Piojos, ratas, drogas y alcohol: así soportaron los soldados españoles el infierno de Marruecos
Nos han llegado muchos testimonios sobre las pésimas condiciones higiénicas, los estragos causados por las epidemias, la pobre alimentación y los problemas derivados del abuso de bebidas alcohólicas para soportar la vida en el Rif

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«Los cambios bruscos de temperatura, la escasez e impotabilidad de las aguas, la mala calidad de los alimentos, el hacinamiento de las tropas, la falta de higiene, las mojaduras, las insolaciones, las marchas y otras mil causas más hacen de este territorio un país insano y capaz de dar al traste con la naturaleza mejor constituida». Así hablaba Xosé Ramón Fernández-Oxea de la otra guerra que los soldados españoles vivieron en Marruecos en el primer cuarto del siglo XX. Una tan feroz como la que se libraba con las balas y las bombas, pero muchos menos conocida.
El escritor y soldado gallego, que firmaba sus artículos para el diario ourensano ‘La Zarpa’ bajo el seudónimo de ‘Ben-Cho-Shey’, contó con mucha mordacidad y humanismo la situación vivida por estos héroes maltratados. En la mayoría de los casos, como es el de este autor, obligados a cruzar el estrecho de Gibraltar y combatir a la fuerza en África contra las tropas independentistas rifeñas. Al regresar a España, recopiló sus textos y los publicó bajo el título ‘Crónicas de Marruecos: tras la rota de Annual’ .
El de Fernández-Oxea es uno de los muchos testimonios que nos han llegado sobre la vida de los soldados en el frente marroquí en lo referente a las pésimas condiciones higiénicas, la pobre y escasa alimentación, la lucha contra las ratas y los piojos, los estragos causados por las epidemias y los problemas derivados del abuso de las drogas y el alcohol para soportar todo ese infierno. Una odisea que recoge Daniel Macías Fernández en uno de los capítulos del libro ‘A cien años de Annual: la Guerra de Marruecos’ (Despertaferro, 2021) y que se añadía a la sangre derramada en los enfrentamientos contra las tropas de Abd el-Krim , como demuestran los mensajes entre el comandante Julio Benítez y el general Silvestre en la toma de Igueriben el 20 de julio de 1921.
«Orines mezclados con azúcar»
«Tenemos muertos y heridos , carecemos de agua y de víveres y la gente se ve precisada a permanecer día y noche en el parapeto para tener a raya al adversario», informó el primero. Silvestre respondió: «Héroes de Igueriben, resistid unas horas más. Lo exige el buen nombre de España». Benítez prometió que él y sus 350 soldados solo se rendirían «con la muerte», pero la realidad los sobrepasaba: «La sed es horrenda; se han bebido la tinta, la colonia, los orines mezclados con azúcar. Se echan arenilla en la boca para provocar en vano la salivación. Los hombres se meten desnudos en los hoyos que se hacen para gustar el consuelo de la humedad. Se ahogan con el hedor de los cadáveres».
Todas estas condiciones minaban el ánimo de unos soldados que, además, se habían criado escuchando las historias de los repatriados de Cuba que habían vuelto a casa inválidos, desnutridos y aquejados de enfermedades que, en muchos casos, les causaban la muerte una vez llegados a España, mientras las familias más pudientes y poderosas se habían librado de la guerra por una causa u otra. En el caso de Marruecos, la penurias comenzaban desde el mismo viaje.
Así narraba Fernández-Oxea su partida: «Tras las complicadas faenas del embarque del ganado y del material, salimos de Madrid el día 12 de septiembre de 1920. Al llegar a Alcázar de San Juan advertimos que se habían olvidado de embarcar el pienso para las caballerías». Una vez en Marruecos, los ataques de ansiedad y el estrés por la falta de descanso y la imposibilidad de combatir a los insectos eran constantes, provocando las continuas quejas entre los soldados, porque a nadie se le escapaba muchas especies eran transmisoras de enfermedades e indicadoras de una grave falta de salubridad.
Las epidemias
El sargento Enrique Meneses lo expresó así: «Las moscas se meten dentro de tu boca, de las narices; se pegan a ti durante el día; te impiden comer, no puedes hacer la digestión tranquilo, te imposibilitan ponerte a escribir a tu familia, a tus amigos. Pero lo más horrible es lo de las pulgas y todavía no he dicho nada sobre ellas. ¿Y los chinches? ¿Y los piojos? ¿Y las ratas? Estas se pasean por encima de tus narices y te despiertas de improviso con un par de ellas sentadas cómodamente sobre tus ojos, la boca o el pelo».
Entre los soldados españoles pronto hicieron acto de presencia la peste bubónica, la tuberculosis, la sarna, el tifus y, sobre todo, el paludismo y la viruela. «A pesar de la gran concienciación médica en cuanto a las necesidades higiénicas necesarias para impedir tales epidemias, lo limitado del presupuesto hizo que las actuaciones fuesen muy restringidas», apunta Macías en el libro. Este aspecto fue motivo de gran preocupación por los mandos del Ejército, que no solo veían peligrar la integridad física de sus tropas, sino que también temían que las pandemias se difundieran por la Península.
Hubo, al menos, cuatro brotes de peste bubónica –1913, 1915, 1923 y 1926–, todos ellos tratados con mucha discreción ante la gravedad del asunto. La Jefatura de Sanidad Militar de Melilla achacaba estas plagas y el resto de enfermedades a la falta de higiene y al atraso sanitario del país. Las ratas eran el enemigo a batir y hasta se repartieron premios entre los soldados por su captura y eliminación. Se probaron cebos y raticidas, que muchas veces no funcionaron. En los campamentos españoles, su presencia era masiva, como demuestran otros testimonios como el de este soldado anónimo: «Las pulgas, los piojos, las ratas, las moscas y todo género de parásitos son los compañeros sempiternos».
Sanidad Militar insistía en que se limpiaran los locales utilizados para comer o dormir, se retiraran las basuras y los restos de comida, alejar los estercoleros, quemar los desechos e, incluso, rociarlos con líquidos insecticidas, pero esto solo se llevaba a cabo, de vez en cuando, en los puestos de cierta entidad y menos amenazados por el enemigo. Otro soldado gallego, cuyo nombre no ha trascendido, hablaba de «moscas, hemípteros, microbios, ápteros, ácaros y arácnidos en cantidad suficiente como para llenar el planeta [...]. Me desperté con una rata enorme paseando encima de mí, que me miraba no sé si estúpida o desafiadoramente». Y el general Virgilio Cabanellas sentenciaba: «Las ratas, obligada plaga de todas las posiciones».
Alcohol, la vía de escape
Sumidos en esta atmósfera asfixiante, el alcohol fue una de las pocas válvulas de escape para la mayoría de los combatientes. Había una cantidad excesiva de bebidas etílicas en los campamentos. Los estragos que causaron fueron aún mayores en aquel lugar donde abastecerse de agua potable era muy complicado. El problema fue tal que los médicos militares hicieron todo lo posible por sustituir las copas de aguardiente matutinas por vasos de leche. A pesar de ello, muchos soldados siguieron recurriendo a aquel alcohol de mala calidad hasta el final de la guerra, con el objetivo de calmar los nervios y olvidar lo que habían visto y hecho en el frente.
Los testimonios que se dejaron al respecto son numerosos. «Bebíamos mucho, aunque de mala calidad; todos teníamos algo que olvidar», apuntaba Meneses. Se convirtió en un artículo de «primera necesidad» y su precio se disparó. Es posible que el alcoholismo fuese un problema de primera magnitud, a tenor del estado de ánimo y humor de ciertos individuos cuando faltaba el alcohol. «Nuestro capitán, siempre afable y comedido, con tal de que no faltase cerveza lo mismo le daba todo», añadía el sargento. El mismo fundador de la Legión, José Millán Astray , también hablaba de «víctimas del alcohol».
Según reflejó uno de los soldados, una de las causas de que su consumo se produjese en grandes cantidades era la pésima calidad del agua potable: «Nos recomiendan que no tomemos agua y que, en tal caso, mezclemos con ella alguna bebida alcohólica». Supuestamente, esa era la forma de purificarla. El escritor Arturo Barea, que también fue llamado a filas en 1920, recibió el mismo consejo al llegar a Marruecos: «Vino, cerveza, aguardiente, coñac… de todo, menos agua. El agua da las palúdicas. Prohibida. No sirve ni para lavarse». En 1921, el propio ministro de la Guerra, Juan de la Cierva , envió el siguiente telegrama al ayudante del alto comisario: «Hay bastante abuso en bebidas alcohólicas y ese vicio hay que combatirlo con dureza».
El consumo de drogas
Aunque en menor medida, también hay informes que hablan del consumo de drogas durante la guerra. Por ejemplo, el que redactó en secreto el general Francisco Gómez-Jordana Souza, futuro vicepresidente de España en la Guerra Civil, con los datos recabados por un informante extranjero a sueldo de España. Este mencionaba a una prostituta que trabajaba como agente enemiga: «Betty Sylvester, dedicada a la vida galante, de unos 28 años de edad, morena, de estatura media, poco agraciada, aunque atrayente, suele frecuentar por las noches los clubes de categoría intermedia. Dedicada al alcohol y a la morfina, esta manifestó cuando no estaba en su juicio que se encontraba a sueldo de los rifeños».
El capitán Alberto Camba aludió al consumo de cocaína en Tetuán, en relación con la prostitución: «En sus ensoñaciones voluptuosas no se enervan con esencias afrodisíacas sino con ampollas de cocaína». El poeta y veterano de guerra Luys Santa Marina también se refirió a ella en uno de sus libros, esta vez, situando la escena en el frente de batalla, en uno de sus libros: «Ebrio de cocaína, hastiado de nuestra conversación, salió y sentóse sobre los sacos del parapeto».
En este sentido, Macías explica: «Estas apariciones esporádicas, en un informe confidencial y en un par de relatos, no han de hacer pensar al lector que no se consumían drogas. El marroquí tenía fama de consumidor de hachís y hay constancia, al menos, del consumo de cocaína y opiáceos por parte de las prostitutas. La falta de referencias expresas a la drogadicción en el seno del Ejército tiene una posible explicación alternativa: lo reprobable de su consumo hizo que se tratara de ocultar [...]. En entornos bélicos y de tensión psicológica intensa, como los que se han descrito hasta el momento, solía ser común el consumo de drogas de uno u otro tipo».