Martes, 09-06-09
ES poco probable que Mariano Rajoy sea un lector empedernido de Teresa de Ávila; lo cual, por otra parte, carece de importancia puesto que su trabajo consiste en captar votos en vez de ir por el mundo derramando gracia. Sin embargo -y más teniendo en cuenta que el líder popular, después de su victoria, aún debe estar en trance-, éste es un buen momento para traer a colación la sensata advertencia de la santa: «Más almas se pierden por las plegarias atendidas que por las no escuchadas». Resulta indiscutible que, en los últimos meses, Rajoy ha conseguido sumar baza tras baza y que, de aquí a las elecciones generales, nadie le va a quitar las cartas de las manos. Ha ganado el partido, que no es moco de pavo, mas la partida decisiva apenas sí ha empezado y la ventaja que acumula es tan exigua que se antoja difícil que haga saltar la banca. Ya no hay vuelta de hoja, en cualquier caso. Las súplicas -o las imprecaciones- que haya formulado han recibido el beneplácito de sus parroquianos. Ahora es cuando tendrá que demostrar que se encuentra a la altura de las circunstancias.
Porque las circunstancias, en principio, deberían haber puesto a Zapatero a los pies de los caballos. En un país que se dirige hacia el abismo a lomos de la mezquina ineptitud de un Gobierno de saldo, no basta con vencer, hay que ganar por goleada. De lo contrario, habremos de aceptar que lo que nos machaca es una plaga bíblica ante la que es inútil rebelarse. Que la sangría de parados es un alfilerazo y la atrofia económica un venial alifafe. Que la desfachatez falsaria y la incuria moral no dejan secuelas al cabo de los años y que la convivencia consiste en transigir con el capricho de los mentecatos. La oposición no sólo es una alternativa de poder o una simple pieza de recambio. Ha de ser, además, y quizá antes que nada, un catalizador de la esperanza. Tiene que muscular a la ciudadanía cuando los mandamases pretenden desfibrarla. Está obligada a primar el arrojo sobre el cálculo y no ir a remolque de consideraciones tácticas. «Más almas se pierden por las plegarias atendidas...». No siempre la mística oscurece lo profano.
Menos Zeja y más Mayor Oreja. El triunfo de Rajoy en los comicios europeos ha estado en consonancia con el ameno consonante. Pero, reconociendo de antemano el mérito que entraña, también es de justicia objetar que el resultado no se compadece en absoluto con los derroches entusiastas. El menos resta poco y el más se antoja escaso. Bien es verdad que Zapatero ha dejado de ser el personaje mítico que definiera Sarkozy con suma perspicacia. Su capacidad intelectual no se ha incrementado un ápice y, para colmo de males, ha perdido la flor que lucía entre las nalgas. Vamos, que se ha quedado con la sesera intonsa y con el pandero al aire en un momento sumamente delicado. En vísperas, o casi, de establecer una alianza planetaria con «mister» Barack Obama. Al fin y a la postre, ¿qué significan dos escaños? «Peanuts», o sea, cacahuetes (créanlo o no, con el inglés se va soltando).
Lo chungo es explicarle al Gran Hermano que un lacayo de Aznar -y de Bush por lo tanto- le ha arruinado el chiste y la «baraka». Y que te levanten unas elecciones, pase. Lo malo es quedarse sin un chiste que le caía como un guante a lo del Califato. Tú Barack. Yo «Baraka». Ni el propio Emilio el Moro podría mejorarlo. Por lo demás, estamos en la mismas que el célebre jaque de Cervantes: «Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada».

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