catalán regresó al lugar donde el día anterior esos dos hombres enormemente flacos habían aparecido cual fantasmas y les tiró una nota atada a una piedra.

Nando Parrado respondió con el mensaje que se reproduce al pie de la letra en la película de Bayona:

«Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedaron 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?».

Catalán leyó el mensaje e indicó a los fantasmas que iría en busca de ayuda. Era 21 de diciembre.

Sólo un día después, los helicópteros de los servicios de rescate chilenos partieron del valle de Los Maitenes al glaciar de las lágrimas donde, durante 71 días la muerte había sido espectadora, sentada en un fuselaje de la Fuerza Aérea Uruguaya mirando fijamente a 14 almas sin lograr acabar con ellas. Seis abandonaron ese día la sepultura blanca en la que habían vivido. Los ocho restantes fueron rescatados al día siguiente, 72 días después del error humano que desencadenó en la tragedia milagrosa, en la desgarradora esperanza, en la historia de superviviencia más grande jamás contada.

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