
Publicado
Viernes
, 06-11-09 a las 10
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En pleno mes de agosto de 1991, la redacción y los talleres de ABC se ponían a trabajar a toda máquina, para poner en la calle, a las 10 de la mañana, una edición especial con extensa información sobre el golpe de Estado que acabada de producirse, pocas horas antes, en la URSS: «Los ultracomunistas toman el poder», se anunciaba en la portada, con la imagen de un Gorvachov con la mirada perdida… cuyo paradero, en ese momento, era desconocido.
Las acontecimientos que se produjeron en las siguientes horas, cargados de gran tensión social, con miles de personas en las calles llamando a la resistencia y la atención de todos los líderes y medios de comunicación del mundo, podían dar al traste con la apertura iniciada por un moderado Mijail Gorvachov, presidente de la Unión Soviética, que debía conducir gradualmente a una democracia pluripartidista.
Todo comenzó aquel 19 de agosto de 1989, a las 4 de la mañana, cuando se anunció por sorpresa, a través de la televisión, la destitución de Gorvachov y su sustitución por el vicepresidente de las URSS, Guenadi Yanayev. Este político «sin iniciativas y al servicio siempre de la KGB, principal impulsora del golpe», anunció inmediatamente el estado de emergencia en algunas zonas de la URSS.
Tan sólo 45 minutos después, carros blindados y camiones militares invadieron las calles de Moscú, dirigiéndose hacia la Plaza Roja y controlando las principales vías y edificios oficiales de la capital. «El gran leviatán concebido por Stalin –contaba ABC en relación a la participación de un Ejército, al que calificaba de «ultracomunista»– despertó de su letargo en la madrugada de ayer».
Un gran número de ciudadanos, nada más ver los carros de combate y conocer la noticia del golpe, se lanzaron a la calle a manifestarse a favor de Gorvachov y mostrar su repulsa con el golpe, «subiéndose a las torretas y hasta arrojando de su interior a los soldados»: «Con gritos de “fascistas” y “golpistas”, miles de manifestantes bloquearon con trolebuses, en la plaza Manezh, junto a los muros del Kremlin, el paso de los tanques».
A las 12:15 horas, el por aquel entonces presidente de Rusia, Boris Yeltsin, atrincherado en la sede del parlamento ruso y protegido por fuerzas leales, protagonizó una de las imágenes históricas: subido a uno de los carros blindados bloqueados por el pueblo, llamó a la resistencia civil y pidió a los miles de manifestantes congregados que llevaran a cabo una «huelga indefinida», declarando ilegal, además, «el autodenominado Comité de Emergencia y nulas sus declaraciones y decisiones».
Los líderes mundiales, pendientesMientras Gorvachov seguía en paradero desconocido, los líderes internacionales se manifestaban al respecto: George Bush padre apoyó a Yeltsin y declaró que no deseaba «un golpe de Estado apoyado por la KGB y el Ejército»; el parlamento lituano, rodeado también por tanques golpistas, se mostró dispuesta a formar un Gobierno clandestino que escapase al control militar; la OTAN celebró una reunión extraordinaria en la que expresó su «grave preocupación»; Felipe González «condenó el golpe y calificó la destitución de Gorvachov como un hecho de extraordinaria gravedad», anunciando que congelaría la ayuda económica concedida a Moscú «si triunfa el proceso involutivo», y hasta el Vaticano declaró que era «necesario que siga el proceso de apertura».
El mundo entero estaba pendiente, e incluso las bolsas sufrieron el golpe: la de Madrid, por ejemplo, registró la segunda mayor caída de su historia (87%).
«Hoy sólo está previsto que salgan a la calle los diarios comunistas oficiales como Pravda», podía leerse en el diario, tras conocerse que los medios de comunicación contrarios al golpe también habían sido tomados.
Yanayev, el nuevo presidente en funciones, dio por fin la cara, para asegurar que Gorvachov se encontraba simplemente «incapacitado» por motivos de salud. «No estoy de acuerdo con que se haya producido un golpe de Estado», señaló Yanayev, desatando las risas entre los periodistas acreditados, a los que aseguró, entre otras cosas, que se trataba de «medidas forzosas, dictadas por la necesidad vital de poner a salvo la economía de la ruina y al país de la hambruna, así como para prever la escalada de amenazas de un conflicto civil de impredecibles consecuencias para los pueblos de la URSS».

Yeltsin, encima del carro blindado dirigiéndose a los manifestantes
Esa misma noche, 30 carros de combate y 70 blindados cercaban aún más el parlamento ruso, en donde seguía atrincherado Yeltsin, junto a unos 15.000 seguidores. La operación militar, «que se cobró al menos cinco víctimas mortales», consiguió romper la primera línea de la barricadas de las fuerzas leales a la “perestroika”, pero, finalmente, no llegó a más.
Boris Yeltsin, símbolo de la resistenciaBoris Yeltsin, junto a la gran mayoría del pueblo moscovita, se convertía en un símbolo de la resistencia. Al día siguiente, ABC titulaba con un claro: «El pueblo salva a Rusia de una nueva dictadura». Y el presidente en funciones del Soviet Supremo de Rusia, Ruslan Jasbulatov, afirmó que se había evitado «gracias al heroísmo de los moscovitas».
El movimiento democrático radical, encabezado por Borís Yeltsin, protagonista de la hazaña, tomó la decisión de ilegalizar el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), y Gorvachov, cada vez más debilitado políticamente, sobre todo a raíz de la acción política de Yeltsin, tuvo que dimitir de su cargo de Secretario General del PCUS y disolver al Comité Central.
El 25 de diciembre de 1991, en una fecha que ha marcado un antes y un después en el siglo XX, se disolvió oficialmente la URSS.



