Para la guerra brasileña, España reclutó a Diego Costa, un desconocido en su país natal hasta que se le propuso jugar de rojo. Nadie sabía de él ni en Copacabana ni en el Amazonas, ni siquiera Luiz Felipe Scolari se había preocupado por él por mucho que ahora agite al personal asegurando que le quería y que le llamó en un par de tardes de meditación. Sólo en Lagarto, en su Lagarto del alma, sabían que existía un delantero de barrio que se pegaba con todos porque él entiende que el fútbol, además de los goles, es eso. Ahora es un español más y ayer debutó en un Mundial con su segunda patria.
Y lo hizo como titular, desmontando cualquier teoría sobre el valor del falso «9» ante una defensa poblada como la de Holanda. Del Bosque prefirió la opción del pase profundo para que el delantero se pegara con todos, desprotegido en una emboscada de piernas azules que le dieron lo suyo. Ya le va ese fútbol a Costa, que se enfrentó a los elementos.
Salió el sexto al césped, escoltado por Busquets y Azpilicueta en el patriótico momento del himno, y el abucheó del Arena Fonte Nova fue tremenda. Efectivamente, en Brasil no le quieren y tampoco perdonan lo que ellos consideran ahora una deslealtad por cambiar de bandera. Pudo ser el delantero de la anfitriona y escogió serlo de la campeona del mundo.
Del Bosque le espero para esto, para que jugara en el Mundial. Y de ahí que apostara por él en el de inicio, un debut en toda regla, un partido de verdad para justificar todos los capítulos de su culebrón. Incrustado entre los centrales, estuvo lentísimo a los 12 minutos cuando Xavi le dejó en clara posición de remate, torpe en una jugada calcada a la del penalti. Otra vez se la puso en bandeja el cerebro de la selección y Costa esta vez sí recortó bien para luego tirarse ante De Vrij, penalti más que riguroso, siendo un eufemismo para confesar que no lo era.
El «Diego, viado» fue el cántico más repetido en la grada, una peyorativa manera de llamar homosexual a alguien en Brasil. El «19» de España sabía lo que se iba a encontrar y en el caso de que no, ya lo sabe, aunque se espera mucha más acidez en el encuentro contra Chile en Maracaná. Por no hablar de un posible cruce con Brasil en octavos, en la pugna por el tercer y cuarto puesto o bien en la final, únicas posibilidades de encuentro con los locales.
Con el descanso asomó el diluvio, traumático intermedio porque se llegó en empate cuando lo normal hubiera sido un 2-0. Silva ensució un pase celestial de Iniesta en un exceso innecesario y a partir de ahí se torció todo. De la sentencia a una goleada muy dolorosa.
Costa se fue a los 62 minutos, cuando Holanda ya mandaba gracias al desquite de Robben. Ya por entonces no quedaba ni rastro de la campeona, atropellada en una tarde de pésimo recuerdo. Como en Sudáfrica, empieza perdiendo y le queda el consuelo de pensar que entonces se llevó el título, pero la cosa ahora es muy diferente.
Otro estreno maldito
Hay algo de gafe en los estrenos de España en los Mundiales. Ya son catorce participaciones con la de ayer y únicamente se ha ganado en cuatro partidos inaugurales. Adiós al récord de imbatibilidad de Íker Casillas (se quedó en 477, cerca de los 517 de Zenga en Italia 90) y saludos al debate sobre el estilo y las formas, obligatorio por que la derrota escuece. Entre los temas a tratar, también Diego Costa, que se fue a la guerra en Brasil y acabó tan herido como el resto de sus compañeros. La estrella se apagó en la tormenta de Salvador de Bahía.






