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Mayo Festivo

Feria de Córdoba: el viernes toma la curva de calor que enseña el final

Crónica

El Arenal vive el viernes una jornada de cambio, con una tarde de tranquilidad sorprendente y una noche que convoca a la juventud a otra fiesta

Feria de Córdoba: el jueves y la contemplación de la belleza inmortal

Cuatro jóvenes bailan sevillanas ante dos jinetes Rafael Carmona
Luis Miranda

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La Feria de Nuestra Señora de la Salud le traía muchos recuerdos, pero no todos eran buenos. Conforme se veía avanzando por ciertas calles le subía el calor, el enfado, el hastío. De jovencita había sido muy aficionada a la de la Victoria, pero con el traslado al Arenal, cuando era casi veinteañera, la fiesta empezó a cambiar para ella. Entonces ya era novia del que después sería su marido y él ya estaba en la junta de gobierno de la hermandad.

Como casi todas las demás entonces, consiguieron una caseta y en el entusiasmo de aquella juventud tenía que echar bastantes horas detrás de la barra o despachando tickets, porque aprovechaba el buen manejo con los números y su envergadura de costalero de primera de Cristo, que al ponerse de pie ahuyentaba a algún escurridizo que quisiera alargar la mano a la caja. De allí salieron la candelería entera, las jarras y más de dos puntadas de la bambalina frontal, la que abrió el camino, pero para las novias de quienes trabajaban no era el momento más agradable.

Sí, había turnos que se cumplían, pero no era raro que se alargaran y que alguna vez, por pura responsabilidad y por amor a sus titulares, sustituyera a quien no había podido ir. Se recordaba encendida de ira con el vestido de flamenca nuevo y él sin ver el momento de salir de la barra para acompañarla.

Recordó al pisar el albero, tantos años después, alguna discusión airada que hasta entretuvo a unos universitarios que echaron un rato de risas gratis entre las copas. Lo cierto es que aquella tormenta se fue rápido, como también se terminaron esos años febriles, y se terminaron casando, desde luego delante de aquellas imágenes a las que habían dedicado tantos desvelos. La caseta desapareció al cabo de algunos años y su compromiso de con la hermandad pasó a las noches en vela del montaje de los pasos, la candelería y la limpieza.

Disfrutaron algunos años de la Feria de otra manera, en las casetas en las que se puede comer y conversar, porque los niños pequeños marcaban otro tipo de diversión, y cuando ellos también se hicieron mayores y quisieron volar solos pensaron que se les había pasado el momento de aquella fiesta que siempre pensaron que era para otra edad.

Pero este viernes de Feria había caído la oportunidad de ir con las compañeras de trabajo. Su marido tenía que cuidar de la madre dependiente y los dos convinieron en que se diera una vuelta, que le sirvió para no pensar en la hora a la que volvían los hijos y también para olvidar la tensión de su oficina, aunque fuera con la misma gente.

Se fueron caminando, porque vivían en el populoso oriente de la ciudad, y mientras se ponía el traje de flamenca, que no hubo que tocar a pesar de haber pasado unos cuantos años en el armario, iba pensando en que le parecía exagerado haber adelantado la Feria. Ella recordaba perfectamente cómo no era raro que terminara en junio y decía con un poco de guasa que era hacía muchos años, «cuando las Cruces de Mayo no eran en abril».

Pertenecía a esa clase de personas que cambiaban de canal cuando hablaban del cambio climático, porque más bien le parecía que era una cuestión de colores, como si el morado en que aparecía Córdoba en el mapa ayudara a que los 40 de toda la vida agobiaran más en verano.

Las altas temperaturas de la tarde obligaron a muchos a buscar refugio en las casetas con aire acondicionado

Su hija le había dicho que los primeros días de la Feria el tiempo había estado algo fresco, y que incluso por la noche había tenido que taparse los brazos, así que le sirvió para hacer otra vez chistes de todos los agoreros que predecían el apocalipsis en cuanto el sol picaba un poco en el cielo sin nubes.

Llegaron a la Feria hacia las dos de la tarde y lo cierto es que para la hora a la que llegaron les sorprendió que no había la bulla que esperaban. No tendrían problema para comer, porque habían reservado. En la Feria de Córdoba lo más peligroso, decía ella, no era no tener dónde sentarse, sino hacerlo en los comederos con parrilladas a la vista y fotografías de platos en inglés. Era mejor el hambre.

Estuvieron a gusto, incluso se animaron a bailar sevillanas en ciertos momentos y el rebujito fue un buen refresco que a esas alturas no se subía demasiado a la cabeza, pero terminaron por salir y allí encontraron lo que no esperaban. El termómetro estaba a 33 grados y las calles no eran el ir y venir que recordaba de aquellos tiempos de la caseta de la hermandad, sino algo más parecido a un desierto.

Vendrán por la noche los jóvenes, decía, pero a esas horas se buscaba el aire acondicionado, algunas casetas hasta cerraban y otras se quedaban a medias. Se fue a la sombra de los pocos árboles que habían podido crecer en el Arenal y como vio un autobús al que podía subirse no tuvo ninguna duda. Cuando esa noche cenó con su marido y le contaba cosas le sugirió que cualquier fin de semana de estos podrían irse a la playa.

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