Domingo
, 17-01-10
Casi renunció a la pintura antes de los 30 años, cuando las obligaciones profesionales le dejaban poco margen para coger el lienzo. Apasionado del retrato, participó en exposiciones en los años setenta y aún hoy desempolva el caballete en contadas ocasiones. Desde entonces, se ha centrado en la labor docente y dirige en los últimos 12 años un centro de arte que cuenta con 750 alumnos y 80 profesores. Pero no siente un acusado infortunio por esa circunstancia. «Todos tenemos frustraciones grandes o pequeñas. Y dudamos de si la actividad que desarrollamos es la que nos satisface plenamente. Ese grado de inconformismo es consustancial a la persona. Pero yo estoy contento, porque la docencia me apasiona».
Se siente satisfecho de su labor como coordinador de la sala de arte Mateo Inurria y de los casi 150 catálogos y libros de arte publicados en colaboración con la Universidad. «Creo que este proyecto no ha tenido el reconocimiento que merece», lamenta.
Sobre el origen de las inquietudes artísticas en el ser humano, asegura que existen variadas hipótesis. «Hay quien defiende que es una cualidad innata, una especie de fatalidad, o un hábito que se va forjando a medida que uno va tomando contacto con el mundo».