Domingo, 01-02-09
POR P. GARCÍA-BAQUERO
CÓRDOBA. La presidencia del Tribunal Supremo de Justicia de España ha tenido durante cuatro décadas acento cordobés. El experto civilista y emérito de la Universidad de Córdoba José Manuel González Porras ha diseccionado la historia de este Alto Tribunal por el que han pasado tres ilustres juristas cordobeses como son Santos de Isasa, José Ciudad y Diego Medina.
Las vidas de estos tres magistrados han sido rememoradas por este catedrático de Derecho Civil en su libro «Tres cordobeses en la presidencia del Tribunal Supremo de España», en colaboración con la Universidad Rey Juan Carlos, Registradores de España y el Ayuntamiento de Montoro.
En el prólogo de la obra, escrita por el catedrático de Derecho Constitucional y rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Pedro González Trevijano, recuerda que su colega «recupera la historia de tres grandes juristas, de tres hombres para todas las estaciones». La vida y trayectoria publica de estas tres figuras transcurre entre la aprobación definitiva del Código Civil en un texto no precisamente ajeno a Santos de Isasa, y la conclusión de la Guerra Civil, que conduce lamentablemente a Diego Medina ante un juicio sumarísimo. «Medio siglo determinante para la configuración de la España contemporánea», asegura el prólogo de González -Trevijano. Según recoge este estudio exhaustivo de unos juristas inscritos en una época de grandes cambios, «Santos Isasa, por ejemplo, no sólo fue un brillante presidente del Tribunal Supremo en los años finales del siglo XIX y lo fue sin haber pasado por la carrera judicial». Fue catedrático de Historia de España, senador por Córdoba, vocal de la
Comisión General de la Codificación, gobernador del Banco de España y ministro de Fomento bajo la presidencia de Antonio Cánovas del Castillo. Santos de Isasa es un modelo de servidor público siempre eficaz y siempre administrador fiel de sus responsabilidades.
Otro de los presidentes del Alto Tribunal fue José de Ciudad y Aurioles, cuya carrera osciló entre la judicatura, llegando a la presidencia de la Audiencia de Málaga antes de ser presidente del TS en el tiempo de la Gran Guerra, y la política, como diputado y senador por Sevilla, siendo también vocal de la Comisión General de Codificación.
Sin embargo, el tercer cordobés en discordia sí que despunta, ya que su actividad profesional transcurrió íntegramente en la judicatura. Se trata de Diego de Medina y García.
Este ilustre cordobés saltó a a la presidencia del Supremo tras la proclamación de la II República, cuya primera presidencia había recaído, a su vez, en un prieguense, Niceto Alcalá Zamora, según recoge el prólogo del libro de González-Porras.
En cuanto a momentos que se escribieron con letras de oro, hay que destacar el Discurso de Apertura del Año Judicial en 1896 lanzado por Santos de Isasa, -el primero de los tres que habría de pronunciar en los críticos años que preceden a la brutal sacudida de 1898-. Aquí dijo que la sentencia judicial «exige razonamiento y demostración expresando las pruebas en que la comisión se apoya».
Por su parte, José de Ciudad, en su discurso de 1919, en medio de un panorama político convulso, señaló que «los hombres de ley somos los llamados a aplicar el nuevo estatuto que aborte la crisis al fallar en cada caso individual el sentido de la justicia y el contenido y desenvolvimiento de cada facultad jurídica».Frases célebres a las que se sumaría las de Diego Medina, que, según la obra de González Porras, «no cejó en la defensa de la independencia y singularidad del poder judicial en el marco del delicado equilibrio de poderes que definió el itinerario de la II República». Su discurso también tuvo suficiente calado como para ser reproducido en esta obra. Fue el que abrió el año judicial de 1934. Entonces, no vaciló al definir la palabra justicia al señalar «si cupiere comparación, el poder de más alta realidad del Estado... Sin Justicia, nada puede existir en la sociedad. Por eso la Justicia es estimada como la suprema ley». Por último, el prólogo del rector de la Juan Pablo alaba este verdadero trabajo de investigación del catedrático José Manuel González Porras que define como «inspirado e inspirador».