Madrid
Pasará mucho tiempo antes de que la ciudad de Madrid, la más castigada por la pandemia, olvide aquellos dos meses, marzo y abril, de 2020. El dolor inmenso de la muerte, el miedo a contagiarse, la angustia de vivir encerrados sin salir de las casas, todo eso, la realidad, lo guardará cada cual en su almario mientras viva, pero la irrealidad de las calles sin gentes y sin circulación rodada, las tiendas y bares cerrados y los maniquíes de los escaparates inmóviles semana tras semana (los maniquíes en épocas de normalidad suelen aprovechar la noche para cambiar de postura o irse por ahí), todo eso se recordará ya siempre. Cada vez que una calle o una plaza se quede vacía, la ciudad verá renacer en ella el temor de la pandemia.
Y más que esas irreales imágenes de la Gran Vía o de la Castellana sin gentes ni coches, Madrid recordará el silencio que se extendió hasta el último rincón. El silencio que nos permitió oír las campanas en medio del silencio, el canto del herrerillo o los pasos de alguien en la calle. Un silencio tan sobrehumano, que llegamos a oír crecer la hierba entre los adoquines, pues también después de siglos volvió la hierba en Madrid a crecer entre los adoquines.





