
No hay otro personaje en la élite dirigente rusa que mejor encarne el espíritu impenetrable y maquinador del régimen de Vladímir Putin que Nikolái Pátrushev, actual jefe del Consejo de Seguridad ruso y, hasta el año pasado, director del FSB (antiguo KGB). Mucho más frío y despiadado que su mentor, Pátrushev ha sido el artífice del orden implantado en Rusia por los «chekistas» (agentes de los servicios secretos).
Él y Putin coincidieron en la misma Academia del KGB de Leningrado (actual San Petersburgo). Hasta físicamente tienen cierto parecido: aspecto gris, poco pelo, labios finos y gélida mirada. Pero es un hombre intrépido. En agosto de 2003, efectuó una ascensión a la cima del Elbrus (5.642 metros), la montaña más alta de la cordillera caucásica.
Rusia primero
Ahora, en su flamante puesto de jefe de la seguridad, Pátrushev ha terminado de redactar el documento que contiene la nueva doctrina militar rusa. Sólo falta el visto bueno del presidente Dmitri Medvédev. La innovación más llamativa del plan es que «Rusia se reserva el derecho de emplear armas nucleares de forma preventiva en una situación crítica», según afirmó en una entrevista recientemente aparecida en el diario «Rossiiskaya Gazeta».
Las principales amenazas que este espía ve para la seguridad de Rusia son «la ampliación de la OTAN (...) la lucha por los recursos naturales en el Ártico y las pretensiones territoriales de Japón sobre las islas Kuriles». Para él, sin embargo, no constituyen ningún peligro Corea del Norte e Irán. Pátrushev tampoco cree que los talibanes sean una seria amenaza para Rusia, pese a que algunos países aliados de Moscú, como Tayikistán, Uzbekistán, Kirguistán o Kazajstán, sí les temen.
Pátrushev fue la mano derecha de Putin durante muchos años y dirigió los servicios de inteligencia entre 1999 y 2008. Llegó a estar en la lista de posibles candidatos a ocupar el sillón presidencial. Pero, a pesar de que el jefe supremo no ha perdido en él la confianza, se le observa ya en un segundo plano.
El efecto sorpresa
Y es que Pátrushev acumula muchos errores, entre los más sonados figuran los sangrientos desenlaces de los secuestros en el teatro Dubrovka (Moscú) y en la escuela de Beslán (Osetia del Norte). Sobre él lanzan sospechas de estar detrás de espeluznantes atentados terroristas, que se habrían atribuido a la guerrilla chechena para justificar el comienzo, en el otoño de 1999, de otra guerra en la conflictiva república separatista. Todo ello para facilitar la llegada de Putin al Kremlin. Así lo cuenta el ex espía Alexánder Litvinenko, envenenado con polonio 210 hace tres años, en su libro «El FSB dinamita Rusia».
En septiembre de 1999, después del derrumbamiento con explosivos de varios edificios en Buinask, Moscú y Volgodonsk, atentados en los que perecieron casi 300 personas, se descubrió a tiempo en la ciudad de Riazán otro artefacto preparado para reventar otra vivienda. Se facilitaron los retratos robot de los presuntos terroristas y los datos del coche en el que huyeron. El entonces ministro del Interior, Vladímir Rushailo, lo presentó como un éxito de la Policía y aseguró que los autores de la fallida intentona serían encontrados.
De repente, apareció Pátrushev y afirmó que lo sucedido fue «un simulacro» para comprobar la capacidad de reacción de las fuerzas de seguridad. Después, envío a sus agentes a Riazán, requisó todas las pruebas, y los sacos de explosivo, en los que, según él, sólo había azúcar, fueron enviados a un polígono para su detonación controlada.


