Actualizado Lunes , 25-01-10 a las 08 : 45
Hay varias corrientes a la hora de enfrentarse al Festival de Eurovisión. Por un lado está la entusiasta y advenediza de los países del Este (la balcanización e incluso uralización del certamen es evidente). Por otro está la corriente negacionista de la RAI, de Italia, país que no participa desde 1997. Y luego está la de España, que bebe del espíritu italiano (que le den por saco al Festival y tal) pero sin dejar de participar. Hombre, para un acontecimiento en que somos de los cuatro grandes que no necesitan eliminatorias previas... En España hemos decidido hacer de Eurovisión un chiste privado. Sobre todo desde que el participante sale de un programa de televisión (la cadena no importa). Desde Rosa López, y con alguna excepción, vivimos el previo Eurovisión con una pasión que ya quisieran los ucranianos. Hemos creado un maravilloso mundo paralelo que se desvanece en cuanto llega el verdadero festival. ¿Pero y lo que nos hemos reído, indignado y discutido durante el camino?
Este año, la animadora socio cultural del circo ha sido Karmele Marchante (o Popstar Queen, como se bautizó para el mundo de la canción, del que ahora ha sido expulsada). ¿Qué más dará el incumplimiento de absurdas normas? Cuando el lunes se anunció que la periodista había entrado en la lista de candidatos de TVE (una lista con más de 300), Jorge Javier Vázquez dijo en «Sálvame»: «A pesar de que se está comparando a Karmele con Chikilicuatre, hay una gran diferencia: él no se tomaba en serio el certamen y ella sí». Para Karmele, como reza esa cita de Virgina Woolf que tanto le gusta, «ser una misma es mucho más importante que todo lo demás». Y ella es una misma (entre otras cosas, tiene una peculiar manera de vestir). Cuestión aparte es que su mismidad ponga de los nervios a muchos. Qué insultos. Ni que se hubiera presentado al Festival de Bayreuth a hacer de Brunilda.
Ya quedaban atrás sus enemistades clásicas. Por ejemplo, su archienemistad con Carmen Sevilla, que suscribiría aquello que Belén Esteban dijo de ella durante su participación en «Supervivientes». Teniendo Karmele todo el cuerpo comido por los mosquitos hondureños, Belén (entonces colaboradora de «El programa de Ana Rosa») sentenció: «Los bichos pican a los bichos».
La sesentañera Karmele se come las mandarinas con guantes, pero no le importa arrastrarse por el barro en la televisión (en «Supevivientes» lo hizo literalmente) a la vez que abandera causas que suelen tener como protagonistas a mujeres. Por su altarcito de «Sálvame» han pasado Aminatu Haidar, María José Carrascosa o la líder birmana Aung San Suu Kyi. Karmele, presidenta del Club de las 25, colectivo con «una visión progresista en defensa de las mujeres» que se reúne una vez al mes en el hotel Palace de Madrid y que tiene como objetivo «crear nuevas perspectivas y posibilidades que sirvan para afianzar la posición de la mujer en el mundo actual», es feminista de reglamento desde que un día leyó a Lidia Falcón (no a Mary Wollstonecraft, no a Margaret Sanger, no a Simone de Beauvoir, no a Betty Friedam). Claro, que Lidia le quedaba más a mano para conocerla. Hay una corriente del feminismo que no es ni el de la igualdad ni el de la diferencia. Es el feminismo del show business. Ése que llevó a Germaine Greer a participar en «Celebrity Big Brother». El que lleva a Karmele Marchante a «Supervivientes» o a no importarle cantar mamarrachadas atonales («Soy un tsunami» es como la música de Stockhausen para Thomas Beecham: «Nunca he escuchado nada de Stockhausen pero creo que una vez pisé algo suyo»). Bueno, mientras se trate de Karmele... El día que Amelia Valcárcel decida ir a «Gran Hermano Vip» me empezaré a preocupar por la salud del feminismo.

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