Juicios de Nuremberg¿Quién le dio el cianuro a Goering?
El exmariscal nazi eludió el patíbulo suicidándose en su celda horas antes de su ejecución
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«A las seis de la mañana de hoy, la Radio de Nueva York ha anunciado que Goering y los otros diez condenados a muerte en Nuremberg han sido ajusticiados. Goering fue el primero en subir al patíbulo, le siguieron los restantes por el orden anunciado», publicaba ABC el 16 de octubre de 1946. Aunque a renglón seguido corregía que a las siete menos cuarto la Columbia Broadcasting había afirmado que solo se había ejecutado a diez de los reos «porque Goering se suicidó en su celda ingiriendo una dosis de cianuro de potasio».
En efecto, la Comisión cuatripartita encargada de presenciar las ejecuciones de los sentenciados a muerte por el Tribunal Internacional de Nuremberg emitió un comunicado en el que informaba de las ejecuciones de los criminales de guerra Joachim von Ribbentrop, Alfred Rosenberg, Ernsts Kaltenbrunner, Hans Frank, Wilhelm Keitel, Wilhelm Frick, Julius Stricher, Fritz Sauckel, Alfred Jodl y Arthur Seyss-Inquart.
Pero Hermann Goering se había suicidado a las 22,45 horas del 15 de octubre ingiriendo cianuro potásico.
+ info«El mariscal se hallaba en la cama. El centinela oyó un ruido extraño y llamó al cabo de guardia, quien a su vez reclamó la presencia del médico y del capellán de la prisión. El doctor encontró trozos de vidrio en la boca de Goering y dictaminó que pertenecían a una cápsula de cianuro de potasio», informó ABC.
+ infoPese a haber perdido prestigio y poder en los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial, Goering era el jerarca nazi más destacado al que se podía pedir cuentas de los crímenes cometidos, tras el suicidio de Adolf Hitler, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler y la desaparición de Martin Bormann (que pese a ello también fue juzgado y condenado en Nuremberg). En su acta de acusación figuraba la larga lista de cargos que había ocupado desde 1932 a 1945, entre los que se encontraban los de general de las SS, director del Plan de Cuatro Años, ministro del Aire del Reich y comandante en jefe de las Fuerzas Aéreas o su designación como sucesor de Hitler.
Durante el proceso, el dirigente nazi -célebre por su vanidad, sus orgías y su botín de obras de arte- había acaparado todas las miradas. «Goering presenta un aspecto formidable. Tiene este color rosado que sólo logra tener la piel después de muchos años de "bon vivant". Una mirada de águila, con ojos movibles. Una vitalidad que salta a la vista. Cuando le veo por primera vez habla con los de detrás y con los de al lado. Todos le escuchan con deferencia, marcando bastante visiblemente su subordinación», escribió Carlos Sentís, el único español junto con Augusto Assía que asistió a las sesiones del histórico juicio.
+ infoAl enviado especial de ABC le impresionó Goering, más que ninguno de los demás acusados, por su elocuencia y buen humor durante el proceso. Era la «vedette» del juicio. «Bajo una mirada de águila -algunos podrían decir de ave de presa-, sus labios crueles y finos pueden muy amorfearse y dilatarse en una sonrisa afabilísima, casi irresistiblemente simpática», escribió Sentís en una de sus crónicas, antes de relatar que «cuando los americanos le hicieron prisionero, después de quejarse de que fuese arrestado por un coronel y no por un general, como correspondería a su grado, ensayó su sonrisa, que fracasó ante un americano de cara de palo. Ahora, mucho más modesto, ensaya a menudo su sonrisa con sus guardianes, con poco éxito».
Sin embargo, el periodista recordaba un día de diciembre de 1945 en el que, de repente, se apagaron las luces en la sala y se proyectó una película sobre los horrores de los campos de concentración mientras unos focos iluminaban las caras de los acusados. «Creo que fue a partir de ese momento cuando, de golpe, se dieron cuenta de que iban a ser condenados a muerte», señaló en una entrevista. Incluso Goering «se quedó apabullado».
+ infoLa sentencia se conoció el 1 de octubre de 1946. Goering, junto a otros diez de los acusados, fue condenado a morir en la horca. Las ejecuciones se anunciaron para dos semanas después, el 16 de octubre. Estaba previsto que comenzaran a media noche, pero Goering adelantó su muerte con cianuro. En su celda encontraron tres cartas escritas a lápiz, una de ellas dirigida a su mujer Emmy, otra a la Comisión de Control de las potencias vencedoras y la tercera al jefe de la prisión de Nuremberg, el coronel Burtoni Andrus. En esta última «se infiere que el personal de la guardia no está complicado en el suicidio del mariscal del Reich», publicó ABC.
Andrus ordenó de inmediato investigar cómo pudo ocultar el veneno a sus guardianes, que diariamente revisaban sus ropas y los objetos que le pertenecían. ¿Quién le había proporcionado el cianuro que le libró del cadalso?
Una mirilla permitía al vigilante observar en todo momento a los presos en sus celdas, que apenas contenían una colchoneta militar, una mesa que no resistía el peso de una persona y una silla. Después de cada comida los prisioneros debían devolver el plato y la cuchara. La luz eléctrica era regulada desde el exterior y los cristales de las ventanas habían sido sustituidos por celofán. No había perchas, ni estaba permitido colocar fotos o dibujos en las paredes. Por las noches, los prisioneros entregaban toda su ropa, hasta las gafas y los reconocimientos médicos eran frecuentes y minuciosos, según se detalló en un reportaje publicado en 1976.
+ infoLas primeras teorías que circularon apuntaron a su esposa Emmy, que quizá le hubiera podio entregado la cápsula cuando besó a su marido a través de la reja en su última entrevista el 7 de octubre, aunque también se dijo que se la pudo haber sido facilitado el barbero alemán que le atendía, aunque éste hacía su trabajo en presencia de un vigilante armado. Y su abogado, Otto Stehmer, también estuvo en el punto de mira.
La implicación de la mujer de Goering fue pronto descartada porque el jefe de la prisión de Nuremberg negó categóricamente que hubiera podido facilitarle el veneno ya que no había tenido ninguna oportunidad de introducir absolutamente nada en el presidio.
¿La había escondido Goering en la cavidad de una muela?, se preguntaban los medios por aquellos días en los que se multiplicaban las conjeturas. «Esta opinión es la que circula últimamente con mayor insistencia, después de las declaraciones de los técnicos, que afirman ahora que pudo tenerla escondida desde hace tiempo, sin que perdiera su fuerza venenosa», recogía este periódico.
+ infoEn el informe sobre el «caso» Goering, presentado a los diez días del suicidio, se afirmó que el mariscal tenía en su poder el veneno desde que fue hecho prisionero por los aliados, días antes de terminar la guerra en Europa. Los investigadores señalaron que «el detenido pudo ocultar el veneno en uno de los repliegues del vientre, en el tubo digestivo y en determinado rincón del lavabo que tenía en la celda» y subrayaron que no había podido comprobarse la negligencia de ningún guardián norteamericano ni de ningún obrero alemán.
El periodista y la goma de mascar
El informe oficial acalló las cábalas durante un tiempo, pero en octubre de 1950 una revista de Munich aseguró haber descubierto el secreto de quién proporcionó el cianuro a Goering. «Se trata, al parecer, de un periodista austríaco, Peter Martin Bleibtreu, que ha jurado que él fue quien, con goma de mascar, fijó la ampolla ante el banquillo que ocupaba el mariscal del Reich, poco antes de la sesión del Tribunal en que pronunció su discurso final de defensa», recogió ABC. La revista muniquesa publicó además una serie de fotografías con las que trató de demostrar como Bleibtreu se las ingenió para dejar el veneno en el lugar que ocupó Goering.
+ infoEste periodista, cuyo supuesto apellido significaba "permanece fiel",, había figurado muchas veces en la propaganda clandestina nazi después de la guerra. La revista decía que había nacido en 1921 y publicaba una supuesta fotografía suya. Según dicha información, Bleibtreu había recibido la ampolla de cianuro en Linz en marzo de 1945 y la tuvo escondida en su casa hasta que durante el proceso se convenció de que Goering no merecía ser ejecutado en la horca y se la proporcionó.
Sin embargo, cuando el fantasioso informador fue detenido en aquel mismo año de 1951, negó haber proporcionado el cianuro y sus palabras las corroboró unas semanas después Erich von dem Bach-Zelewski. El exgeneral de las S.S., que compareció como testigo en Nuremberg, se presentó a las autoridades norteamericanas y aseguró haber sido la persona que dio el veneno a Goering. «Bleibtreu no tiene nada que ver con esto», afirmó.
+ info«El tubito de veneno se lo entregué yo a Hermann Goering ya en septiembre de 1945. Fue en un pasillo de la cárcel de Nuremberg, donde también yo me encontraba. Se trataba de una ampolla de cristal, que se podía romper con los dientes, llena de cianuro. Yo la incrusté en una pastilla de jabón, del que nos daban para el aseo. Con el mismo jabón la igualé bien y la usé varias veces después para lavarme a fin de disimular mejor el preparativo que había hecho en ella. Goering me había pedido que le entregara el veneno lo más disimuladamente que pudiera, cuando nos cruzáramos en algún corredor», explicó Bach-Zelewski, según recogió en La Vanguardia el corresponsal Cristóbal Tamayo.
Aunque esta versión fue aceptada durante un tiempo, fue perdiendo crédito con los años. La última conocida hasta ahora la proporcionó un exsoldado de Estados Unidos de 78 años que en febrero de 2005 aseguró en el diario «Los Ángeles Times» que fue él quien dio la cápsula de cianuro al jerarca nazi para impresionar a una joven alemana llamada Mona, que le había abordado en la calle.
+ infoHerbert Lee Stivers tenía 19 años en 1946 y pertenecía a la Primera División de Infantería de Estados Unidos. Se encargaba de escoltar a los prisioneros dentro y fuera de la sala del tribunal de Nuremberg, según relató en su crónica el corresponsal Alfonso Armada. En sus declaraciones al diario estadounidense, dijo haber presumido ante la chica, enseñándole un autógrafo de Baldur von Schirach, otro de los enjuiciados que fue condenado a 20 años de prisión.
«Al día siguiente escolté a Goering y conseguí su autógrafo y se lo enseñé a ella», declaró este mecánico jubilado nacido en Hesperia (California). Mona le presentó a dos hombres, que le dijeron que el exmariscal estaba «muy enfermo» y necesitaba unos medicamentos que se los negaban en prisión.
Stivers accedió a hacerle llegar a Goering dos mensajes escondidos en una pluma estilográfica junto con la cápsula. «Si funciona y Goering se siente mejor, le enviaremos más», afirmó que le prometió uno de los desconocidos que se hacía llamar Erich. ¿Fue así como llegó el cianuro a sus manos? El interrogante nunca ha podido ser aclarado con certeza.
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