
Lunes, 25-08-08
RAFAEL A. AGUILAR
CÓRDOBA. No iba a ser una excepción el oficio más viejo del mundo. La prostitución, de la que viven en la provincia en torno a diez mil mujeres, también se ha resentido por la crisis económica. «Mi amor, si es que hay días que no me llama nadie, y me paso las horas solita», confesaba a este periódico esta semana Erika, una meretriz con acento suramericano que opera en el centro de la ciudad.
-Pero, ¿nadie, nadie?
-Nadie, mi niño.
Esta profesional del sexo, que anuncia sus servicios en la prensa local y en varias páginas de internet, realiza un diagnóstico detallado del mal momento que está atravesando el sector.
-Yo no sufrí la crisis de los camioneros, porque hace once meses que dejé de trabajar en los clubs de alterne de la carretera y me lo hago por mi cuenta, que le saco más, pero las compañeras me dicen que el paro del transporte de hace unos meses les afectó mucho, que se pasaban las noches depilándose y pintándose las uñas.
-¿Y ahora cómo está la cosa?
-Mal, mi amor. Muy mal. Aunque eso depende de a quién le preguntes. Hay casas que tienen su clientela estable y no les falta el pan... Ni la carne. (Risas). A mí, sin embargo, se me ha juntado esto de la crisis de las hipotecas con las vacaciones. Tengo a mis machos en la playa. Y una aquí solita, cariño.
Erika ha optado por rebajar sus tarifas en esta época de vacas flacas y acepta el regateo de precios de buen grado, cuando hace unos meses lo rechazaba de plano y amenazaba al cliente, en pleno lecho, con dejarle a medias como «no aflojara los billetes que me gano con el esfuerzo de mi corazón».
-La negociación siempre ha existido, ellos siempre quieren que les rebajes, la diferencia, mi amor, es que ahora hay quien no tiene más remedio que ceder. Ya te he dicho que la cosa está muy malita.
Época de «rebajas»
-¿Pero hacéis grandes descuentos?
-Según el día. A mí, como me cojan en un momento bajo, llego a hacérselo por la mitad.
-¿Y eso cuánto es?
-Pues por 25 o 30 euros la media hora. Y ponme en el periódico que yo no solía bajar de los 60 euros por 30 minutos, que yo lo valgo. La hora entera, que son dos tiempos, salía antes por 100 euros. Ahora la despacho por 60 si el señor es cariñoso, está limpio y no me pide nada perverso.
-Sí, porque habrá algunos...
-Hay de todo, cariño.
África, un nombre ficticio bajo el que el que preserva su identidad una chica de 23 años de un país subsahariano, le saca todo el rendimiento que puede a las curvas de su cuerpo en un piso del centro de la ciudad. «Aquí trabajamos cuatro mujeres, además de la jefa, que es la que nos organiza y nos dirige a los señores», afirma. «Y sí se ha notado el bajón, aunque por el momento la jefa nos mantiene a todas, dice que esto es pasajero y que ella ya ha conocido otras crisis, que al final los hombres vienen desahogar sus problemas con los bancos en nuestros brazos», explica en un castellano sin pulir.
-¿Habéis decidido hacer rebajas ante la situación económica que vivimos?
-Bueno, eso lo lleva la que manda. Nosotras a lo nuestro. Ya me entiendes. Yo puedo hablar de lo que me cuentan ellos en la habitación. Algunos, que pican de nosotras y de otras, me dicen que un servicio normal sale ahora por 40 euros. Y lo habitual eran 60. Pero a mí me siguen dando en la casa lo mismo por cada cliente.
-¿Cuánto?
-Eso se lo preguntas a la jefa.
Pamela se gana la vida en otra casa de citas que publica anuncios periódicos en la prensa local. Habla protegida por un seudónimo porque «la madame no nos deja que nos salgamos del tiesto».
-Sí, claro que sí vemos que el negocio va a menos. A nosotras, que somos muy conocidas en los círculos que hay que ser conocidas, nos visitaban hasta abril o mayo entre diez o quince hombres cada jornada, siempre en horario de mañana. Y resulta que de un tiempo a esta parte hay días que no deshacemos las camas de los reservados. Y tenemos cinco.
-Pues sí que os está afectando la crisis...
-Uf. Hombre, que otra explicación no tiene que los clientes no vengan a buscarnos. Que nosotras seguimos siendo igual de fogosas y el hombre sigue teniendo sus necesidades. ¿No te parece?
-Ahí no me meto. Yo sólo pregunto.
-Claro. Ése es tu trabajo. Cada uno tiene el suyo.
-Te hago otra pregunta. ¿Os piden descuentos?
-Siempre. Eso siempre. No ves que esto engancha, y quien nos prueba vuelve. Y eso cuesta un dinero. Lo que ocurre es que desde hará un par de meses te vienen los señores con el cuento de que la vida está muy mala, que todo ha subido. Yo les contesto que nosotras también tenemos que comer. Que suelten la tela si quieren un ratito de felicidad, que esto es un puticlub, no un mercadillo de regateo.
Ni Sergio ni Ruth han dado sus brazos a torcer. «Un profesional que se precie no se vende por un plato de lentejas. Yo puedo ser chapero, pero tengo mi dignidad. Eso ponlo clarito en tu artículo. Así que quien quiera disfrutar de mí que lleve en el bolsillo los 120 euros que cobro. Si no, lo dejo en la habitación con la miel en los labios. Así de claro. Él verá». El entrecomillado pertenece a Sergio, un joven a punto de mediar la veintena que asegura que tiene entre sus clientes a «gente bien que paga lo que le pidas a condición de que los trates como ellos quieren».
-Claro, y esa gente a la que refieres no nota la crisis.
-No, amigo, ya se puede hundir el mundo que seguirán teniendo pasta.
Clientes con caché
Ruth también se nutre de la alta sociedad. «A mi clientela le importa poco que suban las hipotecas: a ellos se las pagan sus padres», bromea esta cordobesa separada que descubrió hace un lustro un modo fácil de ganar dinero, a razón de 200 euros por cita de hora y media de duración. «Conozco cada detalle de todos los buenos hoteles de Córdoba: si esas paredes hablasen...», suscribe, de nuevo con un punto de ironía y misterio.
-Entonces, Ruth, podría asegurar que de crisis nada de nada.
-Nada. A mí me va mejor que nunca. ¿No quieres nada más, mi amor?
-No. Gracias. Tan sólo era eso.

