«Hoy los niños son otra cosa. No juegan a las canicas, ni a las chapas, ni a la comba ... ¡ni siquiera a la peonza!». Hoy, estas palabras de Pirulo tienen un sentido muy especial. Nos las decía hace apenas una semana en su residencia de ancianos de Arganda. Fue su última entrevista. Estaba enfermo, sí. Pero nada hacía presagiar que la muerte le pisaba los talones. Luis Ortega, Pirulo, murió la noche del miércoles al jueves. Su última lección de altruismo ha sido ceder su cuerpo para la ciencia y la investigación a una universidad madrileña.
Hace muy pocos días Pirulo seguía presumiendo de su profesión: la de vendedor ambulante y pipero. Fue uno de los personajes más queridos por aquella gente menuda que ahora ya peina canas pero que cambió con él sus cromos en la puerta del Retiro.
«A mis 85 años y con mi corazón cansino -nos decía la pasada semana-, lo que quiero es que todos seáis felices y que cuidéis con cariño a vuestros hijos». Estábamos en su habitación de la residencia de la Comunidad de Madrid, donde nuestro Pirulo vivió los últimos ocho años.
Allí andaba el hombre. Con su fribrosis pulmonar. A vueltas con su oxígeno y sus aerosoles. Se ahogaba al mínimo esfuerzo pero no paraba. Revolvía, nervioso y animado, cientos y cientos de cartas, fotos y postales de quienes no se olvidaron de él. Señalaba, con especial cariño, las felicitaciones de Navidad de los Reyes. Y la de Rodríguez Zapatero. O la de Esperanza Aguirre. También la del alcalde Ruiz Gallardón.
Pero las mejores, las que le provocaban una mueca de felicidad, eran las de los niños -hoy adultos- con los que ha cambiado sus cromos o a los que ha sentado a comer en la puerta del Retiro «porque no tenían recursos y había que darles de comer», decía con la mayor naturalidad. Porque Pirulo, como el que no quiere la cosa, fue el inventor de las ONG en Madrid. Lo prueba toda su colección de pequeños artículos, llamamientos y poemas escritos en el antiguo periódico «Pueblo» y, también, en ABC, donde pedía ayuda y solidaridad para los más necesitados.
Y nos dijo: «Pasé mi juventud luchando para la posguerra fuera más llevadera. Para que los niños no sufrieran tanto y fueran felices en aquellos tiempos de horror y tragedia». Y Pirulo, agarraba allá por los años cuarenta del siglo pasado su mesita y se colocaba junto al Retiro. Cromo va, cromo viene. De Bambi, Rin-tin-tin, Tarzán de los monos, de vikingos, del Capitán Trueno, de Vida y Color... Así, toda la vida. Hasta más allá de su jubilación.
Amigo de Don Juan
Pirulo era especial. Se decía republicano pero conservaba un grato recuerdo de su «buen amigo» Don Juan, el Conde de Barcelona. «Me invitaron a la boda de Don Juan Carlos y Doña Sofía!».
-¡Qué me dice!
- «Pues sí, hija. Como te lo digo. Lo que pasa es que no fui. No me parecía correcto».
Pirulo fundó la Asociación de Amigos de El Retiro y ahí tiene una placa desde 1982. «Fíjate. Estoy en el libro de los madrileños más famosos que ha escrito ese gran periodista, Ángel del Río», presumía.
No tenía hijos. Qué ironía. «Tengo sobrinos que me quieren mucho». Fue uno de ellos, Miguel, el que llamó anoche a la Redacción para decirnos que su tío había muerto.
Hace una semana Pirulo está satisfecho y feliz. No pedía nada. «Bueno sí. Que me escriban muchas cartas aquí, a la residencia». Ahora, Pirulo, esas cartas te llegarán al Cielo.

