José Cabrera: «Todo lo que soy se lo debo al campo»
Domingo , 13-12-09
TEXTO: ARISTÓTELES MORENO
FOTOGRAFÍA: RAFAEL CARMONA
CÓRDOBA. Una mañana de 1956 se presentó en su casa el Marqués de la Motilla con una carta del ministerio. La misiva no tenía vuelta de hoja: o ponían en riego la finca de la Reina o el Estado la expropiaba en unas cuantas semanas. En realidad, el Marqués había llamado a la puerta de José Cabrera Padilla en demanda de ayuda. Y este recién licenciado ingeniero agrónomo, amigo de su hermano pequeño, se puso manos a la obra. En pocos años, la finca de la Reina se convirtió en una de las explotaciones agrarias más rentables y modernas del campo andaluz. Y José Cabrera en todo un experto agrónomo.
-¿Qué le ha dado el campo?
-El campo me ha dado todo lo que soy.
En efecto, Pepín Cabrera (Córdoba, 1924) ha transcurrido su existencia entre olivos y cereales. Sus abuelos ya eran propietarios agrícolas y vivían en una majestuosa vivienda de 4.000 metros cuadrados de la Plaza Conde de Priego, donde se refugió su familia durante la Guerra Civil. A Pepín Cabrera, años más tarde, lo enviaron sus padres a Madrid para formarlo en ingeniería agrónoma y a su regreso recorrió más de 50.000 kilómetros estudiando la viabilidad de las tierras agrícolas dentro de un programa de fincas mejorables.
Fue entonces cuando lo requirió su amigo Manuel Solís Atienza, hermano del Marqués de la Motilla, con aquel papel del ministerio. «Nos pusimos manos a la obra con piochas abriendo zanjas. No teníamos camiones ni nada. Cuando se terminó la puesta en riego me dijo el señorito si yo podía llevarle la finca y yo le propuse un trato como si estuviéramos peleados a muerte: les pedí beneficios sobre un tanto por ciento».
A sus 85 años y una memoria ya quebradiza, José Cabrera aún se dirige al Marqués de la Motilla, para quien trabajó toda su vida, con el tratamiento de señorito. Nada importa que él hubiera ostentado también el título nobiliario de Conde de Villanueva de Cárdenas, al que años después abdicó su hijo primogénito. «Mire usted: yo le decía a mi señorito que él también tenía un señorito, que era Franco; y Franco a su vez tendría otro señorito. Todos teníamos un señorito. Pero yo aquí me divertía mucho. Le voy a contar una anécdota», confía rebajando el volumen de su voz. «En el año 54 terminamos 32 compañeros la carrera. Estuve doce años con ellos y ninguno sabía que yo tenía un título, porque yo nunca lo he usado. Yo soy Pepín Cabrera. Y en realidad, ¿para qué sirve un título?». Con esta naturalidad despacha la cuestión nobiliaria este octogenario que acaba de recibir el premio «Simón de Rojas Clemente» por su trayectoria en el mundo agrícola, otorgado por ABC y la Fundación Caja Rural del Sur en colaboración con la Consejería de Agricultura.
Nada de nada
Cuando regresó de Madrid a principios de los años cincuenta el campo andaluz era un yermo. «No había nada de nada», enfatiza. «En la finca de la Reina», recuerda, «estuvimos cuatro años sembrando a mano maíz, remolacha y algodón. Después conseguimos un tractor que adquirimos en Inglaterra a cambio de patatas». En pocos años, la hacienda prosperó y dio empleo a más de treinta familias, que vivían en el interior de la propiedad. Se abrió una escuela, se habilitó una biblioteca y se construyeron dependencias para los jornaleros, con comedores y cocineros contratados expresamente.
«Era una finca modelo», tercia Ángela Altolaguirre, su esposa. «Un año llegó a haber hasta 110 niños, a quienes se repartían los Reyes Magos». «Un día le dije al Marqués de la Motilla», recuerda Pepín Cabrera: «¿Cuánto me gasto para los Reyes Magos? ¿Veinte mil duros? Y don Fernando me dijo: «Lo que tú quieras»». «El Marqués es la persona más buena que he visto en todos los días de mi vida. Con la cantidad de dinero que tenía y nunca había achantado a nadie», concluye.
José Cabrera recibe a ABC en su finca de Fuen Real, en el término municipal de Almodóvar del Río. La finca llegó a tener hasta 1.400 hectáreas que llegaban a los márgenes el río Guadalquivir, pero hoy apenas alcanza las 400. Comparte la propiedad con uno de sus hermanos y la habita junto a su esposa desde que hace doce años adecuaron una antigua zahurda y se instalaron aquí para pasar una temporada. Pero el silencio de esta vieja dehesa y la belleza del entorno los acabaron por convencer de las bondades de vivir entre naranjos y olivos. Así que cerraron su céntrica vivienda en Conde de Vallellano y aquí pasan apaciblemente los días.
La mañana se levantó hoy fresca y brumosa, aunque el interior de la casa resulta cálido y acogedor. Nos sentamos en una mesa camilla con brasero y unos silloncitos verdaderamente cómodos. Una estufa chubesky caldea toda la estancia.
-¿Hay futuro en la agricultura?
-Yo creo que no. Hay un problema: hemos entrado en Europa. Ahora no hay aduana y tenemos que producir a menor precio que otros. Y los políticos planifican una misma agricultura para finlandeses y españoles, cuando son dos cosas completamente distintas.
-No se le ve optimista.
-De ninguna de las maneras.
-¿Por qué se huye del campo?
-Porque no se gana dinero.
-Y porque es una vida más dura, se supone.
-Yo tengo un tractor que tiene aire acondicionado. Esto ya no es como antes.
-¿A qué le suena la palabra jornalero?
-Al que gana un jornal. Ahora tenemos seis u ocho que están podando.
-El presidente provincial de Asaja dice que los cortijeros ya han pasado a la historia. ¿Usted también lo cree?
-Yo creo que sí. Entre otras cosas, porque ya no hay cortijos.
Dos yernos y uno de sus siete hijos son ingenieros agrónomos. Todos fueron educados en la escuela de la Reina con el resto de los jornaleros. José Cabrera Padilla fue un adelantado a su tiempo. En 1975, por ejemplo, ya adquirió un ordenador con capacidad para llevar 500 cuentas. Les costó un millón y medio de pesetas de la época. «Yo he hecho cosas de hidráulica para regar, que cada vez que se le daba a una tecla organizaba cien mil cosas. No nos damos cuenta de que todo esto ha cambiado el mundo», celebra.
-¿Y al campo le falta incorporar las nuevas tecnologías?
-Esto es una empresa y a mí lo que me interesa es saber cuánto se va a ganar.
Como se ve, un profesional en estado puro y, según parece, escasamente esperanzado en lo que depara al futuro del campo andaluz.

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