Martes, 09-06-09
HAY un tipo de europeísta que, como una dama casquivana que echa de menos la virginidad perdida, anda siempre añorando aquellos tiempos en que la Unión Europea era sólo una idea. Pero la Unión Europea es ahora un proceso, con acelerones y frenazos, con idealidades e impurezas, con ilusiones y abstencionismos, con estadistas y demagogos, con eurodiputados caraduras y eurodiputados casi heroicos. Es algo rematadamente real, aunque eso pese a los europeístas de nostalgia remilgada. En realidad, la abstención es muy indicativa, pero no demoledora en el sentido de que el Parlamento Europeo es una institución novísima cuya consolidación capilar requiere de mucho más que campañas publicitarias apelando a una conciencia política paneuropea que sólo existe virtualmente. Son procesos de opinión que necesitan un largo tiempo, del mismo modo que el buen césped tarda lo suyo en adquirir la debida suavidad y consistencia.
Lo que salta a primera vista es que el electorado ha coincidido en un nuevo correctivo a la izquierda. No ha habido premio, sino punición, para la socialdemocracia, que había de solventar una crisis económica generada -según su diagnóstico- por las perversidades del capitalismo. La recesión -según las tendencias del voto- tendrá una gestión más efectiva y capaz en manos del centro-derecha. De ahí el incremento de la confianza en los partidos nacionales -el PP, por ejemplo- que son parte del Partido Popular Europeo, una trabazón muy experta con dosis democristianas y liberal-conservadoras. Son 267 escaños -de 736- para el centro-derecha en su sentido más amplio y positivo. Reforzado en su presencia parlamentaria y con los Liberales Demócratas -81 escaños- que se declaran dispuestos a la colaboración, el PPE tiene ahora la responsabilidad de decir cosas claras y prácticas sobre la recesión económica. En el fondo, debiera importar más reactivar la agenda de innovación económica que proseguir con legislaciones climáticas o ensimismamientos constitucionales.
Es un PPE en el que ahora tienen mucho peso italianos, polacos y también españoles. Le corresponde favorecer un clima político-institucional que salga al paso de las dificultades económicas mientras el socialismo europeo -con 159 escaños- se preserva en la perplejidad de su desubicación literal, esté en el poder o en la oposición. En la fase que se inicia, la cogestión de soberanías será el «modus vivendi» frente a la volatilidad gaseosa del eurofederalismo. De nuevo no está de más reivindicar postulados realistas, pragmáticos y con base empírica. La inteligencia política mejoraría sus resultados de aplicarse a no caer de nuevo en la vieja y tan retórica contraposición entre la Europa federal y las naciones-Estado que son sus elementos constitutivos.
Dicho de otro modo: en esta nueva fase, las cosas pudieran ir orbitando más en torno a un Consejo Europeo -jefes de Estado y de gobierno- en el que Sarkozy y Merkel articulen sus sistemas planetarios. Ahora que los federalistas se rasgan las vestiduras y el euroescepticismo patriotero ocupa sus escaños, la responsabilidad del PPE es mayor que nunca, especialmente a la hora de matizar sus consensos con los escaños del socialismo, pero sobre todo porque si acierta en transmitir esfuerzos e iniciativas frente a la recesión no sólo habrá reafirmado la confianza de quienes le votaron: puede significar el relanzamiento de la Unión Europea en un momento en que tanto se habla de la hegemonía económica de un G-2 compuesto exclusivamente por Washington y Pekín.
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