Miki Roqué, lo que nos une
«Las dos grandes fortalezas del Real Betis Balompié han sido siempre su identidad y su afición, y es nuestro deber cuidar de esta herencia desde lo que nos une, discriminando lo que nos pueda separar en estos tiempos complicados».
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Iniciar sesiónNos unen las trece barras, los colores y la historia. Nos unen los momentos que disfrutamos con el Betis y junto a los nuestros. Nos unen la idiosincrasia y el concepto de vida que encarna este club. Nos unen muchas cosas, pero a veces se ... olvida todo. Muchas veces se olvida todo. Demasiadas veces se olvida todo. En este tiempo de la inmediatez, de las noticias falsas y de los odios corridos a golpe de click, dejamos atrás con sorprendente facilidad todo lo que nos hace béticos como a todos los demás, y en los nuevos sitios de convivencia y de tertulia, en los foros de internet, en los pseudo medios de comunicación y en las redes sociales, se divide más que se comparte y pareciera que muchos béticos son de equipos dispares, tales son sus diferencias.
Las dos grandes fortalezas del Real Betis Balompié han sido siempre su identidad y su afición. En estos dos pilares se ha construido su mito y no tengo duda de que en ellos deben seguir apoyándose su caminar y su crecimiento. Todo debe hacerse desde la afición y para la afición, y todo debe hacerse, siempre, al estilo Betis, pero al de verdad, al que nos define desde dentro. Somos el Betis y no podemos darle a nadie el poder de sacarnos de nuestra piel ni de hacernos pensar o actuar de forma diferente o contraria a la que dicta nuestro adn. Somos el Betis y deberíamos ser conscientes siempre de que otros con más títulos, con más dinero y/o con más seguidores darían la mitad de sus glorias por tener un poco de lo que nosotros a veces no valoramos: lo que somos y, sobre todo, lo que somos todos juntos. Esto es lo que nos envidian y esto es lo que intentan copiarnos desde hace algunos años, lo cual, antes que molestarnos, tiene que hacernos sentir más orgullosos, si cabe.
La discordia artificial
Parece, en efecto, que vivimos en la división. No siempre, por supuesto, pero sí de ordinario. Cualquier opinión es rebatida con vehemencia e incluso con cierta violencia verbal en ocasiones por gente que comparte el mismo sentimiento, y no es que crea yo que por ser béticos todos debemos pensar de la misma forma, Dios me libre, pero una cosa es la diversidad, que es riqueza, y otra que de un tiempo a esta parte, por razones que a todos se nos vienen a la cabeza, haya tanta gente distanciada hasta puntos que en algunas ocasiones, usted lo sabe, han rozado el esperpento. Ese punto absurdo en el que parece que uno quiere que el equipo pierda para tener razón. Yo, mire usted, prefiero tener paz que tener razón, como dijo aquel, y sobre todo quiero que gane el Betis aunque tire por los suelos todos mis pareceres y reviente mis filias y mis fobias.
En este punto, creo que es completamente necesario que nos centremos en lo que nos une. El fútbol es veleidoso y se encargará siempre de darnos motivos para separarnos, en creencias, en opiniones y en valoraciones. Pero lo que nos une tiene que estar siempre por delante, o por arriba, como usted quiera. Cuando hablamos de que debemos ser todos uno, que el club ha de ser una piña y que profesionales, dirigentes y aficionados tenemos que estar unidos por el bien del equipo y bla, bla, bla, probablemente no nos lo tomamos demasiado en serio, pero hacemos mal. Cada cual tiene un rol en la competición. Y digo bien, en la competición. Es evidente que ni usted ni yo vamos a marcar un gol jamás, que no vamos a celebrar a pie de campo una victoria ni vamos a discutir con el árbitro, pero es que nuestro sitio es otro, y desde ahí podemos hacer muchas cosas para ayudar a los que sí que tienen que marcar los goles, que evitarlos y que pelearse, en el buen sentido de la palabra, con el colegiado de turno. Esto hay que interiorizarlo, claro que sí, y yo creo que si la afición del Betis termina de hacerlo puede multiplicar su poder por mucho. De convertir el Benito Villamarín en un territorio hostil para cada rival, y por supuesto una catapulta emocional para nuestro propio equipo, podemos pasar a crear un entorno mágico en el que el desempeño de los profesionales puede ser mucho más fácil y productivo, y miro a resultados. Esto ya ha pasado muchas veces, lo hemos vivido de forma temporal, pero el secreto está en invertir el camino, que es lo difícil. Cuando los resultados son buenos, el entorno se pone a favor y ayuda a que todo vaya aún mejor; cuando los resultados vienen mal, el entorno se hace duro y áspero y hace que las cosas sean aún más difíciles. De modo que el objetivo ha de ser crear el ambiente necesario para que los profesionales den lo mejor de sí mismos sin tener que esperar a que ellos nos den el motivo primero.
Todo un reto
No es fácil. Quizá puede pensar usted que esto va contra la naturaleza del fútbol, y no puedo decirle que no lleve usted razón. A lo peor es así, pero dígame si no merece la pena hacer este planteamiento y mirar las cosas desde esta perspectiva. Claro que sí. ¿Qué hace falta para esto? Fe. Y para eso hay que utilizar todas las palancas emocionales que, afortunadamente, los béticos tenemos a mano. Muchas de ellas han de ser activadas por la dirección de la entidad, por supuesto, que tiene mucho que decir cuando hablamos del sentir de la afición, de su bienestar (en su relación con el club, quiero decir) y, por lo tanto, en su actitud para afrontar su rol. Pero hay otras que sólo la gente, la masa bética, la fiel infantería verdiblanca, que dicen por ahí, puede tocar al comienzo de cada temporada para que las cosas fluyan en la dirección que describo. Y estas palancas, insisto, son las cosas que nos unen, esas que nos tocan la fibra y que de pronto nos recuerdan quiénes somos y dónde estamos.
Miki Roqué estuvo poco tiempo con nosotros. Empezó jugando en el filial y un año y pico más tarde ya estaba entrando en el primer equipo. Pero sólo tuvo cinco meses. En marzo de 2011 se cruzó en su camino y en el nuestro la enfermedad que se lo terminó llevando al cuarto anillo el 24 de junio de 2012. Hace unos días, pues, se han cumplido ya diez años, que se dice pronto, de su triste y temprana desaparición (con 23 primaveras). Diez años en los que partido tras partido hemos ido recordándole, siempre, sin excepciones, en el minuto 26 de cada choque. ¿Qué nos puede unir más que esto? ¿Qué nos puede unir más que estar juntos en el recuerdo constante a uno de los nuestros, a un chico que se fue tan pronto? ¿Qué más nos puede unir que la consternación de aquel momento, que la tristeza de recordar la vida y el talento en verde y blanco que se quebró de forma abrupta a pesar de tanto esfuerzo, de tanta batalla, de tantas ganas de superar el trance y seguir adelante?
Hace diez años y tres días que falleció Miki Roqué, un chico que apuntaba alto, que tenía mucho recorrido, que apostó por nosotros cuando el Liverpool le dio la opción de buscarse la vida y otros clubes quisieron hacerse con sus servicios. Y creo que además de recordarle en el minuto 26 de cada partido, debemos tenerle presente para situarnos en todo momento. Su legado podría ser ese. Que su memoria sirva para cohesionar a todo el beticismo en este momento difícil que nos toca vivir y al que debemos acostumbrarnos de una vez para impedir que el exceso de informaciones perniciosas y de odios propalados de forma más o menos interesadas pueda afectarnos, pueda separarnos y pueda en cualquier momento sacarnos de nuestra piel y hacernos pensar y actuar de forma diferente a como dicta nuestro adn. Somos el Real Betis, el que eligió en su día Miki Roqué para crecer y el que tiene la obligación, por él y por todos los que sintieron como él, de ser leales a su legado y mantener siempre fuertes los dos grandes activos que marcan nuestro paso: nuestra afición y nuestra identidad. Por ellos, por nosotros, por los que vendrán, Real Betis Balompié.
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