Entrevista a John Carlin, escritor y periodista, autor de «El factor humano»
«Mandela unió a negros y blancos gracias al rugby»
ABC Freeman/Mandela, en una escena de «Invictus», se dirige al Consejo Nacional de Deportes para que no suprima el símbolo «Springbok»
La mano que evitó una guerra civil
Al ser elegido el primer presidente negro de Suráfrica en 1994, tras décadas encarcelado en una celda de tres metros cuadrados, el gran desafío de Mandela era asentar las bases de la democracia. «Quería evitar a toda costa que estallara una guerra civil o que apareciera un movimiento terrorista blanco de extrema derecha después de que los negros tomaran el poder», apunta Carlin. Mandela deseaba ganarse a los blancos y tranquilizarlos proclamando que eran todos sudafricanos, blancos o negros, hermanos, compatriotas... Y para convencerles era esencial el deporte de los blancos, la religión de los springboks: el rugby. Mandela invitó a tomar té al capitán Pienaar, visitó el campo de entrnamiento de los springboks, se estudió las reglas y tácticas del rugby y siguió los partidos del Mundial como un apasionado más. Cuando Mandela, antes de la final Suráfrica-Nueva Zelanda, bajó al césped del estadio Ellis Park abotonado hasta el cuello, con el polo verde y dorado número 6 del capitán Pienaar, su mensaje es claro: «Soy springbok, vosotros sois míos, yo vuestro, estamos todos unidos».
Mandela, abunda John Carlin, tendía de ese modo su mano negra a los blancos diciéndoles: «Quiero ser vuestro amigo. ¿Me dais la vuestra? Y los blancos respondieron efusivamente que sí». Cuando Carlin llegó a Suráfrica en 1989, corresponsal de The Independent, la gran mayoría de los blancos surafricanos temían a Mandela: «Para ellos era como «su Osama Bin Laden», lo veían como «un terrorista»», dice Carlin. Un lustro después, el día de la victoria ante Nueva Zelanda, lo coronan rey de la Sudáfrica blanca, rey de todos. «En el Periodismo, ha sido el acontecimiento más conmovedor y trascendental que viví».
Domingo , 24-01-10
Se despertaba a las 4,30 de la mañana, doblaba su pijama y hacía su cama. Salía a caminar una hora, desayunaba y comenzaba a trabajar en el milagro de su país. El sueño dorado de unir a blancos y negros. Nelson Mandela protagoniza en El factor humano (Seix Barral) -libro apasionante del periodista John Carlin en el que se basa Invictus (se estrena el próximo viernes), película dirigida por Clint Eastwood y con Morgan Freeman encarnando al emblema de Suráfrica- una historia espontánea y positiva que muestra los mejores aspectos del ser humano. La epopeya de un héroe de carne y hueso que desterró la palabra venganza, y consiguió que la mayoría negra de su nación concediera al mundo una lección de inteligencia y capacidad de perdonar ante la ignomina racista. El factor humano e Invictus ilustran el genio político de Mandela, el talento que desplegó al ganarse a negros y blancos, acabando con la discriminación por raza. Y usó el rugby porque el deporte para Mandela «tenía y tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas. Tiene más capacidad que los Gobiernos de derribar las barreras raciales».
El corazón narrativo del libro de Carlin evoca de forma mágica la «sinfonía de la fraternidad» de los sueños de Martin Luther King. Y un acontecimiento épico, la final de la Copa del Mundo de Rugby de 1995 en Suráfrica, la conquista del llamado «unicornio oval», plasma aquello por lo que Mandela luchó y sufrió: la reconciliación entre blancos y negros surafricanos después del apartheid (segregación racial establecida por la minoría blanca). Sólo se podía lograr con rugby y por ello Mandela mimó y arropó a los Springboks, el equipo tradicionalmente de los blancos. Carlin dibuja a Clint Eastwood como un tipo cortés, elegante, parco en palabras, pero afable. ¿Leyó su libro? «Espero que sí. Quienes sí lo habían leído eran Morgan Freeman y Matt Damon, a quienes le tiñeron el pelo de rubio tal como lo tenía su alter/ego Francois Pienaar, capitán springbok. Matt le recomendó el libro personalmente a Obama».
«Invictus» se rodó en Surádrica con una imponente logística, como si fuera una operación militar, describe Carlin. «Clint Eastwood lo llevó todo con una serenidad a rajatabla». Morgan Freeman anhelaba interpretar a Mandela en el cine. Compró los derechos cinematográficos de la autobiografía del propio Mandela, un ladrillo por su extensión, pero obra fantástica. El problema era reducir su vida a una historia de cine. Contrataron todo tipo de guionistas y no dieron con la fórmula. ¿Y cómo le llegó El factor humano a Freeman? Lo explica el autor: «Para vender el libro hice una sinopsis de unas doce páginas que envié a mi agente neoyorquino. Conseguimos editorial, ¡eureka! ¡misión cumplida! Sin embargo, ese resumen de mi historia empieza a dar vueltas por Hollywood y llega a manos de Freeman. Nos conocemos en un pueblo de Mississipi y, emocionado, le confirmo que soy el autor. Sin estar el libro escrito me dice que quiere hacer la película de Mandela. Todo el mundo parte de la premisa de que Mandela es un gran hombre, pero poca gente sabe por qué lo es. Esto es lo que yo pretendí con El factor humano, y lo que pretende Morgan Freeman en Invictus».
Algún tiempo después, un guionista de Hollywood fue a ver a Carlin a Barcelona: «Me exprimió los sesos, le pasé transcripciones de entrevistas a Mandela y hablamos de cómo convertir el libro en película. Se fue, volvió a California y mientras yo seguía escribiendo El factor humano él redactaba el guión. El tipo logró captar el espíritu de Mandela y de la época. A Freeman le entusiasmó. Mi agente se lo envió a Clint Eastwood, y él a Damon». El guión es de Anthony Peckham, surafricano.
Para meterse en la piel de Mandela a Morgan Freeman no le hizo falta convivir cerca del líder. Le conocía muy bien, ha bía estado en Suráfrica, dio dinero a las fundaciones caritativas de Mandela, y le pidió la bendición al ex presidente. Mandela dijo que sí, y Eastwood, sin perdón, dirigió Invictus. ¿Quién a quién? Freeman y Eastwood son septuagenarios, la edad de Mandela cuando el «gran político de todos los tiempos», dice Carlin, llegó a su apogeo al mando de Suráfrica. Hoy Mandela tiene 91 años «gracias a una dieta equilibrada y mucho ejercicio. Él caminaba cada día dando vueltas sin cesar a los tres metros cuadrados de su infierno carcelario».
El «drop» judío
Invictus es un tributo a la épica en el deporte, adrenalina en estado puro. Melés, rucks, golpes, ensayos... y el drop (lanzamiento a bote pronto que debe pasar entre los dos postes de una portería de rugby) de Joel Stransky, el único judío que debía jugar al rugby en esa época. Con ese drop Suráfrica, por la que nadie apostaba un rand en 1995, tumbó al acorazado potemkin de Nueva Zelanda, ganó el Mundial de Rugby y la explosión colectiva unió a negros y blancos. Stransky dispuso de treinta segundos para preparar su lanzamiento. Era el momento más importante de su vida, y de las vidas de millones de surafricanos. La presión mental, la enorme responsabilidad y la dificultad física de dejar caer el balón oval e impactarlo limpiamente con el pie en cuanto toca el suelo, de forma que vuele alto y directo, a sabiendas de que dos o tres gigantes se dirigen hacia ti con ganas de asesinarte... El cuero mantuvo su trayectoria. Giró como debía, sin desviarse. Era un golpe demasiado bueno para fallar. 15-12 y triunfo surafricano. Y de Mandela, el hombre invicto, un presidente demasiado bueno que consiguió la reconciliación de negros y blancos gracias a la pierna diestra de un judío. El cuento de hadas se hizo real.

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