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La gracia toreadora

La gracia toreadora

El telegrama es muy sencillo: salió el sol, hubo por fin un casi lleno, decepcionaron los toros de Núñez del Cuvillo y Morante desplegó toda su gracia toreadora.

La pasada temporada fue «el año Cuvillo», dictaminó Barquerito, con 49 corridas lidiadas y 2 toros indultados. Son, por supuesto, los que impone José Tomás en la mayoría de sus actuaciones. Un tipo de toro, ha dicho el ganadero, que «dé impresión de bravo pero permita al torero estar a gusto». Algunos aficionados prefieren al que es de verdad bravo, no al que da esa impresión, aunque el torero esté menos a gusto.

Esta tarde, ni una cosa ni la otra: se han movido, eso sí, pero han sido mansos, flojos, con mucha querencia a toriles desde el comienzo.

Con esos toros, Talavante ha corrido bien la mano, por los dos lados, en derechazos y naturales aceptables, muy aplaudidos, y ha mostrado también la faceta del encimismo vertical. En su segundo, el toro lo ha atropellado al citar a distancia desde el centro del ruedo. En los dos ha matado muy mal: sin cruzar, con la mano floja... El público lo ha tratado con cariño.

Se esperaba mucho de Cayetano y por eso la decepción ha sido mayor. No ha sabido resolver los problemas del primero, muy rajado; quizá en otro terreno, más cerca de tablas, el toro hubiera estado más a gusto. En el último, muy rebrincado, difícil de colocar, se ha querido sacar la espina brindando al público: al arrancarse el toro, lo ha quebrado a cuerpo limpio. Tiene empaque al torear y se ha justificado con valor pero, como manda poco, salía aperreado de cada muletazo.

La tarde entera ha sido de Morante. No confundamos el arte verdadero con las posturas estéticas. Lo de Morante es mejor, más auténtico: es naturalidad. Eso ha sido siempre el toreo bueno, como repetía siempre Antonio Bienvenida.

En el cuarto, no puede hacer una faena completa, por las condiciones del toro: huido, andarín, flojo, que vuelve del revés. Pero todo lo que hace es una delicia, un ejemplo de torería.

Decía Pepe Luis que el secreto de la gracia sevillana es la improvisación, hacer lo que el público no espera: «Es una cosa que se le ocurre a uno en una milésima de segundo. En el toreo sevillano, la gracia no está reñida con la profundidad. No es una gracia cascabelera, sino que parece que es un don sobrenatural». Eso hace hoy Morante. Hasta para irse del toro hay que tener torería.

En la novela que acaba de publicar, dice Pérez Reverte que «los adornos son de toreros tramposos». Tiene razón si sustituyen a lo fundamental, pero no cuando responden a las características del toro. Torear no son sólo los dos pases: patatas con tomate o tomate con patatas, decía Cañabate.

Viendo esta tarde a Morante he recordado un par de poemas. Uno, de Manuel Machado, dedicado a «La Fiesta española»: «Ágil, solo, alegre, / sin perder la línea, / sin más que la gracia / contra la ira».

El otro, de Alberti, dedicado a «Joselito en su gloria»: «Llora, Giraldilla mora / lágrimas en tu pañuelo. / Mira cómo sube al cielo / la gracia toreadora».

La música podría ser la del pasodoble de Reig, «La gracia de Dios». La letra, la «gracia toreadora» de Morante de la Puebla, esta tarde, para rematar felizmente la Feria de Invierno de Vistalegre.

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