Hazte premium Hazte premium

Mayo Festivo

Feria de Córdoba: el jueves y la contemplación de la belleza inmortal

La jornada vuelve a brindar momentos de bullas, sobre todo conforme cae la tarde

Feria de Córdoba: el miércoles como puente a una fiesta rejuvenecida

Jóvenes a caballo en la Feria de Nuestra Señora de la Salud Rafael Carmona
Luis Miranda

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Llegó la hora de estar solo. Cuando su pareja y él decidieron tomar caminos separados parecía como si nadie hubiera querido dejarle ni un minuto. Los hermanos lo habían buscando más que nunca, los amigos lo metían en sus planes y nunca le faltaban ofertas los fines de semana para un café. Al principio sólo se hablaba de la ruptura, de los motivos, de aquello que podría haber cambiado las cosas, pero terminó por saber que debía recuperar el tiempo y abrir una nueva etapa. Ella no iba a volver y él tenía que empezar otra vez. No había otra y la Feria de Córdoba tal vez no fuera el mejor momento para olvidar.

Tenía muy buenos recuerdos del Arenal, pero todos estaban asociados a ella y al resto de amigos. Si brindaban, la copa suya era la primera que chocaba; si comían, compartían el tenedor. Desde luego que se marchaban a la vez, porque vivían juntos, y a veces hacían la pareja perfecta de chaqueta sin corbata y traje de flamenca.

No contempló irse a la playa, porque eran muchos años de saber vivir la fiesta, pero había que cambiar. Habían pasado siete meses y hubo un día, cuando caminaba por el Cinturón Verde en una tarde del último invierno, tuvo claro que tenía que volver a los caballos.

De joven era su deporte favorito, porque era una mezcla entre la exigente actividad física y el momento para la contemplación y para hablar consigo mismo. Las tardes laborables o los fines de semana pensaba que los problemas se quedaban en el suelo y al dar el salto a la montura de él quedaba por encima de todo. Luego habría que arreglarlo todo, pero tenía una perspectiva nueva y era capaz de conservarla cuando se bajaba.

Empezó a quedar con un amigo que tenía varios caballos, se familiarizó con una yegua dócil y joven y le pareció que le entendía, porque la relación entre el jinete y la montura nunca es una cuestión matemática. Al llegar la Feria tenía claro que iba a volver a pisarla encima del animal.

Su amigo no le pidió nada, pero él se hizo cargo de la alimentación durante un par de semanas y la mañana del jueves de la Feria de Nuestra Señora de la Salud se fue con toda la felicidad a por ella. Quiso ver en ella también la alegría del reencuentro y pusieron camino al Arenal sin ninguna prisa.

No tenía ninguna intención de ir de punta en blanco, pero recordaba que a finales de mayo el sol puede dejar muchos dolores de cabeza y rescató un traje viejo azul marino al que sólo hubo que ponerle botones nuevos. El sombrero tuvo que ser nuevo, pero era imprescindible.

Fue el primer día de la Feria de 2024 en que se pasaron los 30 grados, y eso obligó a buscar refugio en la sombra

Llegó, como le gustaba, justo después de comer, porque había almorzado en casa y no había quedado con nadie. Quería disfrutar de la fiesta en soledad y sin otro objetivo que cabalgar sin ninguna prisa. Le habían dicho que la fiesta había estado hasta entonces fresca, pero también tenía claro que sería cuestión de poco tiempo.

El jueves de Feria se superaron los 30 grados y había cada vez más gente, y él se calzó el sombrero cordobés y pensó en la exactitud de la etimología, porque era sombra permanente lo que necesitaba en la cabeza.

Pensó en los libros de batallas que había leído y en la superioridad de la caballería cuando no había aviación ni carros de combate. A un caballo y a su montura se les podía derribar, pero la fuerza y la capacidad mayor era indudable. No es que quisiera emprenderla a sablazos, pero encima de la yegua, que parecía tan feliz como él, volvía a ver las cosas de otra forma y se sentía solo para lo bueno. Habían terminado los pésames, las invitaciones a la confidencia y las preguntas que podían ser indiscretas.

A las cuatro y a las cinco de la tarde encontró la Feria llena de una multitud heterogénea. Tuvo que reparar en los trajes de flamenca, porque es de los que entiende que la fiesta tiene que ser la ocasión para hacer algo distinto en ciertos momentos del año, pero también sabía que en Córdoba tienen que alternar con cosas que no lo son.

Se sentía en paz. El calor era soportable, al menos con el sombrero recién estrenado, y empezó a recordar lecturas, películas y hábitos que podía disfrutar en soledad. Veía cada vez a más adolescentes camino de disfrutar su fiesta, igual que de las casetas tradicionales, que él había disfrutado tanto en los años anteriores, iban saliendo familias y gente madura, ya algo mayor que él, también con pinta de haber disfrutado como tantas veces. Pero no sentía envidia por ninguno de los que estaban abajo, la verdad.

En sus muchas vueltas se cruzó varias veces con una amazona que también había reparado en él, y que en una ocasión se terció el sombrero cuando pasaba para que se vieran los ojos oscuros bien maquillados. No le pasó por alto el detalle y la siguió un poco con la mirada.

Ella iba en dirección a la Caseta Municipal y él rumbo a la portada. Serían las siete de la tarde y se notaba en la espalda que tendría que parar. Aceleró un poco, salió de la Feria y se puso a pensar en las series que le esperaban el largo fin de semana.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación