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Hoy se pone punto final al mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, que contará con un mes de prórroga como presidente del Gobierno «en funciones», hasta que se produzca la investidura de su sucesor, prevista, en principio, para la semana del 19 de diciembre. Más de 35 millones de españoles están convocados a las urnas, en uno de los peores momentos de la crisis económica, con España en zona de riesgo de rescate y toda Europa pendiente del cambio político que puede producirse este 20-N, si se cumplen los pronósticos de las encuestas.
La campaña electoral sólo ha servido para consolidar la tendencia de la opinión pública hacia el cambio político y el castigo a un Gobierno que se despide con unas variables económicas deprimentes: una tasa de paro del 21,5 por ciento, un desempleo juvenil que ronda el 45 por ciento, crecimiento cero de la economía, al borde de la recesión, una prima de riesgo que ha bordeado los 500 puntos en la última semana y una falta de confianza que lastra al final toda la economía.
Ante esta situación, el candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, poco ha podido hacer desde que Zapatero anunció a finales de julio la convocatoria de elecciones, casi con cuatro meses de antelación. El aspirante del PSOE a La Moncloa lo ha intentado todo: no ha ahorrado en críticas a la gestión de su «jefe», apenas se ha dejado ver con él, ha contado a su favor con el comunicado de ETA sobre el «cese definitivo» de sus atentados terroristas, ha recurrido al mensaje del miedo contra el PP y su «agenda oculta» y ha regalado promesas-guiños al electorado de izquierda, tan desencantado como desmovilizado por la gestión del PSOE en los últimos años, en la que Rubalcaba ha sido coprotagonista. Ha sido como chocarse contra un muro. La «remontada» que auguró Rubalcaba ha sido más bien una caída libre en las encuestas. A eso se une su discurso de campaña, más de resignación que de ganador. De hecho, dio por vencedor a Rajoy desde el debate electoral televisado el 7 de noviembre.
Enfrente, el equipo de Rajoy ha planteado una campaña sin crispación, sin agitaciones y sin entrar en las provocaciones del adversario. Con un programa electoral intencionadamente poco concreto, el PP se ha agarrado a los efectos casi mágicos que la palabra «cambio» tiene en determinados momentos históricos. El «cambio» prometido ha sido por sí mismo suficiente para sumar a la mayoría de la opinión pública, a la espera de los votos que obtenga hoy. Rajoy sí ha dejado claro que habrá recortes en todo menos en pensiones, educación y sanidad.
A la tercera
Como Felipe González y José María Aznar, Mariano Rajoy puede ser presidente del Gobierno a la tercera, tras sus derrotas en 2004 y 2008. Prácticamente desde el día siguiente de las últimas elecciones generales, el PSOE empezó a caer por la pendiente de las encuestas, arrastrado por un Zapatero que se empeñó en negar la crisis cuando ya era una evidencia para millones de españoles. En octubre de 2008, sólo siete meses después de los comicios, el CIS ya reflejaba un empate entre los dos grandes partidos, y en julio de 2009 el PP superaba por primera vez al PSOE, apenas por un punto, mientras la sangría del paro no cesaba y las medidas económicas del Gobierno se mostraban claramente ineficaces.
Pero la grieta definitiva se produjo tras el «tijeretazo social» de mayo de 2010: el efecto de la traición de Zapatero a los principios básicos que había defendido hasta ese momento fue instantáneo. La congelación de pensiones, el recorte del sueldo a los empleados públicos o la supresión del cheque-bebé situaron al PP siete puntos por delante, y desde entonces la IX legislatura fue una lenta agonía del Ejecutivo socialista, sobrepasado por una crisis que nunca pudo controlar. El CIS estrenó la campaña con un barómetro que situaba al PP 16,9 puntos por delante del PSOE. Los sondeos posteriores ratificaron una diferencia en la estimación de voto que permitiría a Rajoy gobernar con mayoría absoluta (incluso más amplia que la de 183 diputados obtenida por José María Aznar), y dejaría a Rubalcaba en algunos casos por debajo de los 125 escaños que alcanzó Joaquín Almunia en 2000: anunció su dimisión esa misma noche electoral.
Quizás para entender mejor ese vuelco es conveniente repasar cuál era el discurso de Zapatero en abril de 2008 y en los meses posteriores: «La repercusión de la crisis mundial sobre nuestra economía está amortiguada porque nuestro país afronta esta coyuntura en buena situación, con unos fundamentos económicos robustos». Entonces también prometía diálogo social para todas las reformas y avances sociales: «No, señorías, no habrá recortes en derechos sociales; al contrario, seguiremos ampliando derechos y políticas sociales en nuestro país». Un par de años después acometería una reforma laboral sin apoyos parlamentarios y sin acuerdo con sindicatos y empresarios, lo que derivaría en la huelga general del 29 de septiembre de 2010. Un paro convocado sin excesivo entusiasmo, eso sí, por parte de unos sindicatos que fueron firmes aliados del Gobierno socialista en los años anteriores. De hecho, al secretario general de UGT, Cándido Méndez, se le consideró durante mucho tiempo «vicepresidente» en la sombra.
Sea cual sea el resultado que se conozca hoy, Zapatero empezará ya a ser historia y dejará paso al sexto presidente del Gobierno de la democracia. Su principal reto será la creación de empleo, la recuperación de la confianza en España y la salida de la crisis. Para ello, Rajoy ha pedido a los mercados «más de media hora de margen» para que el nuevo Gobierno empiece a tomar las primeras medidas. El tiempo corre en su contra. Se espera que en el primer Consejo de Ministros, que podría ser el 23 de diciembre, el Ejecutivo envíe un mensaje interno (sobre la revalorización de las pensiones), pero también otro al exterior sobre su actitud firme para la salida de la crisis.
