UNA HUELLA EN LA ARENA
Gases inestables
Este contraste de actitudes frente a las catástrofes y a los conflictos es también connatural a la condición humana
LAS catástrofes naturales dejan siempre una sensación de impotencia, en tanto subrayan la insignificancia de los seres humanos, que de pronto descubren que hay fuerzas que escapan a su control con notable poder destructivo. Por eso surge un espontáneo sentimiento general de empatía con las víctimas, como ha ocurrido esta semana con Lorca y antes con Japón y Haití, países donde los muertos no se pudieron contar con los dedos de las manos.
Ese sentimiento de identificación, en cambio, no surge con la misma intensidad cuando el cataclismo lo provoca el propio ser humano con su voluntad de destrucción, se justifique ésta con razones humanitarias o políticas. Es el caso del conflicto libio, en el que ya han perecido más de 10.000 personas y otras 750.000 han abandonado el país como refugiados. La participación de la OTAN, pues, no ha servido, de momento al menos, ni para derrocar a Gadafi ni para frenar las crueles consecuencias de todo conflicto civil. Bien al contrario, lo que ha hecho es impulsar la revisión de la política fronteriza de los actuantes en la intervención, alarmados por la avalancha inmigratoria que han contribuido a multiplicar. Cinismos de la historia, su lampedusismo alcanzó el punto de rocío en Lampedusa y ahora no saben qué hacer para que escampe.
Así las cosas, la bautizada como primavera árabe parece que no engalana esos jardines autocráticos con las flores de la democracia. Donde los líderes han caído, todo sigue igual. Por su parte, continúa la represión en Siria y Yemen. Pero Occidente no ceja en su empeño de transformar a estos Estados hasta usando las redes sociales.
Mas, en estos casos donde también se pierden vidas humanas inocentes, no se produce una ola de comprensión, sino que se origina un terremoto de opiniones encontradas, aun cuando sabemos que la tiranía no merece aliento alguno. Unos están a favor, muchos otros nos mostramos escépticos y los hay incluso que esperan que todo siga igual por el único placer de contemplar el fracaso de las sociedades abiertas.
No nos queda, entonces, más que el fatalismo de pensar que este contraste de actitudes frente a las catástrofes y a los conflictos es también connatural a la condición humana: cuando salimos de una guerra caliente nos adentramos en otra fría y, cuando un enemigo desaparece, no tarda en encontrarse reemplazo. Al final, va a tener razón un buen amigo, que dice que la política es como los gases, que tienden a ocupar el vacío. El problema es que son muy inestables y siempre están buscando una chispa que los haga explotar.
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