Bacira
7 /10- Precio medio
- 40€
- Dirección
- Castillo,16
- Teléfono
- 91 866 40 30 Llamar
Bacira responde a un tipo de establecimientos que marcan tendencia en Madrid: restaurantes montados por jóvenes cocineros, espacios informales, precios contenidos y mucha fusión asiática. Sin embargo hay aquí dos diferencias con una buena parte de locales similares. En primer lugar el servicio de sala, numeroso, amable y eficaz. Y en segundo lugar la potencia de los sabores. En muchos platos se emplean con generosidad hierbas y especias para darles intensidad, sin melindres ni concesiones al «gusto español». Detrás del proyecto, el chileno Gabriel Zapata, Vicente de la Red y Carlos Langreo, todos con larga trayectoria y que tienen como nexo común su paso por Nikkei 225 cuando estaba allí Luis Arévalo. Se nota bastante la influencia de este cocinero peruano.
Comedor amplio (más otro en la planta sótano) y una pequeña barra en la que también es posible comer. Decoración mínima, en blanco, contrastando con el verde de las antiguas columnas de hierro forjado. La posibilidad de medias raciones abarata los precios, aunque las raciones no son precisamente abundantes. Todo recogido en una carta breve, con algunas sugerencias. Lo mejor de la cocina de Bacira está en los platos más potentes. Por ejemplo el genuino ceviche de corvina, intenso, o el original bloody mary de sake con mariscos y yuzu, con el marisco casi crudo y un caldo de gran potencia en el que no se escatima el cilantro. En esa línea, los callos con ají panca y curry, una de las mejores opciones de la carta, sabrosos y picantes. Rico también el mollete japonés de mollejas y chimichurri, con menta, pepino y ají amarillo. Y simplemente correctos los niguiris de fusión, como el de anchoa con pico de gallo mexicano.
Uno de los platos más demandados son las albóndigas de rabo de toro sobre un puré especiado. Están muy buenas, pero sobra el efectismo de la campana de humo en la que se sirven. No todo está tan bien. El usuzukuri de chicharro con salsa ponzu nada en líquido, lo que desvirtúa su sabor. Y resulta muy difícil de comer la llamada ensalada César del siglo XXI. Una presentación divertida aunque no original, servida en una hoja de lechuga, con menta y cilantro. La idea es comerla con la mano, pero hay tanta cantidad para la hoja que resulta casi imposible hacerlo. Los postres mantienen los guiños orientales. Está bueno sin más el llamado colores nipones, que combina helado de coco, fresas en texturas y chocolate blanco. Oferta de vinos correcta, con referencias poco habituales, aunque funciona mejor con esta cocina la cerveza La Virgen, que tienen de grifo.
No cierra.