El invento español que Thomas Edison calificó de revolucionario para la aviación mundial
A partir del año 1928, Juan de la Cierva se lanzó a pilotar sus propios autogiros y a presentarlos ante multitudes. En su aterrizaje en EE.UU. se dio el lujo de llegar a los mandos del aparato al jardín de la Casa Blanca

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Thomas Alva Edison no ahorró elogios al gran invento español del siglo XX: «El autogiro de De la Cierva marcará una era en la historia de la aviación. Ya pueden hablar lo que quieran de la decadencia de España, el autogiro es otro huevo de Colón y era natural que fuera un español el que diera con el truco». Envueltos en polémicas supuestamente ideológicas y de mala memoria, los españoles parecen haber perdido hoy de vista la importancia de este inventor y de su aparato, precursor del helicóptero, que llevó al siguiente nivel la historia de la aviación mundial.
Nacido en Murcia en 1895, Juan de la Cierva procedía de una familia acomodada como hijo del ministro del Rey Alfonso XIII Juan de la Cierva y Peñafiel. No obstante, desde pequeño su vocación estuvo centrada en la ingeniería y en seguir los pasos de su abuelo materno, el destacado ingeniero de montes Ricardo Codorníu.
Coincidiendo con la llegada en 1910 de la aviación a España, Juan de la Cierva, los hermanos Barcala y Pablo Díaz dedicaron parte de su juventud a la construcción casi profesional de planeadores. Antes de ingresar en la Escuela de Ingeniería , Juanito (como así lo llamaba la familia) y sus amigos diseñaron y fabricaron el BCD1 ('El cangrejo'), el primer aeroplano español que voló durante un periodo largo de tiempo. No en vano, el trimotor terminó destrozado en un vuelo, y las familias de los muchachos cerraron el grifo a nuevos proyectos.
«Alto, de aspecto deportivo, tan claro y animoso»
Aunque finalizó la carrera de ingeniero de Caminos, Juan de la Cierva nunca ejerció en este campo, del mismo modo que fue elegido diputado a Cortes por deseo de su padre, pero no mostró ningún entusiasmo por el mundo político. Su obsesión era hallar una solución a los problemas que habían llevado a su aeroplano al fracaso por la «pérdida de sustentación de las alas». Fue evitando depender de las alas cómo se le ocurrió la idea de un aparato que empleara la autorotación: un nuevo tipo de máquina voladora que bautizó como 'autogiro'.
No fue hasta su cuarto modelo, el C4, cuando logró un vuelo de más de tres minutos, a una altura superior a los veinticinco metros. El siguiente modelo, el C6, exhibió ante el Rey Alfonso XIII todo el potencial de los autogiros, hasta el punto de que en 1926 un grupo de financieros británicos ofrecieron ayuda al murciano. La empresa The Cierva Autogiro Company LTD , con sede en Londres, permitió a De la Cierva construir y mejorar sus modelos con vistas internacionales. En esas fechas, concretamente el día 18 de enero de 1925, ABC logró entrevistar al inventor que, aunque confesaba no estar conforme con esa etiqueta, cumplía con el perfil esbelto de los pioneros:
«Alto, de aspecto deportivo, tan claro y animoso de fisonomía y de mirada, el creador del autogiro, como si fuera uno de aquellos ingenieros que tanto complacía crear al buen Galdós, nos pinta vivamente la imagen del joven inventor».
La conversación entre Juan de la Cierva y el periodista Rafael Villaseca dio lugar a grandes declaraciones sobre los inicios del invento y el proceso creativo que transcurría en su mente:
«—¿Por qué le llama usted autogiro?
—Esta denominación concreta el principio mecánico del nuevo avión, basado en la rotación automática por el roce con la atmósfera de una gran hélice horizontal.
—¿Qué motivó el orientar sus investigaciones hacia esa hélice de suspensión ?
—Al principio no pensé utilizarla como elemento de flotación, sino simplemente como paracaídas. Fue después, en mi autogiro número dos, construido en 1920, cuando di a las aspas giratorias una aplicación suspensora.
—Puede usted estar satisfecho –decimos, felicitando a nuestro interlocutor–. Nada más que el autogiro sustituya una parte de los aeroplanos actuales, su invento puede resultar de enorme trascendencia progresiva, industrial y nacional.
—Lo estoy, realmente. Mi invento, además, no ha sufrido otros calvarios y contrariedades que las de índole científica. Lejos de verme abrumado por la incredulidad y el desvío, he encontrado el más generoso apoyo entre personalidades de nuestra aviación, tan sobresalientes como los generales Vives y Serrano, el comandante Herrera y el profesor Moreno Caracciolo. La sección de Aviación Militar construyó con todo esmero el último autogiro. Debo tener gratitud a los aviadores Spencer, Lecea y Ureta, que tanto arriesgaron en las pruebas primeras, y, sobre todo, al capitán D. Joaquín Loriga, hijo del profesor del Rey y de los infantes, que nada le arredró al efectuar la prueba definitiva, y que, sonriendo al prepararse a partir, oía comentar' jovialmente:
—Cuando pases por encima de Leganés, vas a oír a los locos pidiendo que los suelten a ellos o que baje el que vuela en el aparato. "Mi invento, en fin, ha nacido así juvenilmente, risueñamente, entre buenos camaradas, que, repitiendo el apodo dado entre nosotros al autogiro, me preguntaban: " ¿Cómo va la balumba?" ».
El éxito mundial
A partir del año 1928, Juan de la Cierva se lanzó a pilotar sus propios autogiros y a presentarlos ante multitudes. En su aterrizaje en EE.UU. se dio el lujo de llegar a los mandos del aparato al jardín de la Casa Blanca, donde fue agasajado por el presidente H. C. Hoover. El 18 de septiembre de 1928 se hizo mundialmente famoso tras conseguir atravesar el Canal de la Mancha por primera vez con su ingenio. Contó al respecto el diario ABC :
«A las dieciséis y dieciséis apareció en el horizonte el aparato. Se veía girar su hélice con precisión. El autogiro dio una gran vuelta por encima del aeródromo, pasando a gran velocidad. Después subió un poco y, a 150 metros de altura, paró el motor. Entonces el aparato comenzó a descender verticalmente, deteniéndose unos momentos en el descenso para reemprenderlo instantes después. Y suavemente, sin ningún incidente, el autogiro se posó en tierra».
De la Cierva realizó también numerosas exhibiciones y visitas por ciudades españolas, pero no logró encontrar financiación para una empresa de autogiro con sede en la Península , ni para que sus aparatos se comercializaran de forma masiva en este territorio. Mientras presentaba más innovaciones a sus modelos y trataba de que su invento calara en su país de cuna, la Federación Aeronáutica Internacional le premió con la Gran Medalla en el año 1932. Uno de los muchos reconocimientos que recibió en su corta vida por un aparato que no solo Edison imaginaba revolucionario.